/ domingo 21 de julio de 2024

Exsurge 

Elogio del reposo


En el Evangelio leemos que Jesús les dijo a sus discípulos: «“Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer» (Mc 6,31).

Un lugar solitario para descansar un poco… ello me lleva a pensar en la necesidad del reposo o descanso. Jesús invita a sus discípulos a separarse de la muchedumbre, de su trabajo, y a retirarse con él a un «sitio tranquilo y apartado». Les enseña a hacer lo que hacía él: a equilibrar la acción y la contemplación. Esto es de gran importancia y actualidad.

En nuestra cultura tenemos un dicho proverbial que dice: «vísteme despacio que tengo prisa». El ritmo de la vida ha tomado una velocidad que supera nuestras capacidades de adaptación. Ya no nos gusta la lentitud. «Dense prisa lentamente», decían los latinos. Hoy se ha anulado el adverbio lentamente, y se obedece sólo al verbo: date prisa, corre, apresúrate. El correr ha llegado a ser frecuentemente como un frenesí y una enfermedad. Se dice: «Quien se para está perdido»; pero perdido está también quien no se para nunca. Está perdido detrás de las palabras, imágenes, informaciones, emociones, que cambian vertiginosamente y se consumen rápidamente, sin que haya posibilidad de acercarse a ellas con tranquilidad y albergarlas dentro de los propios espacios interiores.

De este modo, se pierde la capacidad del distanciamiento crítico, que permite analizar los acontecimientos y las experiencias cotidianas. La vida, entonces, ya no es un viaje, sino una simple transferencia. No se tiene tiempo de entender y de gozar de lo que la vida ofrece día a día. Es como viajar en una autopista con la sola preocupación de superar la distancia con el menor tiempo posible sin gozar nada del paisaje por el que se atraviesa. Uno puede encontrarse en el otro fin de la existencia sin haberse dado cuenta de haber vivido. Jesús en el Evangelio no da nunca la impresión de estar asfixiado por la prisa. En nuestro fragmento evangélico de hoy invita, asimismo, a sus discípulos a perder tiempo con él: «Vengan conmigo a un lugar solitario».

Recomienda frecuentemente no afanarse. También a nuestro físico ¡cuánto beneficio recibe de la «lentitud»! Si la lentitud tiene connotaciones evangélicas es importante valorar todas las ocasiones de descanso o de tardanza que están esparcidas a lo largo de la sucesión de los días. El domingo, las fiestas, si se utilizan bien, dan la posibilidad de cortar el ritmo de vida demasiado excitado y de establecer una relación más armónica con las cosas, las personas y, sobre todo, consigo mismo y con Dios.

Una de estas ocasiones de descanso son en la actualidad precisamente los días de vacaciones. Estas son para la mayoría de las personas la única ocasión para descansar un poco, para dialogar con el propio cónyuge de un modo tranquilo, jugar con los hijos, leer cualquier buen libro o contemplar en silencio la naturaleza; en suma, para relajarse. Hacer de las vacaciones un tiempo más frenético que el resto del año significa arruinarlas. En inglés les llaman Holidays, que significa literalmente «días santos». En nuestro idioma la palabra «feria» surgió para designar el «día dedicado al culto». Perder tiempo es, a veces, el modo mejor de reencontrarlo.

Un día el gran poeta Paul Claudel entró en pleno verano en una iglesia alrededor del mediodía, y compuso una oración a la Virgen, que nos puede ayudar:


«Es mediodía. Veo la iglesia abierta.

Es necesario entrar.

Madre de Jesucristo, no vengo para rezar.

No tengo nada que ofrecer y nada que pedir.

Vengo solamente, oh Madre, a mirarte...

No quiero decir nada, mirar sólo tu rostro.

Y dejar cantar al corazón en su propio lenguaje».


Dejar «cantar» al corazón... o llorar, según los casos. Pero denle este espacio a Dios. Vayan a un lugar apartado y silencioso para que descansen con Él..


Twitter: @Noesov

Elogio del reposo


En el Evangelio leemos que Jesús les dijo a sus discípulos: «“Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer» (Mc 6,31).

Un lugar solitario para descansar un poco… ello me lleva a pensar en la necesidad del reposo o descanso. Jesús invita a sus discípulos a separarse de la muchedumbre, de su trabajo, y a retirarse con él a un «sitio tranquilo y apartado». Les enseña a hacer lo que hacía él: a equilibrar la acción y la contemplación. Esto es de gran importancia y actualidad.

En nuestra cultura tenemos un dicho proverbial que dice: «vísteme despacio que tengo prisa». El ritmo de la vida ha tomado una velocidad que supera nuestras capacidades de adaptación. Ya no nos gusta la lentitud. «Dense prisa lentamente», decían los latinos. Hoy se ha anulado el adverbio lentamente, y se obedece sólo al verbo: date prisa, corre, apresúrate. El correr ha llegado a ser frecuentemente como un frenesí y una enfermedad. Se dice: «Quien se para está perdido»; pero perdido está también quien no se para nunca. Está perdido detrás de las palabras, imágenes, informaciones, emociones, que cambian vertiginosamente y se consumen rápidamente, sin que haya posibilidad de acercarse a ellas con tranquilidad y albergarlas dentro de los propios espacios interiores.

De este modo, se pierde la capacidad del distanciamiento crítico, que permite analizar los acontecimientos y las experiencias cotidianas. La vida, entonces, ya no es un viaje, sino una simple transferencia. No se tiene tiempo de entender y de gozar de lo que la vida ofrece día a día. Es como viajar en una autopista con la sola preocupación de superar la distancia con el menor tiempo posible sin gozar nada del paisaje por el que se atraviesa. Uno puede encontrarse en el otro fin de la existencia sin haberse dado cuenta de haber vivido. Jesús en el Evangelio no da nunca la impresión de estar asfixiado por la prisa. En nuestro fragmento evangélico de hoy invita, asimismo, a sus discípulos a perder tiempo con él: «Vengan conmigo a un lugar solitario».

Recomienda frecuentemente no afanarse. También a nuestro físico ¡cuánto beneficio recibe de la «lentitud»! Si la lentitud tiene connotaciones evangélicas es importante valorar todas las ocasiones de descanso o de tardanza que están esparcidas a lo largo de la sucesión de los días. El domingo, las fiestas, si se utilizan bien, dan la posibilidad de cortar el ritmo de vida demasiado excitado y de establecer una relación más armónica con las cosas, las personas y, sobre todo, consigo mismo y con Dios.

Una de estas ocasiones de descanso son en la actualidad precisamente los días de vacaciones. Estas son para la mayoría de las personas la única ocasión para descansar un poco, para dialogar con el propio cónyuge de un modo tranquilo, jugar con los hijos, leer cualquier buen libro o contemplar en silencio la naturaleza; en suma, para relajarse. Hacer de las vacaciones un tiempo más frenético que el resto del año significa arruinarlas. En inglés les llaman Holidays, que significa literalmente «días santos». En nuestro idioma la palabra «feria» surgió para designar el «día dedicado al culto». Perder tiempo es, a veces, el modo mejor de reencontrarlo.

Un día el gran poeta Paul Claudel entró en pleno verano en una iglesia alrededor del mediodía, y compuso una oración a la Virgen, que nos puede ayudar:


«Es mediodía. Veo la iglesia abierta.

Es necesario entrar.

Madre de Jesucristo, no vengo para rezar.

No tengo nada que ofrecer y nada que pedir.

Vengo solamente, oh Madre, a mirarte...

No quiero decir nada, mirar sólo tu rostro.

Y dejar cantar al corazón en su propio lenguaje».


Dejar «cantar» al corazón... o llorar, según los casos. Pero denle este espacio a Dios. Vayan a un lugar apartado y silencioso para que descansen con Él..


Twitter: @Noesov

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