/ domingo 23 de junio de 2024

Me importas

Jesús mandó a sus discípulos que fueran a la otra orilla de lago, en su barca, pero mientras iban, se desató una fuerte tempestad que estaba a punto de hundirles. Sorprendentemente —nos dice el texto bíblico—, Jesús iba dormido en la popa, como si fuera insensible al ir y venir de las aguas y el viento. Entonces surge una pregunta inquietante de parte de sus discípulos: ¿no te importa que nos hundamos?

Es la pregunta que quizá nos ha asaltado muchas veces… ¿no le importo a Dios? ¿En mis tempestades humanas Dios va “dormido”? Los discípulos no discuten en este pasaje del poder de Jesús, sino de su amor. Porque el amor implica darle importancia al otro. Decir te quiero es decir me importas. Y a la inversa, no demostrar que me importas es hacer patente que no hay amor.

Imaginemos situaciones humanas. A unos padres de familia les importan sus hijos, por eso se preocupan de su bienestar. Al amante le importa el amado y por eso hay detalles, cercanía, preocupación, solución. Cuando alguien o algo te importa, le dedicas tiempo, esmero, cuidado. Ser importante para alguien es ser valioso y por eso tendrá seguro todo el cuidado. Por el contrario, cuando alguien dice la expresión «no me importas» es un estado de separación tal que se rompe todo vínculo tanto relacional como emocional. No importarle a alguien es no ser querido, no ser amado.

Por eso la pregunta a Jesús no es sobre su poder, sino sobre su amor. ¿No te importamos? Y la respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: calma la tempestad, trae una gran bonanza. En nuestra vida propia le importamos a Jesús, pues en medio de las tempestades nos agarramos de Él para mantenernos a flote y Él calma nuestra vida nuestras situaciones adversas que nos quieren hundir. Pero hay que hablarle, como Pedro, hay que «despertarlo» como esos discípulos que tenían miedo. Y esto se hace mediante la oración, pues quien le habla a Jesús experimentará siempre su respuesta. No dudemos cuando la barca de nuestra vida parece naufragar, cuando las tempestades nos quieren hundir, despertemos a Jesús, hablémosle en nuestra oración, pues le importamos mucho y nunca nos dejará que perezcamos.

Hay una meditación que tradicionalmente se utiliza para comprender el sentido de la presencia de Jesús en nuestras vidas. Se llama «las huellas», quizás muy conocida por muchos de ustedes.

Una noche tuve un sueño... soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor. Pero noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: «Señor, Tú me dijiste, cuando decidí seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba». Entonces, Él, clavando en mí su mirada infinita me contestó: «Mi querido hijo, yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas, eran las mías, era yo que te cargaba en mis brazos».

Nunca olvidemos que le importamos a Dios, porque Él nos ama.

Jesús mandó a sus discípulos que fueran a la otra orilla de lago, en su barca, pero mientras iban, se desató una fuerte tempestad que estaba a punto de hundirles. Sorprendentemente —nos dice el texto bíblico—, Jesús iba dormido en la popa, como si fuera insensible al ir y venir de las aguas y el viento. Entonces surge una pregunta inquietante de parte de sus discípulos: ¿no te importa que nos hundamos?

Es la pregunta que quizá nos ha asaltado muchas veces… ¿no le importo a Dios? ¿En mis tempestades humanas Dios va “dormido”? Los discípulos no discuten en este pasaje del poder de Jesús, sino de su amor. Porque el amor implica darle importancia al otro. Decir te quiero es decir me importas. Y a la inversa, no demostrar que me importas es hacer patente que no hay amor.

Imaginemos situaciones humanas. A unos padres de familia les importan sus hijos, por eso se preocupan de su bienestar. Al amante le importa el amado y por eso hay detalles, cercanía, preocupación, solución. Cuando alguien o algo te importa, le dedicas tiempo, esmero, cuidado. Ser importante para alguien es ser valioso y por eso tendrá seguro todo el cuidado. Por el contrario, cuando alguien dice la expresión «no me importas» es un estado de separación tal que se rompe todo vínculo tanto relacional como emocional. No importarle a alguien es no ser querido, no ser amado.

Por eso la pregunta a Jesús no es sobre su poder, sino sobre su amor. ¿No te importamos? Y la respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: calma la tempestad, trae una gran bonanza. En nuestra vida propia le importamos a Jesús, pues en medio de las tempestades nos agarramos de Él para mantenernos a flote y Él calma nuestra vida nuestras situaciones adversas que nos quieren hundir. Pero hay que hablarle, como Pedro, hay que «despertarlo» como esos discípulos que tenían miedo. Y esto se hace mediante la oración, pues quien le habla a Jesús experimentará siempre su respuesta. No dudemos cuando la barca de nuestra vida parece naufragar, cuando las tempestades nos quieren hundir, despertemos a Jesús, hablémosle en nuestra oración, pues le importamos mucho y nunca nos dejará que perezcamos.

Hay una meditación que tradicionalmente se utiliza para comprender el sentido de la presencia de Jesús en nuestras vidas. Se llama «las huellas», quizás muy conocida por muchos de ustedes.

Una noche tuve un sueño... soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor. Pero noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: «Señor, Tú me dijiste, cuando decidí seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba». Entonces, Él, clavando en mí su mirada infinita me contestó: «Mi querido hijo, yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas, eran las mías, era yo que te cargaba en mis brazos».

Nunca olvidemos que le importamos a Dios, porque Él nos ama.

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