Luis Ángel Martínez Diez, alias El Churumbel, era un hombre muy ladino, al que difícilmente se le podía manipular, menos que algo de esta vida le asustara. “Compadrito" o "hermanito” eran sus expresiones de batalla, cuando algo le interesaba plantear o compartir. Sin embargo, todo pasaba a segundo término cuando su aguda inteligencia te seducía y su malicia y experiencia se convertían en libro indispensable de consulta y cabecera.
Jamás podría presumir que fue mi amigo, porque en honor a la verdad nunca lo fue y si alguna razón muy delgada de mi parte, aspiraba a tal privilegio, éste se rompió cuando telefónicamente desde España, me encomendara una tarea muy importante para él, pero muy difícil para mí, ya que se trataba de hacer algo que mi fibra estomacal no estaba acostumbrada a digerir.
Cosa que no acepté y eso fue suficiente para que jamás me volviera a pelar. Sin embargo, eso no fue pretexto para que yo le perdiera el respeto y el reconocimiento a sus grandes cualidades que como intelectual reunía, pese a las debilidades de poder y de dinero que padecía y esto lo sustento en la sinceridad que le caracterizaba.
De ahí que nunca me quedó duda que se manejaba entre el bien y el mal. Entre la izquierda y la derecha, dado que la primera la usaba magistralmente para engarrotar a la segunda y de ahí, privilegiar generosamente a los que consideraba dignos y merecedores de su altura, ya que en el mundo de las letras se codeaba con hombres del calibre de García Márquez y en amores con mujeres de la talla de Ava Gardner.
Pero pasemos de la comedia a la tragedia, la cual a mí me sacudió, ya que abordarla, sin duda obedece a las frecuentes crisis de violencia y majadería que se sacuden en mi cabeza loca, mediante la cual pretendo hacer ver a sus amigos y enemigos, el irreparable daño que a la cultura causaron el olvido y abandono a tan importante y distinguido personaje.
Quiero decir algo que explica mi actitud, basada en la fatídica afirmación de los medios, cuando dieron la noticia de tan trágico acontecimiento, que abusó de su vulnerabilidad y soledad y apresuró su muerte. Luis Ángel era un hombre muy especial, sin visajes arbitrarios de criterio ni de moral. Lo que defendía en público lo practicaba en la vida privada sin mojigaterías.
Por eso, este artículo no lleva el afán de dar pésames ni consolar a nadie, porque sostengo que Durango necesita justicia y democracia entre los vivos y no coronas ni condolencias en Facebook y menos para los libre pensadores, que mueren injustamente derrotados por la enfermedad y el abandono.
Sin embargo, sus obras cobrarán venganza sobre los que alguna vez llamó deshechos de la historia, ya que nadie podrá borrar sus miserias, que Luis Ángel narra magistralmente en su libro: “La Jaula de los Grillos”, cuando el Congreso del Estado fue víctima del tremendo incendio, provocado por panistas y priistas, cuyo saldo fue un joven asesinado, quedando en la impunidad la autora del crimen mal llamada Josefina.
Fue ahí donde la oleada de funcionarios y personajes citados a la misma hora, fueron tratados de la peor manera y acomodados a como cupieran, dado lo dantesco del escenario que inspirara tan controvertido libro. Allí se encontró con quien no quisiera, mucho menos con quien no se imaginaba. Allí se nutrió del miedo y cobardía de los panistas y avaricia de los gandallas del PRI
Allí fue donde conoció y definió a los que tragan sapos y a los que pelean por arrebatárselos, obviamente seducidos por el olor nauseabundo y la baba chiclosa de los anuros o bufénidos. Pero tampoco pasaron desapercibidos a su aguda observación, los aprendices que tragan su ración con repugnancia y hacen esfuerzos para no vomitarlos ni defecarlos.
Desde luego que también él fue invitado de honor a muchos banquetes donde la especialidad del menú era el sapo. Al que podía darse el lujo de ingerir o vomitar, dada la categoría del hombre privilegiado, que le daba la oportunidad de cocerse aparte, porque el arte de la cultura y la política las llevaba en las yemas de los dedos. Allí las sentía y las entendía. Hay especies de animales que conocen como nadie la dirección del viento, porque el viento lo llevan en el lomo como una segunda piel.
Así era El Churumbel que murió solito, pero en su camino lo acompañarán sus sombras que lo seguirán hasta donde tenga que llegar.