Resignación
Resigna-ción Pienso en esta palabra continuamente repetida ante el luto por el fallecimiento de algún ser querido. Al principio nos suena como un lugar común, es decir, como algo a lo que estamos acostumbrados a escuchar a manera de condolencias, sin embargo, encierra un significado más profundo que vale la pena comprender para darle el sentido debido y, así, usarla conscientemente, tanto si se la decimos a otra persona o si nos toca recibirla en algún momento complicado.
En su sentido etimológico, resignar viene del latín resignare, donde «re» da el sentido de «volver atrás», «nuevamente», mientras «signare» significaría «señalar», «marcar», «hacer un signo». Podemos interpretar este vocablo, por lo tanto, como «darle un nuevo signo a la realidad vivida». Ante una situación dolorosa o triste, hay que resignarla o reinterpretarla, darle un nuevo valor o significado para no sumirnos en la oscuridad que a veces amenaza con atormentarnos.
No se trata, entonces, de una actitud pasiva, de quedarse padeciendo con los brazos cruzados, «resignado» (en sentido negativo) ante lo que padezco, sino de darle un sentido nuevo para levantarme y continuar con la ruta de la vida que cada uno está llamado a recorrer.
Cuando alguien nos dice «pronta resignación» no hay que entenderlo como un «acepta lo que te sucedió porque no puedes hacer nada», más bien hay que interpretarlo como un «dale sentido a ese acontecimiento como un signo que te impulse a continuar». ¿Cómo sería esto? No quedándome en el lamento por la pérdida de un ser querido, sino en el agradecimiento por su vida, por su persona, por el legado que nos deja.
No quedándome en la tristeza, sino tomando fuerza para que lo que vivo sea un homenaje de vida para quienes ya no están físicamente con nosotros. Resignarse ante el luto por el fallecimiento de alguien, es, por tanto, reinterpretar a la luz de Dios y de la vida de nuestros seres queridos su paso por este mundo, en espera de la Vida eterna. Y aquí cada quién tendrá esos signos que le den valor a la persona que recordemos.
El dolor ante la muerte de una persona mayor puede convertirse en agradecimiento por todos los años que el Señor nos los concedió. Ante la pérdida física de una madre o un padre, de un hermano o familiar, de un hijo, de alguien a quien quisimos mucho como son las parejas o los amigos, de alguien significativo para nuestras vidas, tenemos la posibilidad de valorar lo que de ellos aprendimos, lo que con ellos vivimos, lo que nos dejan como legado con su testimonio de vida o los consejos que nos dieron para vivir mejor y que ahora nos impulsan a vivirlo.
Es hacer de nuestra vida un homenaje a su vida, mientras luchamos para que su memoria permanezca y su recuerdo sea positivo. Desde nuestra fe sostenemos que «el amor es más fuerte que la muerte» (Cant 8,6) y ese es el mejor signo para reinterpretar, para resignar. La prueba más grande que tenemos de que nuestros seres queridos difuntos están vivos en Dios es que les amamos. Porque no podemos amar lo que no existe.
Y si les amamos es porque existen. Existen en Dios, existen en nuestros corazones y, ojalá, vivan en nuestras propias vidas, pues ahí reflejaremos el nuevo signo que se ha impreso en nosotros. A todos los que han perdido un ser querido, pronta resignación, es decir, pronta valoración de sus vidas, sus memorias, su descanso en las manos firmes y bondadosas de Dios. En memoria de todos nuestros fieles difuntos.
X: @Noesov