No se me confundan con el título. El edificio principal del Banco de México, nuestro banco central, sigue incólume en el mismo lugar de siempre, en la esquina de Lázaro Cárdenas y 5 de mayo, en el centro histórico de la capital. Allí se ha mantenido desde 1925 con una pétrea firmeza, a contrapelo y a pesar de los frecuentes movimientos telúricos que ponen a prueba la extraordinaria ingeniería supervisada por el muy destacado queretano Gonzalo Garita.
No se trata del edificio, mis estimados. Cuando pregunto por el paradero del banco central lo hago pensando en sus ilustres ocupantes, aquellos que habitan el cuarto y quinto pisos, sede de los cuatro subgobernadores y de la gobernadora, respectivamente; esos mexicanos que conforman la pomposamente llamada Junta de Gobierno. Con decirles que, con sus decisiones, ellos prácticamente determinan cuánto vale nuestro peso cuando vamos a comprar las tortillas. Porque un peso de hoy no compra lo mismo que un peso de hace 5 años. O ¿no?
Pregunto por su paradero porque parece que nadie encuentra a tan ilustres personajes. He indagado aquí y allá y nadie sabe dónde andan, cuestión que me tiene muy angustiado porque la doña del mercado ya me pide 35 pesos por una lechuga y ya no digo del aguacate, que anda rozando los 100 pesos (¡ya le rogué que me los ponga a 6 meses sin intereses!). Y de la gasolina mejor ni hablar, salgo solo lo estrictamente necesario (así que ya lo saben).
La cuestión es ¿dónde se han metido estos amigos que la patria los reclama en medio de la inmisericorde alza de precios que nos azota desde hace tiempo? ¿No se supone que están para que nuestro disminuido peso por lo menos compre lo que estábamos acostumbrados? ¿no es eso lo que dice nuestra carta magna? Pero ni siquiera doña Victoria, la mandamás y voz autorizada, asoma las narices para dar explicaciones convincentes en medio de la tempestad de precios. Me dicen (ya saben, siempre hay alguien) que solo habla bajo previo acuerdo (?) y con su respectivo acordeón, no vaya a ser que diga algo que no es. Quizá por eso ha rehuido no pocas reuniones con la crema y nata de las finanzas globales. En fin.
En esas búsquedas andaba, cuando la semana pasada nos enteramos de que tres de los cinco miembros de esa honorable Junta, decidieron -de buenas a primeras- dar un volantazo a lo que tibiamente nos habían dicho hasta ahora: Que sus decisiones estarían basadas en datos, en hechos incontrovertibles. Pues fíjense que ya no. Ahora -dirán- tenemos nuestros propios datos (¿recuerda a alguien?) y nos basaremos en nuestros pronósticos y no en cualquier pronóstico, sino en la inflación subyacente anualizada (¡¿What?!). De un plumazo se les olvidó que los precios de los productos básicos (eso que llaman ‘subyacente’ y que dicen seguir) subieron 0.32% en julio, más que el 0.22% de junio, y que los precios de los servicios crecieron el doble en julio versus junio. ¿Y entonces? Primero se nos desaparecen y luego nos salen con que aquí solo mis chicharrones truenan y sin dar explicaciones suficientes.
A ver mis estimados. No cuestiono que doña Victoria y sus amigos tomen decisiones sobre la tasa de interés y cuánto valen nuestros pesos, como la semana pasada, que para eso están. Lo que enchila es que ni están, y cuando están tiran la piedra y esconden la mano. Por eso ya nadie les cree, empezando por los consumidores que en la encuesta que Inegi publicó ayer dijeron que la inflación seguirá al alza. ¡Todos lo dicen! Congruencia y apertura ¿es mucho pedir?
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