/ martes 26 de noviembre de 2024

Grupo de los Veinte

Nota editorial. Internacionalista y analista política.

El 18 y 19 de noviembre, se llevó a cabo la Cumbre de Líderes del Grupo de los Veinte (G20) en Brasil a la que acudieron Jefes de Estado, Cancilleres, al igual que otros funcionarios de alto rango de las 20 principales economías del mundo. En medio de una arena global donde hay un riesgo inminente en la escalada de conflictos, especialmente en Gaza y Ucrania, los actores internacionales trataron de apegarse a la práctica diplomática. Esto con el fin de concertar alianzas que den cabida a la cooperación dentro del nuevo internacionalismo, el cual contempla el establecimiento de otros vínculos en materias como: (1) Política para la llegada de acuerdos de cooperación; (2) económica para el robustecimiento de industrias estratégicas; (3) comercial, misma que conlleva diferentes rutas marítimas, aéreas y terrestres; (4) militar para la preservación de intereses nacionales compartidos; así como (5) cultural para la promoción de un frente aspirante a hegemonizar el sistema internacional.

Por un lado, se compartieron posturas de política exterior que dejaron ver, al menos un poco, la agenda a la que los actores se adherirán en el transcurso de la reconfiguración geopolítica. Si bien se esperaba que la crisis medioambiental ocupara el lugar central en el encuentro, las materias antes mencionadas se impusieron en las negociaciones en el marco del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Esto debido a que el ajedrez internacional obedecerá en buena parte a las decisiones que tome esta nueva administración. Por lo que, las discusiones respecto al calentamiento global resultaron ser un formalismo colectivo, ante las concesiones políticas y económicas que implica hacer frente a este problema en medio de la construcción de un nuevo orden mundial. De ahí que los países hayan abordado los temas cautelosamente para salvaguardar sus intereses nacionales en el contexto de una carrera hegemónica.

Por otro lado, se debe reconocer la apuesta por la multilateralidad a pesar de que la arena global ha alcanzado un nivel elevado de tensión. Luego del alivio de las restricciones para el uso de misiles estadounidenses por parte de Washington a Kiev, la práctica diplomática para la llegada a acuerdos de cooperación se vuelve menos factible. Propiciando, entonces, un escenario susceptible a tener una escalada de conflicto y, con ello, un rompimiento de todas las convenciones que componen al derecho internacional. De manera que la disposición por parte de los países para seguir adhiriéndose a los ordenamientos jurídicos internacionales muestra la capacidad de negociación a la que todavía pueden recurrir respecto a las cuestiones que se pueden ver afectadas por la guerra.

Sin embargo, es importante no dejar de ver el riesgo inminente que hay sobre un cambio repentino en los campos de batalla. Ya que, de ser así, el involucramiento directo de otros países en el terreno donde se define la configuración geopolítica conllevaría el abandono de las responsabilidades legales que los actores tienen para preservar la seguridad internacional. La cual engloba la protección alimentaria, energética, sanitaria, medioambiental, económica, política y social. Por lo que, de que los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los cuales también son parte del G20, participaran directamente en la guerra de Ucrania, los acuerdos suscritos en las cuestiones mencionadas carecerían de prioridad e incluso viabilidad. Esto debido a que el último organismo concentra más del 80% del Producto Interno Bruto (PIB) global y el gasto se transferiría aún más a la industria militar. Lo que vuelve a la diplomacia más vulnerable.

Consecuentemente, se puede ver que la Declaración derivada de la Cumbre es significativamente ambigua en las formas de cooperación para la disuasión de una escalada de conflicto y limitada respecto a denuncias dirigidas específicamente a los países involucrados en las guerras. La reconfiguración geopolítica complica las formas concretas de cooperación direccionando este tipo de encuentros a la exposición de la agenda de política exterior que los países tienen en el corto plazo en función de las condiciones internacionales. Lo que hace que la concertación de alianzas estratégicas para hacer frente a otro tipo de problemáticas de seguridad internacional se vuelva más complicadas. De ahí que esta Cumbre haya fallado de neutralizar la incertidumbre de la arena global.

Mientras tanto, queda ver las declaraciones, así como las acciones que los actores tomen a nivel doméstico con el fin de aumentar su resiliencia ante la volatilidad internacional antes de la toma de protesta de Donald Trump el 20 de enero de 2025. Si bien sólo se pueden hacer previsiones sobre la administración republicana, misma que rompe con el establishment americano, es probable que la dinámica intercontinental que se ha adoptado cambie notoriamente. Presionando, entonces, a las regiones a relaciones menos flexibles en materia política, económica, comercial, militar y cultural, como ya se había mencionado. Es evidente que en un sistema internacional donde resurge el realismo, la multilateralidad comienza a carecer de efectividad y, con ello, foros como el G20.

Nota editorial. Internacionalista y analista política.

El 18 y 19 de noviembre, se llevó a cabo la Cumbre de Líderes del Grupo de los Veinte (G20) en Brasil a la que acudieron Jefes de Estado, Cancilleres, al igual que otros funcionarios de alto rango de las 20 principales economías del mundo. En medio de una arena global donde hay un riesgo inminente en la escalada de conflictos, especialmente en Gaza y Ucrania, los actores internacionales trataron de apegarse a la práctica diplomática. Esto con el fin de concertar alianzas que den cabida a la cooperación dentro del nuevo internacionalismo, el cual contempla el establecimiento de otros vínculos en materias como: (1) Política para la llegada de acuerdos de cooperación; (2) económica para el robustecimiento de industrias estratégicas; (3) comercial, misma que conlleva diferentes rutas marítimas, aéreas y terrestres; (4) militar para la preservación de intereses nacionales compartidos; así como (5) cultural para la promoción de un frente aspirante a hegemonizar el sistema internacional.

Por un lado, se compartieron posturas de política exterior que dejaron ver, al menos un poco, la agenda a la que los actores se adherirán en el transcurso de la reconfiguración geopolítica. Si bien se esperaba que la crisis medioambiental ocupara el lugar central en el encuentro, las materias antes mencionadas se impusieron en las negociaciones en el marco del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Esto debido a que el ajedrez internacional obedecerá en buena parte a las decisiones que tome esta nueva administración. Por lo que, las discusiones respecto al calentamiento global resultaron ser un formalismo colectivo, ante las concesiones políticas y económicas que implica hacer frente a este problema en medio de la construcción de un nuevo orden mundial. De ahí que los países hayan abordado los temas cautelosamente para salvaguardar sus intereses nacionales en el contexto de una carrera hegemónica.

Por otro lado, se debe reconocer la apuesta por la multilateralidad a pesar de que la arena global ha alcanzado un nivel elevado de tensión. Luego del alivio de las restricciones para el uso de misiles estadounidenses por parte de Washington a Kiev, la práctica diplomática para la llegada a acuerdos de cooperación se vuelve menos factible. Propiciando, entonces, un escenario susceptible a tener una escalada de conflicto y, con ello, un rompimiento de todas las convenciones que componen al derecho internacional. De manera que la disposición por parte de los países para seguir adhiriéndose a los ordenamientos jurídicos internacionales muestra la capacidad de negociación a la que todavía pueden recurrir respecto a las cuestiones que se pueden ver afectadas por la guerra.

Sin embargo, es importante no dejar de ver el riesgo inminente que hay sobre un cambio repentino en los campos de batalla. Ya que, de ser así, el involucramiento directo de otros países en el terreno donde se define la configuración geopolítica conllevaría el abandono de las responsabilidades legales que los actores tienen para preservar la seguridad internacional. La cual engloba la protección alimentaria, energética, sanitaria, medioambiental, económica, política y social. Por lo que, de que los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los cuales también son parte del G20, participaran directamente en la guerra de Ucrania, los acuerdos suscritos en las cuestiones mencionadas carecerían de prioridad e incluso viabilidad. Esto debido a que el último organismo concentra más del 80% del Producto Interno Bruto (PIB) global y el gasto se transferiría aún más a la industria militar. Lo que vuelve a la diplomacia más vulnerable.

Consecuentemente, se puede ver que la Declaración derivada de la Cumbre es significativamente ambigua en las formas de cooperación para la disuasión de una escalada de conflicto y limitada respecto a denuncias dirigidas específicamente a los países involucrados en las guerras. La reconfiguración geopolítica complica las formas concretas de cooperación direccionando este tipo de encuentros a la exposición de la agenda de política exterior que los países tienen en el corto plazo en función de las condiciones internacionales. Lo que hace que la concertación de alianzas estratégicas para hacer frente a otro tipo de problemáticas de seguridad internacional se vuelva más complicadas. De ahí que esta Cumbre haya fallado de neutralizar la incertidumbre de la arena global.

Mientras tanto, queda ver las declaraciones, así como las acciones que los actores tomen a nivel doméstico con el fin de aumentar su resiliencia ante la volatilidad internacional antes de la toma de protesta de Donald Trump el 20 de enero de 2025. Si bien sólo se pueden hacer previsiones sobre la administración republicana, misma que rompe con el establishment americano, es probable que la dinámica intercontinental que se ha adoptado cambie notoriamente. Presionando, entonces, a las regiones a relaciones menos flexibles en materia política, económica, comercial, militar y cultural, como ya se había mencionado. Es evidente que en un sistema internacional donde resurge el realismo, la multilateralidad comienza a carecer de efectividad y, con ello, foros como el G20.

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