“Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil”- Abraham Lincoln
Según datos de las autoridades electorales mexicanas, en la pasada jornada comicial donde, entre otras cosas, se renovó la Presidencia de la República, alrededor de un 61% de las y los ciudadanos con derecho a votar acudió a emitir su sufragio. Es decir, 6 de cada 10 personas con derecho a hacerlo fueron a las urnas y, a contrario sensu, 4 de cada 10 se abstuvieron, lo cual no deja de ser preocupante ante los escenarios de una participación cívica robusta que legitiman a los sistemas políticos contemporáneos y, en los cuales, altos niveles de emisión de votos coadyuvan con la confianza ciudadana y el robustecimiento de las instituciones. Debemos seguir trabajando de una manera consistente para que quienes estén reacios a expresar su voluntad de manera institucionalizada finalmente lo hagan, todo ello en aras de una mejor democracia.
Si como afirma el extraordinario filósofo italiano de la política Michelangelo Bovero vivimos en autocracias electivas y no en democracias consolidadas, una de las principales razones es este divorcio entre la ciudadanía y la clase política gobernante, pasando también por el estadio de los partidos políticos, tanto los de corte oficialista como los pertenecientes a la oposición. Hace falta un mayor involucramiento de los partidos con la colectividad, pues hoy “gozan” de un desprestigio generalizado ganado a pulso. No conectan con la gente y quizá para ellos mismos esa situación sea la mejor, siempre y cuando preserve el cúmulo de privilegios que han acumulado con el paso del tiempo. No son factores de intermediación entre el pueblo y la política sino, precisamente, todo lo contrario: promueven el distanciamiento entre ambos elementos.
Dicho sea de paso, en México la oposición se ha fragmentado y ha brillado por su ausencia en los últimos años. Se encuentra extraviada y vacía de contenidos, incapaz de formular un modelo alternativo de nación que pueda configurarse como un genuino contrapeso al que reivindica la llamada cuarta transformación. A todas y todos nos conviene tener una oposición fuerte, que cuestione los planes y programas del régimen y que plantee propuestas coherentes y dotadas de sistematicidad. Desafortunadamente, en nuestro país encontramos actores políticos que le apuestan al interés propio y particular, y no tanto al interés general y al bien común.
Solucionar lo anterior iría de la mano con la labor de persuasión y de convencimiento que debemos efectuar para que, algún día no muy lejano, esas 4 personas electoras que se abstienen de ejercer su voto como derecho y obligación que es, finalmente observen la necesidad de involucrarse con la cosa pública e intervenir en los asuntos colectivos a través de ese clímax democrático que representa una jornada electoral.
El abstencionismo ha estado siempre presente en la historia de nuestro país y, aunque no ha sido un fenómeno que sólo aqueje a México, lo cierto es que con nosotros ha echado raíces de una forma profunda. La democracia, desde luego, queda seriamente lastimada cuando el abstencionismo se pone de manifiesto de maneras tan explícitas como normalmente lo hace elección tras elección.
¿Se les debe culpar, estigmatizar o satanizar a quienes se abstienen de votar? Por supuesto que no. Antes bien, de lo que se trata es de entenderlos, lo cual por supuesto requiere también ejercicios de sociología y de psicología política, pero sobre todo, de mejoramiento del sistema político. Si esto no sucede, el desencanto será cada vez más generalizado, por lo que esas 4 personas que hay que convencer pueden pasar a ser más.