/ domingo 10 de noviembre de 2024

Exsurge

Te daré lo mejor de mí


Llega la nieta pequeña a la casa de los abuelos, quienes siempre lo reciben con una sonrisa en el rostro y una mirada iluminada por la alegría. Los nietos se han convertido en los consentidos de esa casa. La niña se dirige al frutero para tomar algo para comer y toma una manzana que ya no se veía tan bien. «Esa no», le dice la abuela apresurándose a quitársela de la mano, mientras elige la mejor manzana de la casa y, después de desinfectarla —que las cosas hay que hacerlas bien—, se la entrega a la nieta. La mamá de la niña, curada de espantos en la crianza de su hija, levanta la voz y le dice: «Déjala, no le pasa nada», a lo que la abuela concluye: «En esta casa, a ella, se le da lo mejor que tenemos, no lo que nos sobra».

Cierto día, Jesús estaba en el templo viendo a las personas que se acercaban a dejar su ofrenda, muchos ricos daban en abundancia. «En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: "Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado lo que les sobraba; pero ella, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir"» (Mc 12,41-44).

Visto desde aquí, podemos aplicar este pasaje a los bienes materiales, pero yo quiero fijarme más a otro tipo de bienes más profundos, como el tiempo, la atención, la vida misma. Si una abuelita le da lo mejor que tiene a su nieta querida, una pobre viuda —que en general en tiempos de Jesús ocupaban el último lugar en la escala social— le da todo lo que tiene para vivir a Dios, ¿nosotros no podremos dar lo mejor de nosotros en lo que somos y tenemos? ¿Por qué tantas veces damos lo que nos sobra y no lo que tenemos para vivir?

Quisiera que hoy hiciéramos este compromiso: «te daré lo mejor de mí». Aplícalo en primer lugar a Dios. ¡Cuántas veces decimos, es que no tengo tiempo de orar, de ir al Santísimo, de ir a Misa! Porque a Dios le damos lo que nos sobra. Lo que nos sobra de tiempo, lo que nos sobra de fuerza, lo que nos sobra de descanso. ¿Y si a Dios le damos lo mejor de nosotros? ¿No le dedicaremos un tiempo especial de nuestra jornada como a alguien muy importante más allá de lo urgente? ¿No tendremos en el centro nuestro alimento espiritual, que después nos dará fuerza para afrontar todas las demás cosas? Si a Dios le damos lo mejor de nosotros, no lo que nos sobra, entonces veremos cómo todo se ilumina y se vuelve mejor.

Lo mismo hagamos del tiempo con quien de verdad nos importa. Los hijos, la persona amada, los papás. «Te daré lo mejor de mí, no lo que me sobra». Se trata de un estilo de vida más que una actitud momentánea. Una virtud más que una moda. Es el «magis» de los antiguos latinos, el «plus» de los griegos, el «siempre mejor» de cada uno de nosotros. Y no se trata solo de a ver si doy «más», sino de si doy lo «mejor». No demos lo que nos sobra, demos lo que tenemos para vivir.

A veces podemos pensar que dedicar tiempo a Dios puede ser tiempo perdido, que lo podría emplear en algo más productivo, que hay cosas más importantes que hacer. Y sin embargo, Dios nos sorprende. Porque cuando le das lo mejor a Él, todo lo demás se plenifica y se multiplica. El amor a Dios sobre todas las cosas nos hace amar mejor a quienes nos rodean. El tiempo dado a Dios nos proporciona mejores tiempos de calidad con nuestros seres queridos o en nuestros trabajos. La vida ofrecida a Dios, nos da una mejor vida bien vivida.

Cuando el Padre Arrupe, superior de los Jesuitas en los años 70’s, citó a capítulo general a los miembros de la Compañía, les interpeló con estas palabras: «Es mucha verdad que los problemas nos desbordan y que no lo podemos todo. Pero lo poco que podemos, ¿lo hacemos todo?».

Esta pregunta nos acompañe.

A Dios no le demos lo que nos sobra. A Dios le damos lo mejor de nosotros, le damos lo que tenemos para vivir.

«Señor Dios, te daré lo mejor de mí».

X/Twitter: @Noesov

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