Hace poco más de 20 años, tuve la oportunidad de leer el libro La Personalidad del Paladín, de Fernando Luis Chávez (México, 1999), texto en el que se hace un estudio interesante acerca de la relación que se establece entre la naturaleza del espíritu de un pueblo y los sentimientos de sus instituciones, con la personalidad de los líderes (gobernantes) y su manejo del poder.
En el libro, se hace una breve descripción de hombres universales (paladines), quienes a lo largo de la historia dejaron una huella en el ánimo social por sus obras, su liderazgo y su calidad moral. También, se cita a ciertos personajes nacionales que podrían caracterizarse como líderes o paladines, dado su protagonismo positivo en el quehacer de gobierno en este país.
En principio, se dice que el espíritu de un pueblo se construye con ideas que conforman una idiosincrasia; con el impulso y la participación de su gente en la toma de decisiones; esa gente sincera y honesta que sabe trabajar para forjarse un futuro saludable y de progreso. Asimismo, se construye con la preparación y el apoyo a los jóvenes, quienes continuarán edificando el futuro del pueblo al que pertenecen con base en el trabajo y la confianza de los adultos.
El espíritu de un pueblo, una vez conformado, se constituye a sí mismo como instrumento perfecto que toma su lugar en el conjunto de elementos que socialmente habrán de realizar el verdadero desarrollo comunitario. Este espíritu tiene leyes internas que se vinculan estrechamente con la naturaleza humana; además, respeta sus fuentes, que seguramente son eternas. Es decir, el espíritu de un pueblo está hecho a la medida de sus necesidades. De él depende el progreso social y por la pureza de su origen y conformación, el pueblo siempre tiene la razón y es depositario del poder.
Por lo que respecta a las instituciones, el autor dice que están constituidas sobre la base de las necesidades y las expectativas de los pueblos, para salvaguardar la libertad y todas las condiciones que permiten que el hombre exista.
De esta manera, las instituciones tienen conciencia y reconocen que en su interior se forma su propia personalidad, la cual les dará la organización y el poder de servir al pueblo. Las instituciones son una posibilidad sin límites en el engranaje social. Son las más grandes aliadas de los pueblos. Su amplio y pleno universo de conocimiento puede convertirse en la guía, la protección y el estandarte de los propios pueblos.
En el libro se habla de que el poder es un factor fundamental que permea la interacción del hombre con su entorno, con las instituciones, con los demás y consigo mismo, y que determina también las relaciones interpersonales entre grupos humanos y entre pueblos o naciones.
Esto quiere decir que el poder penetra en todos los ámbitos del acontecer humano y esta omnipresencia se observa en las relaciones sociales y de gobierno, ya sea en una institución pequeña o en una gran burocracia como lo es un país. La preponderancia del poder está sólidamente incrustada en una sociedad y lo encontramos igualmente en niveles de jerarquía, de posición social o de privilegios de grupo, sea la sociedad que sea.
El poder implica la eventual toma de decisiones, a su vez, esta toma de decisiones es un elemento que hace surgir una figura en el contexto de cualquier sociedad: la figura del héroe, del líder, del gobernante o en su caso, del paladín.
En el devenir de su historia, todos los pueblos han vivido y siguen viviendo la presencia e influencia de distintos gobernantes que pueden asumir, en algún momento, cualquiera de dos personalidades: la de paladín inmaduro o la de paladín maduro.
En el primer caso, se habla de gobernantes con rostros transformados, enmascarados o deformes, que reflejan un interés meramente personal o de grupo, que propician una sociedad en permanente conflicto y hacen de la división social el principal elemento para tomar partido en su beneficio.
En el segundo caso, se refleja la presencia de gobernantes conscientes de la libertad y la justicia, dignos de ocupar un lugar en la historia; seres auténticos, con espíritu de servicio verdadero, sin nada que ocultar en su propósito de engrandecer a su pueblo, ellos mantienen su rostro auténtico, sin transformación alguna.
A la distancia de la lectura, en pleno 2020, hablando del titular de la Presidencia de la República, es importante perfilar algunos rasgos del hombre que gobierna México, recordando los compromisos que según él, habría que cumplir en su gestión gubernamental para que el país logre su pleno desarrollo.
En general, hemos visto que los grandes problemas nacionales que el presidente prometió atacar, como son: la planeación del desarrollo, la inseguridad pública, el creciente desempleo, la injusticia social, el incremento de la pobreza, el rezago educativo, la defensa del petróleo en contraparte de las energías limpias, la crisis permanente del sistema financiero y el descuido del campo, entre otros muchos, siguen sin atenderse, ya no digamos resolverse.
Cada día se cuestiona la personalidad y el lenguaje que proyecta y utiliza el presidente, en contraste con lo que se podría esperar de la alta investidura que representa. En lugar de actuar y demostrar con hechos que sabe gobernar, cada día, en las famosas conferencias mañaneras, de dedica a hablar y hablar, a denostar y atacar, a quejarse y culpar a otros, de las razones por las cuales el país no avanza, pues al contrario, se recrudecen los problemas que le afectan.
El tiempo pasó, las elecciones se realizaron y hace apenas unos días, el 1 de julio, para ser precisos, se cumplieron dos años de una elección ganada por el Partido Morena y 18 meses de gobierno del presidente López Obrador y su honesto gabinete. Más allá del discurso triunfalista, la realidad ha sido muy diferente, la tan aludida transformación no ha llegado, es más, ni siquiera señales se advierten de ella, a pesar de que permanece en el discurso presidencial y de sus agoreros, a través de la constante difusión de mensajes publicitarios que mediatizan y ocultan la ineficiencia mostrada por el Gobierno Federal.
Así pues, a pesar de su presumible origen humilde y luchador, al señor López Obrador se le ha olvidado lo que significa el verdadero espíritu del pueblo, ya que su discurso difiere de sus acciones, al estar más comprometido con su grupo de poder y con el gran capital (aunque lo trata de disimular), que con las necesidades y demandas reales y verdaderos sentimientos de un pueblo que espera una verdadera justicia social.
El presidente también parece haber olvidado que la fuerza de un pueblo constituido en sociedad civil reside en sus instituciones, las cuales de manera sistemática están siendo sacudidas y agredidas, tanto por el mismo como por sus secretarios de Estado, lo cual puede desencadenar en una crisis de institucionalidad e ingobernabilidad muy peligrosas, puesto que se puede desquebrajar el entramado social que, con tanto esfuerzo y consenso de fuerzas sociales y políticas del país, se ha construido a lo largo de muchos años.
Contrario a lo que quisiéramos los ciudadanos y lo que el mismo presidente quisiera, se puede decir que muestra una personalidad de paladín inmaduro, por su autoritarismo, imposición e intolerancia, que constantemente transgrede los usos o normas de protocolo y/o comportamiento institucional, que es incongruente en su decir y actuar, y que evidencia descoordinación y falta acuerdo con los miembros de su equipo de gobierno.
Pareciera que aún permanece en campaña y no ha asumido su postura como máximo representante del gobierno mexicano, rasgos inequívocos de una inmadurez institucional como gobernante, que no se puede atribuir sólo a la falta de experiencia sino más bien a una visión equivocada del uso del poder público y del arte de bien gobernar.