/ domingo 6 de octubre de 2024

Exsurge

Esclerokardía


En griego, «dureza de corazón» se dice esclerokardía. Como la esclerosis, que endurece patológicamente los nervios, y cardiología, el estudio del corazón. Esclerokardía. Muy común en nuestra época, que va eliminando sensibilidades que nos dan humanidad y hace de piedra los corazones. Y se nota claramente en lo indiferente que nos volvemos ante las situaciones: leemos una noticia dolorosa y a los cuantos minutos ha quedado sustituida por otra noticia o una nueva ocupación. Vemos algo que nos conmueve pero rápido nos blindamos con una coraza que hace impenetrables nuestros corazones como método de defensa para no sentirnos vulnerables o ser dañados.

Jesús hizo patente esta patología interior cuando sus discípulos le preguntan la razón por la que Moisés permitió el divorcio, «por la dureza de su corazón», diagnostica inmediatamente el Señor. Y más allá de limitarse a condenar el divorcio, se trata aquí de entender la raíz del conflicto humano, cuando en una relación de cualquier tipo el corazón comienza a endurecerse y, por lo tanto, a cerrarse. Las discusiones, las peleas, el dejarse de hablar, las separaciones —y esto entre cónyuges, familiares, grupos o partidos, incluso ante sociedades— se debe a la esclerokardía. Un corazón duro ya no se pone en el lugar del otro, ya no tolera una equivocación, ya no perdona.

Frente a gestos de cariño y bondad de corazón, se alza la soberbia, la indiferencia o la incapacidad de perdonar. Los conflictos entonces se hacen insalvables y vienen las peleas y las rupturas y separaciones. El divorcio es un síntoma de esta patología llamada esclerokardía. Pensemos en una pareja de recién casados. Felices, enamorados. El corazón está sensible hacia el otro, de manera que ayuda, acompaña, perdona, acaricia, sirve. Pero el corazón empieza a hacerse duro. Y entonces comienza el egoísmo, donde el cónyuge piensa que todo le está permitido y todo se lo merece. Donde ya no respeta al otro. Entonces viene la soberbia que ya no tolera una equivocación y menos ayuda a superarla. Donde ya literalmente no me importa el otro y me da igual lo que quiere o siente, lo que necesita o tiene para dar. Esclerokardía.

¿Y cuál es el remedio para esta enfermedad? Pensemos en una imagen tan querida por la mayoría de nosotros los creyentes. El Sagrado Corazón de Jesús. Sí lo traemos a la mente percibimos los detalles. Un corazón incendiado con fuego de amor, no apagado, frío, blindado. Un corazón con una corona de espinas alrededor, porque amar cuesta, hay cierto grado de dolor en el amor para que sea real. Para amar hay que hacer grandes esfuerzos. Y por eso mismo es un corazón traspasado. Los humanos somos imperfectos, así que en el amor habrá heridas, es impensable que humanamente siempre todo sea perfecto. Si no somos conscientes de que amar cuesta, de que amar hiere y de que amar enciende, entonces estamos destinados a la esclerokardía.

Quiero terminar con un ejemplo y una oración. Escribo este texto en un vuelo de más de doce horas de duración. En los asientos de al lado del avión viene una pareja. Dos personas mayores que prácticamente se duermen en cuanto iniciamos el movimiento. Después de unas horas, la señora sube los pies en las piernas de su esposo mientras él empieza a darle masaje con la paciencia que solo dan los años. No le pidió permiso para subirlos, tampoco le solicitó el masaje, pero se entienden. Pienso en todas las veces que habrán discutido a lo largo de los años. En los problemas que atravesarían. En las tentaciones que soportarían. Pero no cedieron a la dureza de corazón. Al mismo tiempo, un bebé llora asientos más adelante. Los jóvenes papás están preocupados porque no deja dormir a las demás personas y se turnan para tratar de calmar al asustado niño. Cuesta el amor, pero mantiene vivo. Ojalá nunca se endurezca su corazón. En la oración quiero tener presente a quienes atraviesan problemas porque se van endureciendo sus corazones.

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