/ miércoles 3 de marzo de 2021

El ayer es experiencia, el mañana es esperanza

Sin duda alguna quienes hemos perdido la esperanza en un hecho posible, damos a entender que también ha disminuido nuestra confianza en el potencial que Dios Padre nos ofrece. Pues la esperanza es un continuo mirar hacia adelante que nos ayuda, basados en una realidad propia, a alcanzar lo que nos proponemos.

El único fracaso es el de quien no lucha y no tiene interés en lograr el bienestar que está en su mismo esfuerzo. La depresión suele consumir toda nuestra energía haciendo de nuestra humanidad un simple sujeto sin dignidad, voluntad, sin amor propio y, quedar despojados de todo propósito que nos ayude a superar nuestras vivencias.

Tomemos en cuenta que todo lo obtenido en el ayer a base de decisiones apropiadas, se convierte para cada día que vivimos, en una valiosa experiencia que nos encauza por el sendero del bien y la verdad. Dios no nos trajo al mundo sólo para disfrutar y pasar ocasiones agradables, sino fundamentalmente para crecer física, moral, espiritual y esmeradamente, ya que a la vez somos imagen y semejanza de nuestro Creador.

Claro que no somos perfectos pero sí tenemos conciencia, razón y corazón para obrar con inteligencia. La vida tiene que ser, más que días de trabajo, de fiestas y/o de viajar, con momentos especiales para tender la mano a nuestros hermanos que más lo necesiten.

La fe significa que aquello en lo que creemos puede hacerse realidad; denota creer en el mañana. No dejemos que la crítica malsana trunque nuestros sueños e ilusiones; los obstáculos aparecen para fortalecer la voluntad y para ayudarnos a valorar el éxito. Quienes han probado las mieles de haber logrado lo que han deseado, saben que el camino no es fácil ni inútil ninguna parte del proyecto. Han aprendido que el encuentro con personas que no soportan su éxito, lo expresan con agresividad o envidia; es parte de su desarrollo y crecimiento personal. ¡Lo bueno cuesta y, mucho!

Tenemos la capacidad de atraer a nuestras vidas a personas que están en la misma frecuencia vibratoria. Si nuestras emociones están basadas en el amor, la paz y la alegría, la vida acercará a personas semejantes. Si por el contrario, nuestros actos, palabras y emociones se sustentan en el miedo, la violencia, el rencor o el resentimiento, la vida nos presentará personas comparables. En lo personal siento gran admiración por quienes dan sin esperar nada a cambio, lo que no es común.

En el fondo de nuestro corazón deseamos que nuestras buenas acciones sean recompensadas con el agradecimiento o, mejor aún, sean bien vistas a los ojos de Dios. Nunca conoceremos a ciencia cierta cuantas bendiciones nos habrán llegado frutos de los actos realizados, de un trabajo bien hecho, de un buen servicio o por haber reconfortado al que sufre o enseñado a quien lo necesita y, todo con la debida dosis de amor. La vida nos indemnizará de una manera o de otra. No lo dudemos.

No hay nadie en el mundo idéntico a cada uno de nosotros, con los mismos sentimientos, fortalezas o debilidades. Todos somos diferentes y sabernos así nos ayuda a aumentar nuestra autoestima. Las comparaciones son odiosas y más cuando dedicamos tiempo a preguntarnos e intentar responder cosas como: “Por qué yo?” “¿Por qué me suceden estas cosas?” Dios nos ama como somos dentro del bien y depende de nosotros descubrir nuestra misión.

Sabemos de antemano que el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta; cuando este es de verdad, sincero y se vive de todo corazón. Desgraciadamente la hipocresía generalmente se manifiesta y es cuando más sufrimos. Un amigo es aquel que llega cuando todo el mundo se ha ido. Un amigo es aquel que se acerca a nuestra vida tanto en las buenas como en las malas siempre puesto a servir. Es como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar que la llamen. Que las puertas de nuestras casas siempre estén abiertas para los verdaderos y leales amigos de nuestros hijos, sin dejar de estar al pendiente de sus actitudes.

Busquemos el respeto y el cariño de nuestros hijos, pero no a la fuerza. Que nunca doblen la espalda cuando deban erguir honrosamente su pecho. Que sepan conocerse a sí mismos que es lo fundamental de todo conocimiento. Además, que sean humildes para que entiendan que la sencillez es la fidedigna grandeza, la imparcialidad de la auténtica sabiduría y, la mansedumbre de la positiva fuerza.