/ domingo 25 de agosto de 2024

Exsurge

La apuesta


A mediados del siglo XVII, el filósofo y matemático Blaise Pascal formuló un pensamiento que hoy conocemos como «La apuesta». Se trata de un argumento que impulsa a creer en Dios. Según el filósofo, todos tenemos la posibilidad de creer o no creer en Dios. Sin embargo, debemos apostar —sostiene el mismo pensador— a que existe, porque tendríamos mucho que ganar y nada que perder. Pensemos: si creemos en Dios y existe, ganamos el cielo. Sí creemos en Dios y no existe, no perdemos nada. Igualmente, si no creemos en Dios y no existe, no pasa nada. Pero, si no creemos en Dios y existe, perdemos todo. En su obra «Pensamientos» él lo dice así: «Vamos a sopesar la ganancia y la pérdida al elegir que Dios existe. Tomemos en consideración estos dos casos: si gana, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apueste a que existe sin dudar». Apostarle a Dios es la conclusión del filósofo.

Hay dos textos bíblicos que me han traído a la mente esta reflexión de Pascal. En ellos se pide hacer una elección libre, para seguir o no seguir a Dios. En el libro de Josué, luego de que el pueblo de Israel llega a la tierra prometida, se les pide hacer una elección: «Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir: ¿a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes habitan? En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor» (Jos 24,2). Josué apuesta por el Dios vivo y verdadero.

En el Evangelio, Jesús les pide también a sus discípulos que se decidan. Después del discurso del pan de vida muchos se escandalizaron y lo abandonaron. Por eso Jesús pregunta a los Doce: «”¿También ustedes quieren dejarme?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo De Dios”». (Jn 6,69). Pedro también apuesta por Jesús, el Hijo del Dios vivo y verdadero.

Hoy la pregunta viene planteada para nosotros y es muy bueno que demos una respuesta. La indecisión no tiene cabida. Leemos en el Apocalipsis 3,15-16: «Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca». Hay que decirle a Dios sí, o no. Si le decimos que sí, tenemos mucho que ganar y nada que perder. Apuéstale a Jesús y vas a ganar.

Repite hoy esas mismas palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». ¿Quién nos va a dar lo que en Jesús encontramos? ¿Un centro comercial? ¿Compras por Internet? ¿Una fiesta nocturna? Todo eso lo podemos disfrutar un momento, pero se acaba. Jesús nunca se acaba, Él tiene para nosotros la vida eterna que ya empezamos a pregustar desde aquí desde la tierra en cada Eucaristía los que creemos en él. Repito, apuéstale a Jesús, decídete por Él y vas a ganar.

Inicié con Pascal y quiero cerrar con él. En su apuesta por Dios, al final de su vida compuso una oración que se encontró después de su muerte cosida en su abrigo, en la solapa interior, muy cerca de su corazón. Era un 23 de noviembre de 1954, desde cerca de las 10:30 de la noche hasta cerca de las 12:30. Estaba en agonía y escribió:

Fuego.

Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob no de filósofos ni de sabios.

Certeza, certeza, certeza, sentimiento, alegría, paz.

Dios de Jesucristo.

Deum meum et Deum vestrum.

Tu Dios será mi Dios.

Olvido del mundo y de todo excepto de Dios.

A Él no se le encuentra sino por las vías enseñadas en el Evangelio.

Grandeza del alma humana.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido.

Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría».

Apostó por Dios y no perdió. Señor, ¿a quién iremos?

Apuéstale a Dios. Apuéstale a Jesús. Tienes mucho que ganar y nada que perder.

La apuesta


A mediados del siglo XVII, el filósofo y matemático Blaise Pascal formuló un pensamiento que hoy conocemos como «La apuesta». Se trata de un argumento que impulsa a creer en Dios. Según el filósofo, todos tenemos la posibilidad de creer o no creer en Dios. Sin embargo, debemos apostar —sostiene el mismo pensador— a que existe, porque tendríamos mucho que ganar y nada que perder. Pensemos: si creemos en Dios y existe, ganamos el cielo. Sí creemos en Dios y no existe, no perdemos nada. Igualmente, si no creemos en Dios y no existe, no pasa nada. Pero, si no creemos en Dios y existe, perdemos todo. En su obra «Pensamientos» él lo dice así: «Vamos a sopesar la ganancia y la pérdida al elegir que Dios existe. Tomemos en consideración estos dos casos: si gana, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apueste a que existe sin dudar». Apostarle a Dios es la conclusión del filósofo.

Hay dos textos bíblicos que me han traído a la mente esta reflexión de Pascal. En ellos se pide hacer una elección libre, para seguir o no seguir a Dios. En el libro de Josué, luego de que el pueblo de Israel llega a la tierra prometida, se les pide hacer una elección: «Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir: ¿a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes habitan? En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor» (Jos 24,2). Josué apuesta por el Dios vivo y verdadero.

En el Evangelio, Jesús les pide también a sus discípulos que se decidan. Después del discurso del pan de vida muchos se escandalizaron y lo abandonaron. Por eso Jesús pregunta a los Doce: «”¿También ustedes quieren dejarme?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo De Dios”». (Jn 6,69). Pedro también apuesta por Jesús, el Hijo del Dios vivo y verdadero.

Hoy la pregunta viene planteada para nosotros y es muy bueno que demos una respuesta. La indecisión no tiene cabida. Leemos en el Apocalipsis 3,15-16: «Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca». Hay que decirle a Dios sí, o no. Si le decimos que sí, tenemos mucho que ganar y nada que perder. Apuéstale a Jesús y vas a ganar.

Repite hoy esas mismas palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». ¿Quién nos va a dar lo que en Jesús encontramos? ¿Un centro comercial? ¿Compras por Internet? ¿Una fiesta nocturna? Todo eso lo podemos disfrutar un momento, pero se acaba. Jesús nunca se acaba, Él tiene para nosotros la vida eterna que ya empezamos a pregustar desde aquí desde la tierra en cada Eucaristía los que creemos en él. Repito, apuéstale a Jesús, decídete por Él y vas a ganar.

Inicié con Pascal y quiero cerrar con él. En su apuesta por Dios, al final de su vida compuso una oración que se encontró después de su muerte cosida en su abrigo, en la solapa interior, muy cerca de su corazón. Era un 23 de noviembre de 1954, desde cerca de las 10:30 de la noche hasta cerca de las 12:30. Estaba en agonía y escribió:

Fuego.

Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob no de filósofos ni de sabios.

Certeza, certeza, certeza, sentimiento, alegría, paz.

Dios de Jesucristo.

Deum meum et Deum vestrum.

Tu Dios será mi Dios.

Olvido del mundo y de todo excepto de Dios.

A Él no se le encuentra sino por las vías enseñadas en el Evangelio.

Grandeza del alma humana.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido.

Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría».

Apostó por Dios y no perdió. Señor, ¿a quién iremos?

Apuéstale a Dios. Apuéstale a Jesús. Tienes mucho que ganar y nada que perder.

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