/ martes 8 de agosto de 2023

La ONU, la IA y el futuro que viene

“Debemos trabajar juntos para adoptar medidas comunes de transparencia, rendición de cuentas y supervisión de los sistemas de IA”

Se tardó -para algunos sectores mucho más de lo debido-, pero finalmente el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sesionó de manera formal el pasado 18 de julio en torno a los riesgos, amenazas, beneficios científicos y sociales de la inteligencia artificial (IA).

La sede de la ONU en Nueva York fue el escenario en donde un cúmulo considerable de diplomáticos, empresarios y expertos en la materia manifestaron sus posturas sobre la IA, su potencial regulación y los principios éticos que de alguna manera tendrían que regir el desarrollo, funcionalidades y marcos específicos de la misma.

Un paso importante ya está dado por António Guterres, secretario general de la ONU, quien propuso crear un nuevo organismo de las Naciones Unidos en la misma lógica y en la misma dinámica de entes como la Agencia Internacional de Energía Atómica y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el cual pudiera llegar a encargarse de la gobernanza de la IA para el año 2026.

El propio Guterres publicó lo siguiente en la red social todavía conocida como Twitter y actualmente en proceso de transición a X: “Hoy he instado al Consejo de Seguridad a abordar la Inteligencia Artificial con un sentido de urgencia, una perspectiva global y una mentalidad de aprendizaje. Debemos trabajar juntos para adoptar medidas comunes de transparencia, rendición de cuentas y supervisión de los sistemas de IA”.

La reacción de la ONU llega algunas semanas después de que el Parlamento de la Unión Europea aprobara un conjunto de normas más o menos exhaustivas sobre la IA. A pesar de lo tardío que pudiera llegar a ser, sin duda alguna lo acontecido en la gran manzana supone un hito sobre un panorama que empezaba a oscurecerse en demasía al hablar de la IA, máxime que asuntos como la responsabilidad social, la ética en sus distintos desarrollos y los escrúpulos de toda índole no echaban demasiadas raíces ahora que el futuro ha empezado a alcanzarnos y en donde no sabemos a ciencia cierta el tipo de afectaciones que la IA puede producir no sólo en la paz y seguridad internacionales sino en el abanico de nuestros derechos fundamentales y libertades públicas, erosionadas de por sí y venidas a menos desde hace buen rato.

Claro está que todavía hay numerosas preguntas sin responder cuando hablamos sobre una posible agenda para la regulación, el control y la optimización de la IA al servicio de la sociedad y no al revés, como muchos expertos han llegado a pronosticar en sus vaticinios sobre el porvenir tecnológico, científico y público, en donde la innovación ha llegado a alturas insospechadas.

De manera esencial, se debe colocar en la mesa del debate una muy necesaria convención que dé lugar a un tratado internacional sobre IA, en la cual se reconozcan derechos pero se delimiten, igualmente, obligaciones, deberes y sanciones particulares provistas de una institucionalidad robusta. El soft law o Derecho blando no puede ser alternativa en este sentido.

Un caso particular muestra que por más encuentros multilaterales, normas jurídicas y tratados que haya, sin voluntad política no podemos llegar a ninguna parte: el del cambio climático y el calentamiento global, donde encontramos múltiples reticencias de Estados Unidos y otras potencias por acatar el Derecho Internacional. Por nuestro bien, es de esperar que con la IA todo se encauce por la vía del orden y no de los pretextos.

Se tardó -para algunos sectores mucho más de lo debido-, pero finalmente el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sesionó de manera formal el pasado 18 de julio en torno a los riesgos, amenazas, beneficios científicos y sociales de la inteligencia artificial (IA).

La sede de la ONU en Nueva York fue el escenario en donde un cúmulo considerable de diplomáticos, empresarios y expertos en la materia manifestaron sus posturas sobre la IA, su potencial regulación y los principios éticos que de alguna manera tendrían que regir el desarrollo, funcionalidades y marcos específicos de la misma.

Un paso importante ya está dado por António Guterres, secretario general de la ONU, quien propuso crear un nuevo organismo de las Naciones Unidos en la misma lógica y en la misma dinámica de entes como la Agencia Internacional de Energía Atómica y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el cual pudiera llegar a encargarse de la gobernanza de la IA para el año 2026.

El propio Guterres publicó lo siguiente en la red social todavía conocida como Twitter y actualmente en proceso de transición a X: “Hoy he instado al Consejo de Seguridad a abordar la Inteligencia Artificial con un sentido de urgencia, una perspectiva global y una mentalidad de aprendizaje. Debemos trabajar juntos para adoptar medidas comunes de transparencia, rendición de cuentas y supervisión de los sistemas de IA”.

La reacción de la ONU llega algunas semanas después de que el Parlamento de la Unión Europea aprobara un conjunto de normas más o menos exhaustivas sobre la IA. A pesar de lo tardío que pudiera llegar a ser, sin duda alguna lo acontecido en la gran manzana supone un hito sobre un panorama que empezaba a oscurecerse en demasía al hablar de la IA, máxime que asuntos como la responsabilidad social, la ética en sus distintos desarrollos y los escrúpulos de toda índole no echaban demasiadas raíces ahora que el futuro ha empezado a alcanzarnos y en donde no sabemos a ciencia cierta el tipo de afectaciones que la IA puede producir no sólo en la paz y seguridad internacionales sino en el abanico de nuestros derechos fundamentales y libertades públicas, erosionadas de por sí y venidas a menos desde hace buen rato.

Claro está que todavía hay numerosas preguntas sin responder cuando hablamos sobre una posible agenda para la regulación, el control y la optimización de la IA al servicio de la sociedad y no al revés, como muchos expertos han llegado a pronosticar en sus vaticinios sobre el porvenir tecnológico, científico y público, en donde la innovación ha llegado a alturas insospechadas.

De manera esencial, se debe colocar en la mesa del debate una muy necesaria convención que dé lugar a un tratado internacional sobre IA, en la cual se reconozcan derechos pero se delimiten, igualmente, obligaciones, deberes y sanciones particulares provistas de una institucionalidad robusta. El soft law o Derecho blando no puede ser alternativa en este sentido.

Un caso particular muestra que por más encuentros multilaterales, normas jurídicas y tratados que haya, sin voluntad política no podemos llegar a ninguna parte: el del cambio climático y el calentamiento global, donde encontramos múltiples reticencias de Estados Unidos y otras potencias por acatar el Derecho Internacional. Por nuestro bien, es de esperar que con la IA todo se encauce por la vía del orden y no de los pretextos.

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