/ domingo 20 de octubre de 2024

Exsurge

Omnipotencia e Impotencia


El poder es uno de los grandes atractivos que el mundo nos ofrece. Tanto que lo podemos convertir en un ídolo, es decir, postrarnos ante él para conseguirlo a como dé lugar y adorarlo como si fuera nuestro Dios. El poder seduce.

Y es que pensamos que el poder es una especie de autoafirmación, es decir, que para mostrar que yo valgo o que yo importo, necesito tener poder. Se confunde con el deseo de tener fuerza, que es natural en el ser humano y en todos los seres vivientes. La diferencia está en que la fuerza me ayuda a superarme de una manera positiva, mientras que el poder me invita a imponerme sobre los demás. Curiosamente la voluntad de imposición muchas veces no muestra más que la debilidad. Quizás aquello que se necesita imponer se debe a que es débil en sí mismo. Lo que necesita imponerse es porque no se acepta por su propia fuerza.

¿Qué recomendación podemos encontrar frente a la idolatría del poder? Vayamos al Evangelio. En el capítulo 10 de San Marcos leemos: «Se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. Él les dijo: “¿Qué es lo que desean?”. Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les replicó: “No saben lo que piden”». Se ve, como diría Nietzche en una de sus famosas obras, una “voluntad de poder” en estos dos discípulos. Ante esto, los demás Apóstoles se indignan y Jesús les dice: «Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos».

Así, después de aquello sobre el dinero, tenemos la ocasión de escuchar el juicio del Evangelio sobre otro de los grandes ídolos del mundo: el poder. ¿Qué ha hecho Dios? Se ha despojado de su omnipotencia; de «omnipotente» se ha hecho «impotente». «Se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo» (Flp 2, 7). Ha transformado el poder en servicio. Hay un momento, en los relatos de la Pasión, en que esta impotencia de Dios aparece con toda su cruda realidad en Cristo. En el pretorio de Pilatos, Jesús tiene una corona de espinas sobre la cabeza, un manto de burla sobre las espaldas, las manos atadas hasta tal punto de no poder mover ni siquiera un dedo. Y alrededor están los soldados, que se ríen de él. Una descripción profética de este salvador «impotente». Se revela, así, un nuevo poder, el de la cruz. Con ella Jesús «Derriba del trono a los poderosos» (Lc 1,52).

Ahora bien, al hablar del poder podemos pensar en los gobernantes —de quienes irónicamente Jesús dice que gobiernan «como si fueran los dueños», pues en realidad no lo son—, en los políticos, en los que mandan. Pero a veces nosotros mismos tomamos esta actitud. Hay dentro de nosotros una torreta de mando desde donde impartimos órdenes y emitimos juicios y sentencias sobre el mundo entero. Somos, al menos en los deseos, «poderosos sobre tronos». Está, después, el espacio de la familia. También, allí es posible, desgraciadamente, que se manifieste nuestra innata voluntad de dominio y de engaño causando continuos sufrimientos a quien es nuestra víctima, hijos, pareja, etc.

¿Qué opone el Evangelio frente al poder? ¡El servicio! Un poder para los demás, no sobre los demás. El poder confiere autoridad; pero el servicio otorga algo más, competitividad; esto es, respeto, estima, real ascendencia sobre los demás. Al poder, el Evangelio opone igualmente la no-violencia, esto es, un poder de otro tipo, moral, no físico. Jesús decía que habría podido pedirle al Padre doce legiones de ángeles para desbaratar a los enemigos, que estaban apunto de venir a crucificarlo (Mt 26,53); pero prefirió orar por ellos. Y fue así cómo consiguió la victoria. No obstante, el servicio no se expresa siempre y sólo con el silencio y la sumisión al poder. A veces, se puede estimular a levantar valientemente la voz contra él y contra sus abusos.

Entre las cosas tristes que Jesús ha experimentado en su vida, ha estado precisamente el abuso de poder. Sobre él han actuado los poderes políticos y religiosos del tiempo: Herodes, el Sanedrín, Pilatos. Por eso, él está cercano y puede consolar a todos los que en cualquier ambiente (en la familia, en la comunidad, en la sociedad civil) han vivido la experiencia sobre sí de un poder malo y tiránico. Con su ayuda, con la ayuda de Jesús, es posible, como ha hecho él, no «sucumbir al mal» y, por el contrario, vencer «al mal con el bien» (Rm 12,21).

Pidamos a Dios no el poder, sino la fuerza, no no ponernos sobre los demás sino ponernos a su servicio.

Omnipotencia e Impotencia


El poder es uno de los grandes atractivos que el mundo nos ofrece. Tanto que lo podemos convertir en un ídolo, es decir, postrarnos ante él para conseguirlo a como dé lugar y adorarlo como si fuera nuestro Dios. El poder seduce.

Y es que pensamos que el poder es una especie de autoafirmación, es decir, que para mostrar que yo valgo o que yo importo, necesito tener poder. Se confunde con el deseo de tener fuerza, que es natural en el ser humano y en todos los seres vivientes. La diferencia está en que la fuerza me ayuda a superarme de una manera positiva, mientras que el poder me invita a imponerme sobre los demás. Curiosamente la voluntad de imposición muchas veces no muestra más que la debilidad. Quizás aquello que se necesita imponer se debe a que es débil en sí mismo. Lo que necesita imponerse es porque no se acepta por su propia fuerza.

¿Qué recomendación podemos encontrar frente a la idolatría del poder? Vayamos al Evangelio. En el capítulo 10 de San Marcos leemos: «Se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. Él les dijo: “¿Qué es lo que desean?”. Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les replicó: “No saben lo que piden”». Se ve, como diría Nietzche en una de sus famosas obras, una “voluntad de poder” en estos dos discípulos. Ante esto, los demás Apóstoles se indignan y Jesús les dice: «Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos».

Así, después de aquello sobre el dinero, tenemos la ocasión de escuchar el juicio del Evangelio sobre otro de los grandes ídolos del mundo: el poder. ¿Qué ha hecho Dios? Se ha despojado de su omnipotencia; de «omnipotente» se ha hecho «impotente». «Se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo» (Flp 2, 7). Ha transformado el poder en servicio. Hay un momento, en los relatos de la Pasión, en que esta impotencia de Dios aparece con toda su cruda realidad en Cristo. En el pretorio de Pilatos, Jesús tiene una corona de espinas sobre la cabeza, un manto de burla sobre las espaldas, las manos atadas hasta tal punto de no poder mover ni siquiera un dedo. Y alrededor están los soldados, que se ríen de él. Una descripción profética de este salvador «impotente». Se revela, así, un nuevo poder, el de la cruz. Con ella Jesús «Derriba del trono a los poderosos» (Lc 1,52).

Ahora bien, al hablar del poder podemos pensar en los gobernantes —de quienes irónicamente Jesús dice que gobiernan «como si fueran los dueños», pues en realidad no lo son—, en los políticos, en los que mandan. Pero a veces nosotros mismos tomamos esta actitud. Hay dentro de nosotros una torreta de mando desde donde impartimos órdenes y emitimos juicios y sentencias sobre el mundo entero. Somos, al menos en los deseos, «poderosos sobre tronos». Está, después, el espacio de la familia. También, allí es posible, desgraciadamente, que se manifieste nuestra innata voluntad de dominio y de engaño causando continuos sufrimientos a quien es nuestra víctima, hijos, pareja, etc.

¿Qué opone el Evangelio frente al poder? ¡El servicio! Un poder para los demás, no sobre los demás. El poder confiere autoridad; pero el servicio otorga algo más, competitividad; esto es, respeto, estima, real ascendencia sobre los demás. Al poder, el Evangelio opone igualmente la no-violencia, esto es, un poder de otro tipo, moral, no físico. Jesús decía que habría podido pedirle al Padre doce legiones de ángeles para desbaratar a los enemigos, que estaban apunto de venir a crucificarlo (Mt 26,53); pero prefirió orar por ellos. Y fue así cómo consiguió la victoria. No obstante, el servicio no se expresa siempre y sólo con el silencio y la sumisión al poder. A veces, se puede estimular a levantar valientemente la voz contra él y contra sus abusos.

Entre las cosas tristes que Jesús ha experimentado en su vida, ha estado precisamente el abuso de poder. Sobre él han actuado los poderes políticos y religiosos del tiempo: Herodes, el Sanedrín, Pilatos. Por eso, él está cercano y puede consolar a todos los que en cualquier ambiente (en la familia, en la comunidad, en la sociedad civil) han vivido la experiencia sobre sí de un poder malo y tiránico. Con su ayuda, con la ayuda de Jesús, es posible, como ha hecho él, no «sucumbir al mal» y, por el contrario, vencer «al mal con el bien» (Rm 12,21).

Pidamos a Dios no el poder, sino la fuerza, no no ponernos sobre los demás sino ponernos a su servicio.

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