/ martes 22 de octubre de 2024

Autonomía Universitaria

El proceso de renovación de la rectoría en la UJED ha iniciado, y con él, resurge de entre las recónditas penumbras del edificio central la maltrecha autonomía universitaria para ser usada (y luego desechada) como slogan de campaña por quienes aspiran al cargo de Rector.

Y es que la narrativa de defensa de la autonomía universitaria ha demostrado ser un discurso muy rentable para quienes lo han sabido aprovechar; ha dado para investirse de redentores universitarios, golpear a otros candidatos, hacerse de la rectoría y hasta para llegar al senado de la República.

Pero más allá de ser un slogan de campaña, la autonomía es un elemento de gran trascendencia en la vida universitaria, representa la facultad de autodeterminarse y autoregularse, lo que significa la independencia absoluta respecto de factores omelementos administrativos y políticos externos.

Así, la autonomía implica que sean los propios universitarios quienes conduzcan a la Universidad, quienes establezcan los procedimientos y disposiciones necesarios para cumplir con el fin de su existencia, y desde luego, quienes elijan al Rector.

El problema es que históricamente esto nunca ha ocurrido, en su gran mayoría los Rectores guardan una relación o vínculo con el gobierno en turno, ya sea porque salieron de su propia estructura o porque pactaron con el gobernador cuando fueron candidatos, mientras que los votantes se dejan consentir con comidas y bebidas.

La práctica es propia de nuestro sistema político, la injerencia del gobierno del Estado en todo proceso comicial que exista, desde rectorías, direcciones, sociedades de alumnos y hasta de reinas lleva la intervención directa o indirecta, real o ficticia del gobernador, vamos, es parte de la cultura mexicana.

Hay un aspecto que pasa desapercibido para muchos universitarios; la autonomía debe honrarse y respetarse, y los primeros obligados somos los universitarios.

¿Será?

El proceso de renovación de la rectoría en la UJED ha iniciado, y con él, resurge de entre las recónditas penumbras del edificio central la maltrecha autonomía universitaria para ser usada (y luego desechada) como slogan de campaña por quienes aspiran al cargo de Rector.

Y es que la narrativa de defensa de la autonomía universitaria ha demostrado ser un discurso muy rentable para quienes lo han sabido aprovechar; ha dado para investirse de redentores universitarios, golpear a otros candidatos, hacerse de la rectoría y hasta para llegar al senado de la República.

Pero más allá de ser un slogan de campaña, la autonomía es un elemento de gran trascendencia en la vida universitaria, representa la facultad de autodeterminarse y autoregularse, lo que significa la independencia absoluta respecto de factores omelementos administrativos y políticos externos.

Así, la autonomía implica que sean los propios universitarios quienes conduzcan a la Universidad, quienes establezcan los procedimientos y disposiciones necesarios para cumplir con el fin de su existencia, y desde luego, quienes elijan al Rector.

El problema es que históricamente esto nunca ha ocurrido, en su gran mayoría los Rectores guardan una relación o vínculo con el gobierno en turno, ya sea porque salieron de su propia estructura o porque pactaron con el gobernador cuando fueron candidatos, mientras que los votantes se dejan consentir con comidas y bebidas.

La práctica es propia de nuestro sistema político, la injerencia del gobierno del Estado en todo proceso comicial que exista, desde rectorías, direcciones, sociedades de alumnos y hasta de reinas lleva la intervención directa o indirecta, real o ficticia del gobernador, vamos, es parte de la cultura mexicana.

Hay un aspecto que pasa desapercibido para muchos universitarios; la autonomía debe honrarse y respetarse, y los primeros obligados somos los universitarios.

¿Será?