/ viernes 15 de noviembre de 2024

En Cartera

A 214 años del Grito y a 114 de la Revolución Mexicana, siguen muchas asignaturas pendientes


La primera conmemoración del Grito de Dolores fue realizada por Ignacio López Rayón y Andrés Quintana Roo el 16 de septiembre de 1812, en Chapitel, actual estado de Hidalgo. Poco después, el 14 de septiembre de 1813, José María Morelos incluyó la festividad en sus Sentimientos de la Nación.

Es hora de reflexionar en el pasado de nuestra nación, en el presente y en el porvenir. Son cuatro los momentos estelares de la historia de la cultura mexicana, esto es, de nuestro modo de vida: el de la Conquista que emulsionó las dos grandes culturas, la indígena y la europea que nos llegó a través de España. El de la Independencia en que México adquiere personalidad propia en el concierto de las naciones y es el asombro del mundo por el caudal espiritual que atesora su raza. El de la Reforma donde la excelsa figura de Benito Pablo Juárez García sienta las bases jurídicas y políticas que no pueden ser desdeñadas. Más tarde, la Revolución Mexicana configura los ideales populares en la Constitución de 1917, documento admirable por su buen juicio en el que desafortunadamente no han prevalecido muchos fundamentales preceptos sociales y muchos siguen siendo letra muerta en su aplicación, por ejemplo, las “reformas” de los neoliberales e insensibles conservadores que sometieron al ejido a las leyes del mercado del terrateniente, fraccionador y latifundista, y permitieron nuevamente otorgar derechos políticos al clero, que ahora exige –sin memoria histórica- convertir a la escuela pública mexicana en espacios doctrinales y confesionales a sus intereses, y volvieron los neoliberales a la carga con la Reforma Laboral para eliminar derechos de los trabajadores y someterlos –aún más- a la explotación del capital del imperio, cuando lo que no se dice es que les exijan a los patrones otorgar en cumplimiento a la Constitución un salario suficiente para la alimentación, educación y esparcimiento, y les hagan cumplir su obligación de proporcionar una vivienda digna al trabajador.

Recordar a Miguel Hidalgo y su gloriosa insurrección es recordar la historia de nuestra nación. Cuando el famoso ex rector del Colegio de San Nicolás de la hoy ciudad de Morelia, convocó a los desheredados a tomar las armas para acabar con la dominación española, empezó una lucha que todavía no termina. Porque si México ha conquistado su independencia política, todavía falta por hacer el camino de la independencia económica. Y bien sabemos lo que significa la cuestión económica y de cómo incide en los ámbitos de la política.

De aquí que la obra del cura Hidalgo no deba ser juzgada simplemente a la luz de una acontecimiento de la historia, sino como una obra permanente a través de los años, diafanosa búsqueda de la cabal independencia, la económica, que nos permita disfrutar plenamente de los derechos consagrados en nuestras leyes. Porque la vida es compromiso con nuestra patria, y este compromiso no puede ser soslayado si atendemos a la filosofía de la historia que en el caso de México por sus antecedentes y trayectoria deberá desempeñar un papel destacado sobre el escenario de las naciones.

Difícil la agenda nacional con el ancestral problema de la corrupción –cuya lucha en el pasado sexenio gubernamental federal le otorgó recursos que nadie imaginaba-, combatiendo la impunidad, la demagogia y el doble discurso, la injusticia social, la pésima distribución de los ingresos que hacen que se incremente más la brecha entre pobres y ricos, la pésima impartición de justicia por magistrados y jueces que atienden intereses de los neoliberales y no del pueblo, -ojalá que la nueva Reforma Judicial en verdad se imparta justicia al pueblo- todo ello aunado a la difícil situación económica y financiera internacional por la guerra de Rusia y Ucrania, nos lleva a preguntarnos si hay motivos para festejar el 214 aniversario del Grito de la Independencia.

La consumación de la independencia mexicana se realizó cuando el Ejército de las Tres Garantías, entró a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Así pues, la Independencia de México como movimiento armado, comenzó el 16 de septiembre de 1810 y terminó el 27 de septiembre de 1821.

La Historia no es lineal ni estática, es dinámica. Los miles de libros y ensayos que sobre la Revolución Mexicana se han escrito –que me obligó a realizar una apretada bibliografía de consulta para impartir la materia de Problemas Sociopolíticos y Económicos de México en la FECA de la UJED-, ofrecen muchos puntos de vista y una enorme cantidad de opiniones esclarecedoras. Cada libro o ensayo que se publica ofrece siempre un nuevo enfoque, hay nuevos enfoques incluso dentro de la obra de un mismo autor.

Hoy en día se ha abandonado la perspectiva, siempre pre viciada de etnocentrismo; tal pareciera que el único objetivo de todos los revolucionarios fue la ciudad de México, o que los sucesos regionales sólo pudieran ser conocidos mediante documentos capitalinos. El espectacular desarrollo de la historiografía regional y local ha venido a mostrar que la mayoría de los fenómenos fueron provocados por problemas de la comarca y que tuvieron dinámicas y soluciones absolutamente particulares.

Del mismo modo, hasta hace unos años era historia “desde arriba”. Uno de los cambios epistemológicos más importantes se manifiesta en la atención ahora prestada a personajes secundarios o a la masa que conformó los distintos ejércitos o movimientos revolucionarios; ahora se hace historia “desde abajo”. En la segunda fila, valga la paradoja, hay personajes de primera.

Frecuentemente se debate si es pertinente considerarla concluida hasta que se promulga la Constitución de 1917, ¿o se prolonga hasta la muerte de Carranza, cuando se instaura un régimen de transición, o incluye también los llamados “regímenes de la reconstrucción”? ¿O llega, tal vez con una vitalidad que sorprendería a cualquiera, hasta la creación en 1919 del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del PRI, o cierra el ciclo cuando Lázaro Cárdenas por fin logra emprender una serie de cambios sociales, como el reparto de tierras ejidales o la nacionalización del petróleo?

Cuando sigue habiendo gente que carece de los servicios más elementales, incluso quienes con los pies descalzos mendigan justicia, es claro que la Revolución observa aún asignaturas pendientes. Urge saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. El país debe tener conciencia de la deuda histórica con los pobres.

La historiografía académica de la revolución mexicana difiere de la “oficial” en el hecho que subraya las incongruencias entre los proyectos y la realidad, entre lo que se pretendió hacer y lo que realmente se hizo, entre una legitimidad basada en la democracia y la justicia social y una realidad básicamente autoritaria. Y los ejemplos sobran. Hoy tenemos que contestar una pregunta directa y dura: ¿qué ha cambiado a 114 años de la revolución y a 107 años de la promulgación de la Constitución? Las respuestas posibles son contradictorias. La magnitud de la pobreza es menor, pero la concentración de la riqueza es mayor; la democracia electoral funciona, pero subsiste el verticalismo en el ejercicio del poder gubernamental; la organización judicial es vigorosa, pero el acceso a la justicia continúa muy limitado, predominan la corrupción y la impunidad, la cultura política y jurídica siguen siendo deficientes; la educación ha prosperado en cobertura, pero la calidad es deficiente, existe el derecho al trabajo, pero falta el trabajo mismo, a los campesinos se les dio la tierra nacional, y luego –por la reforma contrarrevolucionaria salinista- se les ha exiliado para buscar sustento en tierra ajena; el Estado es menos opresor, pero tampoco protege a los gobernados frente a la acción delictiva, no existe seguridad pública, ni en la persona ni sus bienes, principal razón de ser de un Estado.

La suma sigue dando cero, tal vez, números negativos. ¿Para qué se gobierna, si no se solucionan los problemas sociales, al contrario se incrementan? Como también se incrementan –cada trienio y sexenio- los politicastros como nuevos ricos en los tres niveles de gobierno. Aquí en Durango, después del saqueo del sexenio gubernamental pasado, seguimos en espera de la verdadera acción de la justicia, como la seguimos esperando de otros sexenios anteriores que siguen en la impunidad.


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