Nota editorial: Internacionalista y analista política
El 5 de noviembre, Donald Trump resultó victorioso en las elecciones de Estados Unidos, abriéndole paso a la Casa Blanca por segunda ocasión. De acuerdo con las cifras del Colegio Electoral, el candidato republicano obtuvo 312 votos electorales, al mismo tiempo que 74,619,299 populares, algo que nunca había logrado. El Presidente electo no sólo acaparó más del 50% de los sufragios emitidos en ambas niveles, sino que se impuso en estados donde se preveía el triunfo categórico de la Vicepresidenta Kamala Harris. Las especulaciones en el mercado, las medidas del Sistema de la Reserva Federal, la acelerada recaudación de fondos para de la campaña Harris-Waltz, la sensación entre los votantes, así como las proyecciones de las encuestas, vuelven a comprobar el grado de volatilidad del escenario político. De ahí que hoy, quien fuera el gran perdedor de 2020, se convierta en el Jefe de Estado de su país una vez más.
Primeramente, vale la pena analizar cómo ganó Donald Trump. Durante la “pausa” de 4 años en su participación en la esfera política, éste fue enjuiciado en múltiples ocasiones por cargos en su contra como: El impedimento en la transferencia de la Presidencia en 2021; la retención de documentos clasificados; y la falsificación de registros comerciales. Desde que el Departamento de Justicia inició investigaciones en su contra, el Presidente electo hizo de estas un activo de campaña que llamó a aquella ala conservadora de la sociedad que ya se identificaba con su discurso. Si bien Estados Unidos se ha caracterizado por posiciones globalistas ante el “excepcionalismo americano” instalado en buena parte de su agenda de política exterior, en realidad sus ciudadanos están significativamente arraigados a un nacionalismo y patriotismo. Ideologías que el nuevo mandatario entiende y aprovecha para estrechar un vínculo de identidad con los votantes.
Por esta razón, pese a que Donald Trump sea un delincuente convicto, es explicable su triunfo en el voto popular mencionado anteriormente. De acuerdo con Pew Research Center, el 81% de los electores registrados consideraba a la economía como el factor que más influiría su decisión de voto. Aprovechando los datos de la FED sobre la baja de la producción y el crecimiento en el desempleo en los últimos meses, el Presidente electo amplió el alcance de sus discursos en esta materia pregonando la necesidad de reactivar la industria nacional. De ahí la excesiva reproducción de su slogan Make America Great Again: Estrategia de marketing político que resultó ser sumamente efectiva por revivir el sentido nacional-conservadurista en todos los ciudadanos. Misma que derivó en una noción de pertenencia que estaba siendo amenazada por los Demócratas, esos mismos que, según el nuevo mandatario, habían fraguado una persecución política contra él.
Asimismo, una vez que esta narrativa hegemonizó el sentido común de los votantes pasando de ser un slogan a una creencia colectiva, Donald Trump consiguió instalarse como primera opción en el voto de aquellos indecisos y de los latinos. Lo que abrió paso a que la retórica aislacionista-proteccionista en materia comercial, así como las medidas anti-migratorias, resonaran entre la sociedad en vista de los escenarios doméstico e internacional que atraviesa el país. Esto al mismo tiempo ayudó a que las denuncias que el Presidente electo hacía a la política globalista de Estados Unidos fueran razonables y, con ello, atribuirle la mayor parte de la responsabilidad a la administración del actual Presidente Joe Biden. De ahí los cambios significativos que revolucionaron la tendencia electoral por grupo de electores.
Como resultado, no sólo la candidata demócrata Kamala Harris perdió las elecciones, sino también las encuestadoras. Mientras que durante campaña se creó un ambiente de incertidumbre sobre el veredicto electoral por una contienda reñida, los votos ganados por Donald Trump mostraron un margen de ventaja que no se preveía. El error fue de tal talla que incluso obtuvo los votos de Michigan y Wisconsin, estados que componen junto con Pensilvania el tan presumido Blue Wall, zona político-estratégica para los demócratas. Misma que se esperaba que jugaran a favor de la Vicepresidenta habilitándole el acceso a la Casa Blanca como lo hicieron alguna vez con los Presidentes Barack Obama y Joe Biden. Sin embargo, la volatilidad de la política vuelve a hacer su papel en medio de una arena global que golpea los escenarios domésticos de los países. Existe un amplio número de análisis sobre las elecciones de Estados Unidos y todos ellos apuntan a distintos factores sobre la victoria de Donald Trump, pero como todos los actores internacionales sumergidos en el movimiento de fichas, éste ganó por la misma razón que ganan otros de extrema derecha: el capitalismo en crisis. Razón que empata con la preocupación sobre la economía por parte del mayor porcentaje de los votantes. Para éstos últimos el Presidente electo representa la salida de un régimen que ha llevado a Estados Unidos al declive, que esto sea verdad o no es otra cosa. Mientras tanto, buena parte de los actores internacionales que alinean sus agendas con la de Washington tendrán que esperar a los primeros pronunciamientos del nuevo mandatario.