/ sábado 13 de julio de 2024

En Cartera

En el cuadringentésimo sexagésimo primero (461 Aniversario) de la fundación de nuestra ciudad de Durango, se justifica recordar su proceso histórico. La vida y obra de Hernán Cortés, como capitán y símbolo de la invasión, cobra un vigencia e importancia sobresaliente al cumplirse los 500 años de este crimen de lesa humanidad, en el que se cometió uno de los más bochornosos holocaustos y epistemicidios de la historia del género humano. Y las “fundaciones” de las ciudades de México no están exentas de crímenes a los indígenas y violaciones no solo a sus mujeres sino a sus credos y costumbres. Se requiere repensar la historia. Una revisión crítica, descolonizada y des hispanizada de la conmemoración de los cinco siglos de la derrota de los mexicas y la caída de Tenochtitlán. Y por supuesto, de las fundaciones de las ciudades de nuestro país.

La historia oficial nos señala que el antecedente más remoto de la fundación y existencia de la Villa de Durango, surge cuando el 13 de agosto de 1521 la magna ciudad de la gran Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca, cayó doblegada por la conquista de Hernán Cortés. El poderío español se extendió a partir de ese momento a los cuatro puntos cardinales del Imperio Azteca y en corto tiempo fueron conquistados todos los estados del sur y centro de México, la conquista más tardada fue el territorio de la gran Chichimeca que abarcó todo el norte de México, donde se encuentra enclavado lo que ahora es el Estado de Durango, antes Gobernación de la Nueva Vizcaya. La conquista propiamente se prolongó durante todo el siglo XVI, irradiando desde la capital a los cuatro vientos y terminando al implementar Juan de Oñate el pendón real en el reino del Nuevo México.

Fue en el año 1532, cuando las huestes del fundador de la Nueva Galicia, Nuño Beltrán de Guzmán, penetraron por San Miguel de Culiacán, atravesando la Sierra Madre Occidental y descubrió las inmensas llanuras durangueñas y estableció su campamento en lo que años después fue Santiago Papasquiaro. Se percató entonces que este territorio estaba habitado por tribus seminómadas, un tanto sedentarias que ya tenían asentamientos humanos y practicaban el cultivo del maíz, sin embargo, el conquistador Nuño Beltrán por su quebrantada salud regresó a Culiacán y posteriormente a la Nueva Galicia, dejando a estas tierras solamente la vaga versión de su visita.

Veinte años después, en 1552 el capitán Ginés Vázquez de Mercado ingresó por Juchipila y Sombrerete viniendo de Guadalajara en busca de la montaña de plata. Dicen las crónicas que el 3 de diciembre de 1552 llegó a la montaña soñada y grande fue su desilusión al advertir que la montaña de plata que tanto había buscado era una montaña de hierro y desde entonces recibió el nombre de Cerro de Mercado. Ginés Vázquez de Mercado nada fundó, pero sí dejó su apellido al Cerro y en la Villa dejó marcada la huella de su visita, ante esa mole de hierro.

Dos años más tarde, en el año de 1554 el Virrey Luis de Velasco habilitó al joven de 17 años de edad, Francisco de Ibarra y Arandia, como Capitán para que explorara las tierras que estaban al norte de Nuestra Señora de Zacatecas. Con recursos que le facilitó su tío Diego de Ibarra, reclutó un ejército y cumplió cabalmente su tarea. Favoreció informalmente las fundaciones de Nombre de Dios, la ermita de Analco y los reales de minas de San José de Avino y San Lucas, todos en la clandestinidad porque no tenía facultades del Rey de España para establecer fundaciones.

Francisco de Ibarra y Arandia, llamado por Alejandro de Humboldt como el “Fénix de los Conquistadores”, luchó y creció en la brega de la conquista y después de ocho años de ser conquistador, el 24 de junio de 1562 recibió del Virrey de la Nueva España don Luis de Velasco sus Capitulaciones como Gobernador y Capitán General de las tierras que fuera descubriendo, y procedió a poner a su Gobernación el nombre de Nueva Vizcaya y expresó la necesidad de fundar una Villa que fuera capital de su Gobernación.

Dispuso de inmediato que desde el Valle de San Juan donde se encontraba acampando su fuerza, saliera Alonso de Pacheco –esposo de Ana de Leyva, la primera mujer blanca que arribó a Durango- a trazar la Villa, quien puso la primera piedra el 14 de abril de 1563, para que dos meses y veinticuatro días después, el día 8 de julio de 1563 se presentara el gobernador (¿quién lo eligió?) a declarar formalmente la fundación de la Villa. Fue deseo del Capitán Francisco de Ibarra y Arandia que la nueva Villa llevara el nombre de Durango en recuerdo de Durango de Vizcaya en España, lugar de nacimiento de los padres del fundador.

El día 8 de julio de 1563 llegó al crucero de las hoy calles 5 de Febrero y Juárez, el Gobernador y Capitán General montado y armado acompañado de su ejército, desmontó su cabalgadura y ordenó a sus acompañantes que pusieran su rodilla en tierra, clavó con decisión en el piso el Estandarte de la Nueva Vizcaya y dictó tal testimonio a su escribano don Sebastián de Quiroz:

Cuando se fundó la Villa de Durango, en sitio inmediato a ésta, al sur, ya existía la Misión de San Juan Bautista llamado Analco por los indígenas. De Analco surgió Durango, y es su templo un monumento de la historia, cansado de años, de baldosas que un día besaron las humildes sandalias franciscanas, evocador atrio arrinconado con sus cipreses que gimen al recibir el abrazo pesado e inalcanzable del viento.

En el origen de Durango se fundieron en un mismo sol todos los brillos de nuestra historia: la espada virtuosa del joven capitán don Francisco de Ibarra y el raído tornasol de los sayales franciscanos; el ágata empolvada de los soldados españoles y el ocre glorioso de los indios expectantes. Su fundador nunca recibió una merced del Rey de España. Partió de Zacatecas para crear la Nueva Vizcaya en 1554, y gobernó las tierras por él conquistadas hasta el año de 1577 en que murió en el mineral de Pánuco, en Sinaloa.

Hace 461 años de la fundación de nuestra ciudad, mucha agua ha pasado bajo los puentes: en 1575 se fundó la primera parroquia; en 1595 el primer hospital; en 1610 la primera escuela de gramática y el 11 de octubre de 1620 se creó el Obispado y uno de sus templos se erigió en catedral, y con tal distinción la villa de Durango adquirió la categoría de ciudad.

Mantengamos vivo el amor por lo durangueño, que ha dado estilo y rumbo a esta ciudad provincial, fantásticamente protegida por San Jorge traspasando al dragón mitológico, donde el azul de su cielo y los crepúsculos que son como acuarela de dorados, de lilas y de castaños, señalan el centro espiritual de una tierra que tiene en el mapa la espléndida forma de una gran corazón.

En el cuadringentésimo sexagésimo primero (461 Aniversario) de la fundación de nuestra ciudad de Durango, se justifica recordar su proceso histórico. La vida y obra de Hernán Cortés, como capitán y símbolo de la invasión, cobra un vigencia e importancia sobresaliente al cumplirse los 500 años de este crimen de lesa humanidad, en el que se cometió uno de los más bochornosos holocaustos y epistemicidios de la historia del género humano. Y las “fundaciones” de las ciudades de México no están exentas de crímenes a los indígenas y violaciones no solo a sus mujeres sino a sus credos y costumbres. Se requiere repensar la historia. Una revisión crítica, descolonizada y des hispanizada de la conmemoración de los cinco siglos de la derrota de los mexicas y la caída de Tenochtitlán. Y por supuesto, de las fundaciones de las ciudades de nuestro país.

La historia oficial nos señala que el antecedente más remoto de la fundación y existencia de la Villa de Durango, surge cuando el 13 de agosto de 1521 la magna ciudad de la gran Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca, cayó doblegada por la conquista de Hernán Cortés. El poderío español se extendió a partir de ese momento a los cuatro puntos cardinales del Imperio Azteca y en corto tiempo fueron conquistados todos los estados del sur y centro de México, la conquista más tardada fue el territorio de la gran Chichimeca que abarcó todo el norte de México, donde se encuentra enclavado lo que ahora es el Estado de Durango, antes Gobernación de la Nueva Vizcaya. La conquista propiamente se prolongó durante todo el siglo XVI, irradiando desde la capital a los cuatro vientos y terminando al implementar Juan de Oñate el pendón real en el reino del Nuevo México.

Fue en el año 1532, cuando las huestes del fundador de la Nueva Galicia, Nuño Beltrán de Guzmán, penetraron por San Miguel de Culiacán, atravesando la Sierra Madre Occidental y descubrió las inmensas llanuras durangueñas y estableció su campamento en lo que años después fue Santiago Papasquiaro. Se percató entonces que este territorio estaba habitado por tribus seminómadas, un tanto sedentarias que ya tenían asentamientos humanos y practicaban el cultivo del maíz, sin embargo, el conquistador Nuño Beltrán por su quebrantada salud regresó a Culiacán y posteriormente a la Nueva Galicia, dejando a estas tierras solamente la vaga versión de su visita.

Veinte años después, en 1552 el capitán Ginés Vázquez de Mercado ingresó por Juchipila y Sombrerete viniendo de Guadalajara en busca de la montaña de plata. Dicen las crónicas que el 3 de diciembre de 1552 llegó a la montaña soñada y grande fue su desilusión al advertir que la montaña de plata que tanto había buscado era una montaña de hierro y desde entonces recibió el nombre de Cerro de Mercado. Ginés Vázquez de Mercado nada fundó, pero sí dejó su apellido al Cerro y en la Villa dejó marcada la huella de su visita, ante esa mole de hierro.

Dos años más tarde, en el año de 1554 el Virrey Luis de Velasco habilitó al joven de 17 años de edad, Francisco de Ibarra y Arandia, como Capitán para que explorara las tierras que estaban al norte de Nuestra Señora de Zacatecas. Con recursos que le facilitó su tío Diego de Ibarra, reclutó un ejército y cumplió cabalmente su tarea. Favoreció informalmente las fundaciones de Nombre de Dios, la ermita de Analco y los reales de minas de San José de Avino y San Lucas, todos en la clandestinidad porque no tenía facultades del Rey de España para establecer fundaciones.

Francisco de Ibarra y Arandia, llamado por Alejandro de Humboldt como el “Fénix de los Conquistadores”, luchó y creció en la brega de la conquista y después de ocho años de ser conquistador, el 24 de junio de 1562 recibió del Virrey de la Nueva España don Luis de Velasco sus Capitulaciones como Gobernador y Capitán General de las tierras que fuera descubriendo, y procedió a poner a su Gobernación el nombre de Nueva Vizcaya y expresó la necesidad de fundar una Villa que fuera capital de su Gobernación.

Dispuso de inmediato que desde el Valle de San Juan donde se encontraba acampando su fuerza, saliera Alonso de Pacheco –esposo de Ana de Leyva, la primera mujer blanca que arribó a Durango- a trazar la Villa, quien puso la primera piedra el 14 de abril de 1563, para que dos meses y veinticuatro días después, el día 8 de julio de 1563 se presentara el gobernador (¿quién lo eligió?) a declarar formalmente la fundación de la Villa. Fue deseo del Capitán Francisco de Ibarra y Arandia que la nueva Villa llevara el nombre de Durango en recuerdo de Durango de Vizcaya en España, lugar de nacimiento de los padres del fundador.

El día 8 de julio de 1563 llegó al crucero de las hoy calles 5 de Febrero y Juárez, el Gobernador y Capitán General montado y armado acompañado de su ejército, desmontó su cabalgadura y ordenó a sus acompañantes que pusieran su rodilla en tierra, clavó con decisión en el piso el Estandarte de la Nueva Vizcaya y dictó tal testimonio a su escribano don Sebastián de Quiroz:

Cuando se fundó la Villa de Durango, en sitio inmediato a ésta, al sur, ya existía la Misión de San Juan Bautista llamado Analco por los indígenas. De Analco surgió Durango, y es su templo un monumento de la historia, cansado de años, de baldosas que un día besaron las humildes sandalias franciscanas, evocador atrio arrinconado con sus cipreses que gimen al recibir el abrazo pesado e inalcanzable del viento.

En el origen de Durango se fundieron en un mismo sol todos los brillos de nuestra historia: la espada virtuosa del joven capitán don Francisco de Ibarra y el raído tornasol de los sayales franciscanos; el ágata empolvada de los soldados españoles y el ocre glorioso de los indios expectantes. Su fundador nunca recibió una merced del Rey de España. Partió de Zacatecas para crear la Nueva Vizcaya en 1554, y gobernó las tierras por él conquistadas hasta el año de 1577 en que murió en el mineral de Pánuco, en Sinaloa.

Hace 461 años de la fundación de nuestra ciudad, mucha agua ha pasado bajo los puentes: en 1575 se fundó la primera parroquia; en 1595 el primer hospital; en 1610 la primera escuela de gramática y el 11 de octubre de 1620 se creó el Obispado y uno de sus templos se erigió en catedral, y con tal distinción la villa de Durango adquirió la categoría de ciudad.

Mantengamos vivo el amor por lo durangueño, que ha dado estilo y rumbo a esta ciudad provincial, fantásticamente protegida por San Jorge traspasando al dragón mitológico, donde el azul de su cielo y los crepúsculos que son como acuarela de dorados, de lilas y de castaños, señalan el centro espiritual de una tierra que tiene en el mapa la espléndida forma de una gran corazón.

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