/ lunes 13 de noviembre de 2023

Carta a Jorge Ibáñez

Mi muy estimado amigo Jorge Ibáñez A., por mucho tiempo me he dirigido a usted, como subdirector de este importante medio de comunicación, razón que me ha martillado la idea de que mucho pesa su intervención en el diseño de su editorial, al que modestamente me honra contribuir y que hoy me inspira para expresarle lo siguiente:

Manifestar mi sentimiento de tristeza, por su próximo retiro de la empresa a la que usted ha servido por 41 años; hacerlo público no lo considero una afrenta y menos cuando el que esto escribe ha colaborado con usted por más de 30 con aportaciones semanales. Suficientes para invadirme de nostalgia y de recuerdos que en esta misiva sólo cabe aquel, que me marcara de por vida, cuando incursioné por primera vez en estas páginas generosas y en las que usted no tuvo desconfianza, para abrirlas a mi estilo raspa y a mi tinta ácida.

Cómo olvidar las ideas punzantes que mi primer artículo requería, ya que se trataba de una denuncia en contra de los abusos, que osan cometer los líderes de la organización sindical a la que pertenezco, cuyo tenor era la amenaza constante del castigo y atropello a mis derechos escalafonarios.

De ahí que al entregárselo personalmente a usted, su reacción ante mis palabras fue un silencio cortés y dos o tres sonrisas que poco se comprometían y que al despedirme sólo me consolaba que lo había dejado en sus manos.

Y a partir de ahí, jamás podría abarcar en estas líneas, todo el agradecimiento a sus cortesías y tiempos que en lo personal me dispensara en las conversaciones que hemos tenido y que sin duda extrañaré, ahora que abandone esta trinchera, en la que no ha tenido ningún prejuicio, para darle cabida a todas las expresiones, que aunque algunas rayen en la ignominia de la adulación, otras en la descalificación o en su defecto en la condena, dependiendo todo desde el centro de la geometría personal que los mueve.

Por eso, como columnista el que esta vez le escribe, no tiene ninguna limitante para reconocerle públicamente la libertad y facilidad que siempre ha otorgado a la tinta ruda de mi pluma, la que muchas veces ha provocado acidez, en aquellos que no concuerdan con mi forma de pensar y de escribir.

Precisamente en ese tenor, sin duda que usted ha tenido a bien sustentar su ejercicio en los principios de Octavio Paz, en aquellos que esbozara en una carta que enviara a Julio Scherer, y cito textualmente el párrafo central:

“Si el que escribe no es la conciencia de la sociedad si es, con frecuencia, sus ojos y su lengua. El que escribe dice lo que ve y lo que oye; es el testigo y vocero de su tiempo. Si se calla ante los abusos y crímenes de los poderosos, traiciona a sus lectores y a sus oyentes”.

De ahí el mérito de saber equilibrar los diferentes modos de pensar y bajo su responsabilidad lanzarlos a la opinión pública, a la que a raja tabla le toca sancionar para bien o para mal, a aquellos que defienden y orienten la acción de un gobierno; quedándole a deber el lado oscuro, porque ahí se quedan con la pluma en la mano y la hoja sobre la mesa, porque el miedo los paraliza.

Temor que sin duda usted me ayudó a vencer y por eso considero justo reconocerle también, la paciencia y tolerancia que a mis hierros ha otorgado, porque como humano que soy la imperfección me arropa por todos lados, pero sin permitirle jamás que opaquen mi valor y dignidad, los que usted me ha permitido que en estas páginas presuma.

Por eso, justo es también resaltar en estas atropelladas líneas, la fertilidad de su imaginación y creatividad para espaciar los contrastes de los protagonistas, de este respetable editorial, donde mi lugar tal vez haya sido ganado, por la claridad y sencillez de mi estilo, jamás movidos por los intereses mediocres y mezquinos.

41 años en la faena periodística se dice fácil, pero que difícil cuando en una responsabilidad como la suya, sin duda que tuvo que lidiar con las posturas que se arrogan el derecho a decir la verdad; pero cómo desdeñar a los que también les asiste el derecho de ocultarla. Y he ahí el gran oficio de asignar el sitio a cada uno, sin mermar su integridad, ni torcer su compromiso con las diferentes formas de pensar.

Por lo poco expresado y todo lo que se queda en el tintero, muchas gracias y que disfrute todo lo bueno que el destino depara a las personas como usted.


Su amigo, Jesús Mier Flores.

Mi muy estimado amigo Jorge Ibáñez A., por mucho tiempo me he dirigido a usted, como subdirector de este importante medio de comunicación, razón que me ha martillado la idea de que mucho pesa su intervención en el diseño de su editorial, al que modestamente me honra contribuir y que hoy me inspira para expresarle lo siguiente:

Manifestar mi sentimiento de tristeza, por su próximo retiro de la empresa a la que usted ha servido por 41 años; hacerlo público no lo considero una afrenta y menos cuando el que esto escribe ha colaborado con usted por más de 30 con aportaciones semanales. Suficientes para invadirme de nostalgia y de recuerdos que en esta misiva sólo cabe aquel, que me marcara de por vida, cuando incursioné por primera vez en estas páginas generosas y en las que usted no tuvo desconfianza, para abrirlas a mi estilo raspa y a mi tinta ácida.

Cómo olvidar las ideas punzantes que mi primer artículo requería, ya que se trataba de una denuncia en contra de los abusos, que osan cometer los líderes de la organización sindical a la que pertenezco, cuyo tenor era la amenaza constante del castigo y atropello a mis derechos escalafonarios.

De ahí que al entregárselo personalmente a usted, su reacción ante mis palabras fue un silencio cortés y dos o tres sonrisas que poco se comprometían y que al despedirme sólo me consolaba que lo había dejado en sus manos.

Y a partir de ahí, jamás podría abarcar en estas líneas, todo el agradecimiento a sus cortesías y tiempos que en lo personal me dispensara en las conversaciones que hemos tenido y que sin duda extrañaré, ahora que abandone esta trinchera, en la que no ha tenido ningún prejuicio, para darle cabida a todas las expresiones, que aunque algunas rayen en la ignominia de la adulación, otras en la descalificación o en su defecto en la condena, dependiendo todo desde el centro de la geometría personal que los mueve.

Por eso, como columnista el que esta vez le escribe, no tiene ninguna limitante para reconocerle públicamente la libertad y facilidad que siempre ha otorgado a la tinta ruda de mi pluma, la que muchas veces ha provocado acidez, en aquellos que no concuerdan con mi forma de pensar y de escribir.

Precisamente en ese tenor, sin duda que usted ha tenido a bien sustentar su ejercicio en los principios de Octavio Paz, en aquellos que esbozara en una carta que enviara a Julio Scherer, y cito textualmente el párrafo central:

“Si el que escribe no es la conciencia de la sociedad si es, con frecuencia, sus ojos y su lengua. El que escribe dice lo que ve y lo que oye; es el testigo y vocero de su tiempo. Si se calla ante los abusos y crímenes de los poderosos, traiciona a sus lectores y a sus oyentes”.

De ahí el mérito de saber equilibrar los diferentes modos de pensar y bajo su responsabilidad lanzarlos a la opinión pública, a la que a raja tabla le toca sancionar para bien o para mal, a aquellos que defienden y orienten la acción de un gobierno; quedándole a deber el lado oscuro, porque ahí se quedan con la pluma en la mano y la hoja sobre la mesa, porque el miedo los paraliza.

Temor que sin duda usted me ayudó a vencer y por eso considero justo reconocerle también, la paciencia y tolerancia que a mis hierros ha otorgado, porque como humano que soy la imperfección me arropa por todos lados, pero sin permitirle jamás que opaquen mi valor y dignidad, los que usted me ha permitido que en estas páginas presuma.

Por eso, justo es también resaltar en estas atropelladas líneas, la fertilidad de su imaginación y creatividad para espaciar los contrastes de los protagonistas, de este respetable editorial, donde mi lugar tal vez haya sido ganado, por la claridad y sencillez de mi estilo, jamás movidos por los intereses mediocres y mezquinos.

41 años en la faena periodística se dice fácil, pero que difícil cuando en una responsabilidad como la suya, sin duda que tuvo que lidiar con las posturas que se arrogan el derecho a decir la verdad; pero cómo desdeñar a los que también les asiste el derecho de ocultarla. Y he ahí el gran oficio de asignar el sitio a cada uno, sin mermar su integridad, ni torcer su compromiso con las diferentes formas de pensar.

Por lo poco expresado y todo lo que se queda en el tintero, muchas gracias y que disfrute todo lo bueno que el destino depara a las personas como usted.


Su amigo, Jesús Mier Flores.