Hagamos siempre el bien sin importar que mal nos paguen; ya que el bien se siembra en la tierra y se cosecha en el cielo.
Una amistad de calidad radica precisamente en el interés de que, al sufragar las necesidades de los demás en son de apoyo y adhesión, sufragamos también las nuestras y hacemos patente nuestra incondicional solidaridad. Una genuina amistad es sin duda una funcional y significativa extensión de las naturales leyes de la vida: “Lo que damos es lo que recibimos”. “Lo que entregamos es lo que se regresa”. “Lo que sembramos es lo que cosechamos”.
Lamentablemente, cuantas veces resulta imposible querer vivir bien, conviviendo sanamente con los demás, porque siempre hay a nuestro alrededor gente amargada, sin ilusiones y, no queremos ser parte de su aflicción, dejándolos que fluyan sin engancharnos con ellos, por nuestro bien y el de quienes amamos. Deseamos en verdad que nuestra presencia y nuestro mensaje ayuden a iluminar su realidad y encuentren el bienestar.
En tal situación no importan nuestras circunstancias, lo fundamental es demostrar nuestra concordia. No nos sintamos menos y olvidados, todos somos la sal de la tierra: tanto en la tranquilidad hay salud como plenitud dentro de nosotros mismos. Perdonémonos, aceptémonos, reconozcámonos y amémonos, que tenemos que vivir nuestro yo con objetividad y bienestar. Y, hoy más que nunca tenemos que despertar nuestra humanidad porque cada día estamos sometidos a un mundo más abierto tecnológicamente hablando y requerimos con urgencia de una elocuente calidad moral.
No hay mayor ejercicio para aumentar la autoestima que sabernos creados y amados por Dios, con una facultad única e irrepetible. Por supuesto que no hay nadie en el mundo idéntico a nosotros, con los mismos sentimientos, fortalezas o debilidades. Todos somos diferentes y, sabernos así nos ayuda a aumentar nuestra autoestima.
Las comparaciones son odiosas y más cuando dedicamos tiempo preguntándonos e intentando responder “¿Por qué yo?” “¿Por qué me suceden estas cosas? Dios nos ama como somos y depende de nosotros descubrir nuestra misión, aquello que traza la mente en nuestro camino y que nos hace únicos e irrepetibles.
Nada ni nadie debe obstaculizar nuestro verdadero talento; que la adversidad no nos haga dudar de lo que valemos y realmente somos. No dejemos que la crítica malsana trunque nuestros sueños e ilusiones. Los obstáculos aparecen para fortalecer la voluntad y, ayudar a valorar el éxito. Quienes han probado las mieles al haber logrado lo que han deseado, saben que el camino no es fácil e inútil tampoco ninguna parte del trayecto. Han aprendido que el encuentro con personas que no soportan su éxito, lo expresan con agresividad o envidia; es parte del desarrollo y crecimiento personal. Lo bueno cuesta… ¡y mucho!
Una autoestima alta nos hace sentir que lo bueno está destinado para nosotros; a veces tarda pero siempre llega. Es increíble como atraemos a nuestra vida a gente similar a como nos sentimos. Es consecuencia de ese poder de atracción que todos poseemos pero que no todos sabemos manejar a nuestro favor. Todos tenemos la capacidad de atraer a nuestras vidas a personas que están en la misma frecuencia vibratoria. Si nuestras emociones están basadas en el amor, en la paz, en la alegría, en la fe, la vida acercará o nos aproximará a entes con la misma sensibilidad. Si por el contrario, nuestros actos, palabras, emociones, se sustentan en el miedo, en el rencor o el resentimiento, la vida nos mostrará individuos parecidos.
¡Es nuestra elección! Desear el bien no es anhelar la prosperidad, sino querer que haya luz y entendimiento en lo realizado. Desear el bien, es que se tenga la sabiduría para enmendar un error y seguir nuestro camino sin dañar a nadie. ¡Que el bienestar impere en nuestros hogares!