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El 1º. de diciembre del 2006, tras una efímera y violenta ceremonia que tuvo una duración de cuatro minutos, Felipe Calderón Hinojosa tomó posesión formal del cargo de Presidente de la República luego de haber ingresado a la Cámara de Diputados por la puerta trasera, como un vulgar asaltante callejero a fuerza de golpes y empujones por parte de los diputados de su partido.
Para su toma de posesión, Calderón Hinojosa contó con el apoyo de las bancadas del PAN, PRI, PVEM y PANAL, así como de una parte de los diputados del PRD pertenecientes a la corriente “Nueva Izquierda”, mejor conocida como Los Chuchos quienes en esta ocasión eran representados por la señora Ruth Zavaleta, presidenta de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, quien ese día, de manera indebida, le cedió su lugar en el presídium al senador priista Manlio Fabio Beltrones. En cambio, los diputados y senadores de los partidos del Trabajo, Convergencia y del PRD que no pertenecían a Los Chuchos, por diferentes medios rechazaron a Calderón Hinojosa por considerarlo un presidente espurio y un pelele de los diferentes grupos de poder económico y político del país.
Autodenominado con el pomposo nombre del “Presidente del empleo” y de “las manos limpias”, Felipe Calderón arribó formalmente a la cúpula del poder en México con el pie izquierdo al ser un Presidente ilegal e ilegítimo, tras un proceso electoral fraudulento y muy cuestionado. Esta situación dio pauta para que distintos observadores de la situación política nacional pronosticaran que Felipe Calderón sería un Presidente políticamente débil. Uno de éstos fue precisamente, Anthony Garza, Embajador de los Estados Unidos en México, quien en un cable confidencial enviado el 1º de septiembre de ese año, a la Subsecretaría de Estado de Asuntos Hemisféricos de su país, manifestó respecto al panista, que dadas las tensiones políticas por las que éste atravesaba en ese momento: por un lado las provocadas por el movimiento obradorista y, del otro, de su propio partido del que no tenía mucho apoyo, así como el desprecio que le había demostrado Vicente Fox, hacían evidente su debilidad política, situación que a su vez era generada por una magra ventaja de votos que oficialmente reportaba a su favor el arbitraje electoral. Se trataba de una victoria política ensombrecida por la duda y la falta de coordinación y claridad dentro de su equipo más cercano en el proceso de transición del poder Ejecutivo federal.
En este panorama –continuaba el embajador Garza-, las movilizaciones obradoristas habían erosionado, inevitablemente, “la finísima línea de legitimidad” que tenía Felipe Calderón. Por todas estas razones -continuaba el comunicado-: “Corremos el riesgo de que los asuntos de mayor importancia para nosotros se estanquen, a menos que podamos enviar una enérgica señal de apoyo” a fin de que Felipe Calderón “logre imponer su agenda”. Pero ese apoyo, por supuesto que no iba a ser gratis. A lo largo de toda su historia los norteamericanos nunca han dado paso sin huarache. En este sentido, además de la exigencia para que se siguiese imponiendo el modelo neoliberal en México, nuestros “buenos” vecinos, una vez más insistieron en privatización de la industria eléctrica y petrolera.
Por eso, al igual que los cuatro últimos expresidentes de la República que lo antecedieron en el cargo, Felipe Calderón continuó con la instrumentación de dicho modelo y desde un principio el también intentó la privatización de ambas industrias. Sin embargo, siempre se encontró con la oposición de una activa movilización social que AMLO encabezó, aunque siempre al margen de la dirección del PRD la que por su parte, para esos momentos ya estaba en manos del grupo de Los Chuchos, tras el arribo, primeramente, de José Guadalupe Acosta Naranjo y después de Jesús Ortega, ambos también muy aliados al gobierno de Felipe Calderón.
Durante los primeros años de la administración calderonista se observó la existencia de un sólido grupo compacto, el cual además de mantener las riendas de la cúpula del poder, también se apoderó de la dirección del PAN, una vez que prácticamente expulsó de la misma a los antiguos foxistas encabezados por el ultraderechista Manuel Espino, prominente miembro del Yunque. Algunos de los integrantes del citado grupo compacto fueron entre otros: Juan Camilo Mouriño, César Nava, Germán Martínez, Ernesto Cordero, Patricia Flores, Genaro García Luna, Javier Lozano, Eduardo Medina Mora.
Pero independientemente de que los órganos electorales consideraron legal el triunfo de Calderón Hinojosa y de tener el apoyo institucional de los militares, su arribo al poder era y sería permanentemente cuestionado. Por eso, al novel, inexperto y envalentonado mandatario panista le urgía legitimarse al igual que otros mandatarios que también habían sido cuestionados lo habían hecho en su momento. Así, lo hizo Luis Echeverría después de Tlatelolco, enarbolando la “Apertura democrática” o Carlos Salinas de Gortari, quien luego de cometer el fraude electoral de 1988, encarceló a La Quina y destituyó a Carlos Jongitud Barrios como dirigente del SNTE, para imponer a Elba Esther Gordillo.
Por eso, con un claro afán legitimador y asesorado por Genaro García Luna, el cual durante el sexenio de Vicente Fox había sido el director de la Agencia Federal de Investigación (AFI) y con Felipe Calderón, el secretario de Seguridad Pública y uno de sus funcionarios de mayor confianza del Presidente, también buscó legitimarse dirigiendo su proyecto de gobierno a enfrentar el problema de la inseguridad pública y el narcotráfico. Ahora García Luna está siendo juzgado en los Estados Unidos por corrupción y haber recibido miles de millones de dólares, mientras que el expanista o “Presidente de las manos limpias” ha guardado silencio total.
Fue así como torpe, irresponsablemente y sin analizar las causas, sino sólo el efecto, un problema de origen eminentemente social, Calderón lo convirtió en punitivo o policiaco y de esta manera, sin ninguna planeación de por medio, sacó a los militares y marinos de sus cuarteles para enfrentarlos directamente a los cárteles de la droga. En otras palabras, militarizó al país para apagar el fuego con gasolina o el fuego con más fuego. Con ese fin, el gobierno panista privilegió recursos para las fuerzas armadas y policiacas a costa, incluso, de afectar áreas fundamentales para el desarrollo del país, como siempre lo han sido la educación, el empleo, la vivienda, la salud, el campo, etcétera.
La herencia que el “Presidente del empleo” le dejó al país fue la de una verdadera guerra civil que hasta la fecha ha dejado cientos de miles de muertos, desaparecidos, huérfanos, viudas, etcétera. Un fenómeno que hasta la fecha no termina y que al parecer no tiene ni para cuando concluir. En este sentido, el “Presidente del empleo” a los únicos que les cumplió fue a las agencias funerarias y a los panteoneros, mientras que en el resto de la población lo único que dejó fue hambre, miseria, terror y muerte. He ahí las razones del porqué del rotundo fracaso del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa que muy pronto se reflejó en varios aspectos, entre muchos otros en la debacle político electoral del panismo.
Efectivamente, la debacle electoral que la derecha tuvo desde mediados del sexenio foxista y que había sido artificialmente detenida por medio del fraude del verano del 2006, tocó fondo en los comicios federales y algunos locales del 2009 para la renovación de la Cámara de Diputados, algunas gubernaturas, congresos locales, presidencias municipales y regidurías. En esta ocasión, el PAN logró 143 diputaciones, 64 escaños menos que los de 2006 cuando obtuvo 206. Igualmente, el PRD bajó de 126 diputaciones obtenidas en el 2006 a 71 en el 2009.
La tendencia de caída casi a plomo por parte del panismo también se vería ampliamente reflejada y evidenciada al perder las gubernaturas de Querétaro y San Luis Potosí, así como la mayoría de las curules que tenía en los congresos locales de los estados de Jalisco y Morelos. Igualmente, en el Estado de México le fueron arrebatados 21 municipios, la mayor parte gobernados desde el año de 1996 entre los que destacarían algunos de los más poblados y ricos de la entidad, que formaban parte del llamado corredor azul, tales como: Atizapán de Zaragoza, Cuautitlán Izcalli, Naucalpan, Tecámac, Tlalnepantla y Toluca. También dejó de gobernar ciudades nacionalmente importantes como Cuernavaca, Guanajuato, Manzanillo, San Juan del Río, Qro., San Luis Potosí, Guadalajara, Lagos de Moreno y Zapopan. En cambio en esta ocasión el PRI demostró serios visos de recuperación al pasar de 104 diputaciones que obtuvo en el 2006 a 237 en el 2009.
Las elecciones federales del 2009 resultaron una amarga experiencia y una evidente derrota para el gobierno federal panista, al tiempo que se hizo patente la cada vez más manifiesta incapacidad política de Felipe Calderón para cumplir con sus compromisos de campaña, así como para amortiguar los efectos de una crisis que estaba golpeando severamente a la sociedad mexicana en su conjunto.
El fin del gobierno de Felipe Calderón, fue también el principio de la debacle del panismo y de la docena trágica.
*Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com