Los hombres también sufren violencia
Cuando empecé a salir con mi novia yo estaba completamente enamorado de ella, pero después de unos meses se empezaron a notar las grietas. Ella me decía que estaba gordo, me pellizcaba hasta que me salían hematomas y me golpeaba en el pecho. Cuándo le decía que no me gustaba eso, ella respondía diciendo que era jugando o cuestionaba mi masculinidad.
Al comienzo yo estaba fascinado con ella, era atractiva, amable y educada, además cocinaba una comida asiática increíble. Seis meses después de empezar la relación ella dijo que estaría más cómoda si nos casáramos. Las cosas iban muy bien, así que pensé, ¿por qué no?
Esto fue un gran error, porque poco después de habernos casado ella entró al baño con un cuchillo mientras yo me estaba duchando y dio un par de estocadas, intentando cortarme mi hombría. Quedé aterrado y no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero logré esquivar su arma hasta que se tranquilizó. Ella se disculpó, y quedó claro que sufría de una enfermedad mental. Aceptó ir al médico, quien le recetó pastillas de uso controlado. No tengo idea de lo que le pasaba, pero luego me enteré de que había tenido una infancia traumática. Creo que tenía muchos temas por resolver, lo cual la hacía explotar de vez en cuando.
Todo volvió a la normalidad después de eso, y asumí que las medicinas habían controlado las cosas. El siguiente año de nuestro matrimonio no tuvo ningún incidente, y olvidé el ataque. Luego, un día mi esposa me contó que su hermana había desechado los medicamentos porque era veneno. Me acusó de querer matarla y empezó a lanzarme platos. Me encerré en la habitación, cerré la puerta con llave y me fui a dormir.
A la mañana siguiente, me asomé a la sala y vi que estaba dormida. Caminé en puntas hasta la puerta principal, intentando no despertarla, pero de la nada sus ojos se abrieron y ella se me abalanzó, intentando morder mi pene. Un vecino terminó llamando a la policía y los oficiales la llevaron a la casa de una amiga para que se calmara, pero ella regresó a la casa y me atacó con una plancha. Corrió hacia mí, rebotó contra mi cuerpo y cayó en la mesa de centro, cortándose. Con toda la sangre, la policía inicialmente pensó que yo la había agredido, asumiendo que yo había sido el agresor solo por ser hombre. Afortunadamente, una oficial reconoció lo que había pasado y dijo que pensaba que yo era una víctima de abuso doméstico.
Logré que mi esposa volviera a tomar sus medicamentos nuevamente y todo estuvo bien por un tiempo, pero luego dejó de tomarlos porque no le gustaban los efectos secundarios. Los problemas volvieron de inmediato, ella se la pasaba preguntando si la estaba engañando y pidiendo constantemente si podía oler mi pene para saber si este olía a flujos vaginales.
Cuando me negaba, me perseguía por toda la casa con un cuchillo. Yo estaba avergonzado de decirle a alguien lo que pasaba por todo el estigma que rodea a los hombres víctimas de violencia doméstica. Después de un tiempo, hasta hoy entendí que todo pequeño acto de violencia escalaron a unos mayores y que desde un principio se deben parar. En una ocasión me pateó tan fuerte en la cadera que más tarde ese día colapsé en el trabajo, y por eso tuve que ser llevado al hospital. Tuve que usar muletas por tres semanas después de eso. No le dije a nadie lo que pasaba e inventaba excusas de mis heridas porque quería protegerla.
Yo nunca ejercí mi fuerza contra ella ni para defenderme. Me cansé de esta situación, le dije que teníamos que separarnos, que iba a terminar matándome, que ya no soportaba tanto abuso, cada día eran golpes, varias veces en la cara. Creo que estaba tan obsesionada con tener el control que quería ser ella quien terminara las cosas y por eso no acepta mi propuesta de separación. Mi única opción fue tomar fuerza y denunciarla, aún y con toda la crítica, ya que un hombre se ve cobarde aceptando el maltrato.
Al reportar el abuso, no me tomaron en serio. Me preguntaron por qué no me fui antes, dijeron que pude haberla abandonado en cualquier momento. No me imagino que le digan lo mismo a una mujer víctima de violencia doméstica, siempre los malos somos los hombres.
Hoy en día puedo hablar de la violencia que sufrí con mi ex esposa, no me arrepiento de haber interpuesto denuncia y orden de aprehensión, es importante parar desde un principio la violencia verbal y física, no solo las mujeres sufren de abuso, también los hombres somos víctimas, la misandria existe.
Si tu pasaste, o estas pasando por esta misma situación, NO TE CULPES, NO TE HAGAS MÁS DAÑO, mejor busca ayuda de expertos que sabrán darte auxilio, acompañamiento durante este largo proceso de sanación, no estamos solos.
Si requieres atención en Psicología o Tanatología, no dudes en comunicarte a los teléfonos 618-5-24-62-33 y 618-2-38-08-88. Fundación Beleshka Por Una Nueva Vida tiene las puertas abiertas para brindarte ayuda ante cualquier situación en salud mental, emocional y psicológica que presentes.
Si quieres que tu historia de vida sea contada y plasmada en esta columna, escríbeme a través del correo licgd06@gmail.com