Uno huele lo que hay en el entorno. Lo que está al paso de cada uno. Lo que encierra el encierro de algunos espacios atiborrados de gente o de cosas. Algunos olores son detestables aun a la intemperie. Producen repudio y uno trata de huir de aquel lugar o de aquella gente que huele “a león”, se dice.
De hecho, el ser humano -hombre o mujer- huelen a lo que consumen y huelen a su propia naturaleza, a veces no tan agradable. En alguna ocasión, bromeando, comentamos que el metro de Madrid huele a ajo. En respuesta dijeron los españoles: “Pero el metro de México huele a cilantro”. ¿Qué será, será? Lo cierto es que cada persona o cada espacio tienen su peculiaridad aromática. Es, digamos, su sello de distinción.
“El olfato es un sentido complejo y sofisticado que permite a los seres humanos y otros animales detectar y distinguir entre miles de olores diferentes. Este sentido juega un papel crucial en la experiencia sensorial, influyendo en comportamientos, emociones y recuerdos, además de tener funciones prácticas importantes como la detección de alimentos, peligros ambientales como el humo o gas tóxico, y feromonas, que son señales químicas implicadas en la comunicación entre individuos de la misma especie.”
Y por eso los seres humanos han inventado algunos aromas para evitar oler a sí mismos, aunque al principio también se hizo para ceremonias rituales.
La maestra Rosita de la Vega, en aquella primaria inolvidable de la colonia Guadalupe Inn, olía bonito, decíamos los niños de primero de primaria. Era nuestra maestra y ya sabíamos que había llegado porque al paso dejaba su aroma angelical… ¿a qué olía? No lo se. Ninguno lo sabíamos. Sólo ella lo sabía.
Pero era feliz. Se sentía a gusto con su aroma. Y nos hacía sentir a gusto a sus alumnos. Su perfume era como “las rosas en desliz”. Y aunque ella no era la hermosura caminante, sí transformaba todo lo que ella tocaba o hacía, porque todo lo impregnaba de aquella esencia tan suya y de nadie más nunca jamás en la vida.
En cambio la maestra de segundo, Josefina JL., olía a sobaco. Y aunque se veía pulcra en su presencia, su aroma era como de muy de ella. Muy en sus esencias y en sus jugos. La diferencia entre ambas estaba en las esencias: la de Rosita era un perfume. Josefina no lo usaba y olía al ser humano tal y como huele el ser humano después de un día agobiante de sol y transporte.
Pues eso. Para evitar los ‘fuchis’ de uno mismo y de otros, el ser humano inventó hace siglos-siglos-siglos, aromas que se imponía en su cuerpo y en sus intimidades para oler a distinto, a distinguido a otro ser humano con más cercanía a lo divino, lo que aumenta la autoestima y agradan a quien los lleva y con quienes se relaciona.
En un principio los aromas agradables los usaban los hombres. Sobre todo los sacerdotes en religiones prehistóricas. No sólo para evitar ese aroma a león ya dicho, sino porque querían adquirir una particularidad distinta, además de que estar frente a su deidad los obligaba a mandarles una señal de respeto y de consideración: su aroma perfumado.
Se ha dicho que el perfume viene de la época de los egipcios, no obstante investigaciones recientes señalan que el origen del perfume se remonta más atrás aún, a la Edad de Piedra, cuando los hombres quemaban maderas aromáticas y resinas que desprendían un olor agradable y se ungían con ellos a modo de ceremonia religiosa.
“Es esta forma aromática, a través del humo, quemando maderas o inciensos, “per fumum” en latín, la que dará lugar posteriormente al término “perfume”. (Lo dicen los libros) Y más:
“Según una tablilla cuneiforme encontrada en Mesopotamia (hacia el año 1200 a.C.), los primeros perfumistas de la historia de los que existe constancia serían mujeres que estaban al servicio del rey Tukulti-Ninurta I creando perfumes con mezclas de flores y plantas como el Cyperus calamus, la mirra y bálsamos. Según parece, las fragancias que elaboraban eran sustancias aromáticas que desprendían un agradable olor y a la vez tenían propósitos medicinales.
“Hay constancia fehaciente de la elaboración de perfumes a partir de esencias naturales. Los egipcios establecen rutas comerciales para abastecerse, al tiempo que van aclimatando plantas de otros países para surtirse de materias como el styrax, el nardo, el azafrán, el gálbano, el opopanax y el ânti, una resina aromática que se utiliza en rituales religiosos. Los relieves del tempo de Deir-el-Bahari recogen el proceso de extracción de esta materia.
“Los perfumes son esenciales en el ceremonial religioso y gracias a fórmulas descritas en pergaminos conocemos bastante de los perfumes litúrgicos. Los sacerdotes egipcios utilizan diferentes esencias según el momento del día: olíbano, conocido en la actualidad como incienso, al amanecer, mirra a mediodía y kyphi al anochecer. Este último es el más conocido de los perfumes egipcios, con una fórmula compleja con gran número de ingredientes.”
Es conocido el caso de la reina Cleopatra VII, reina de Egipto del 51 al 30 a. C. y también de Chipre, Libia y más. Pues ella mandaba a hacer sus esencias para uso exclusivo, en particular le gustaba un aceite con extractos de flores como rosas o violetas y azafrán, con el que impregnaba sus manos; así se sentía a gusto y podía seducir a sus amores para conseguir de ellos también sus esencias, como fuero los romanos Julio César -de quien tuvo un hijo- y Marco Antonio, este la traía arrastrando la cobija y ensuciando el apellido.
Pero, bueno, eso de los perfumes tiene una larguísima historia y es propio de todas las culturas de la humanidad. Hay indicios de la fabricación de perfumes muchos años antes en la India, en China, en Roma (al Nerón le encantaba andar oloroso y perfumado) Y en Grecia.
En este caso comienza en el siglo XIII a.C. por influencia de Creta, Micenas y Chipre y contactos con Egipto y Asia Menor y perdura hasta aproximadamente el año 150 a.C. Para sus perfumes utilizaron plantas mediterráneas que traían los comerciantes fenicios desde diferentes lugares: tomillo, hinojo, rosa, lirio, incienso, mirra, cardamomo, azafrán, con cuyas esencias perfumaban las estatuas de sus dioses, así como los cuerpos de los atletas.
Jesús fue obsequiado con mirra -que es una planta perfumada proveniente de Arabia y Etiopía- por los Reyes Magos, así como también fue ungido en sus pies por María Magdalena, con mirra-.
Y ya más para acá, en 1709, Jean-Marie Farina creó un perfume al que llama “Eau de Cologne” (Agua de Colonia) en honor a la ciudad alemana en la que vivía. Era una solución alcohólica perfumada con esencias de plantas.
Farina le escribió a su hermano donde decía: “Mi perfume recuerda a una hermosa mañana de primavera después de la lluvia. Está hecho de naranjas, limones, bergamotas, flores y frutas de mi país natal. Me refresca mientras estimula mis sentidos y mi imaginación”.
Y de ahí en adelante la perfumería vivió cambios, paso del perfume hecho con esencias naturales, a los sintéticos. Hoy de ambos orígenes. Pero siempre de altísima calidad en la mayoría de los casos.
Y son los franceses los que con mayor entusiasmo desarrollan la industria de la perfumería. Proponen las mejores esencias y aportan distintos aromas siempre innovando y generando una industria que da empleo a miles de trabajadores y se expande por el mundo…
Por supuesto hay otros países que los fabrican a gran escala como Italia, Gran Bretaña, India, China. Pero predomina el olor francés. Surgen Guerlain, Nina Ricci, Chanel 5, Eau de Parfum de Chloé, Dior, Givenchy, Libre Eau de Parfum de YSL... y tantos más de distinta calidad y sabrosura. Recientemente la perfumería mexicana ha desarrollado aromas que no le piden nada a los aromas franceses y europeos en general.
En lo personal prefiero el Shumukh (cuesta 1,150,000 euros). El más caro del mundo. Se vende en Dubái. Es una mezcla de almizcle, rosa turla y sándalo. Su aroma es unisex y perdura 12 horas sobre la piel y hasta 30 días en la ropa. Ejem.
Qué tal. Y, qué bueno, porque eso de andar oliendo a león como que no está bien. Y es bueno aromatizar al mundo y aromatizar nuestros pensamientos porque así nos sentimos a gusto y vemos la sonrisa de quienes nos acompañan como diciendo: “Este sí se bañó”.
“Son tus perjúmenes, mujer, los que me sulibeyan; los que me sulibeyan, son tus perjúmenes, mujer…”