/ domingo 7 de julio de 2024

No pases de mí

La vida el desierto es dura, pues además de los climas extremos hay que soportar la carencia de comida y bebida. Como gesto de bondad, los habitantes de esos lugares desarrollaron un alto grado de hospitalidad, ofreciendo una sombra y alimento a los nómadas que circulan por esos caminos. Recibían a las personas y las recibían bien. La Biblia nos narra un gesto muy especial de este tipo: un día Abraham, nuestro padre en la fe, a la hora del calor del medio día ve a tres viajeros que pasaban cerca de su casa, en el encinar de Mambré. Después de hacer una profunda inclinación hasta postrarse en la tierra, les dice: «no pasen junto a mí sin detenerse» (cf. Gn 18,3). Les ofrece agua, un lugar para descansar y comida. Gracias a esta hospitalidad, Dios le concede el nacimiento de su amado hijo Isaac. Dios le premia su hospitalidad.

La hospitalidad es saber recibir dignamente a las personas que lo necesitan, ayudándoles con la debida asistencia. Qué bonito es recibir a un familiar, recibir a una persona querida. Preparamos nuestras casas, nos alegramos de su presencia. Pero, ¿y si hoy pensamos en la hospitalidad hacia Dios? ¿Recibimos a Dios? ¿Nuestro hogar está preparado para recibirlo? A veces nosotros vamos a visitar a Jesús, sobre todo los domingos en nuestras iglesias, pero ¿qué sucede cuando Él nos quiere visitar en nuestras casas?

El evangelio de Marcos, en el capítulo 6, nos refiere un episodio en el que Jesús va a visitar su pueblo natal, Nazaret, donde se encuentra con los suyos en la sinagoga. Ahí les empieza a hablar, pero curiosamente la gente en vez de asombrarse y alegrarse, empieza a cuestionarlo: ¿qué no es el carpintero? ¿Qué no conocemos sus familiares? Puesto que piensan que ya lo conocen, ¡no lo reciben! Piensan que ya nada les puede aportar. Y lo dejan pasar. Entonces Jesús decide irse a otras aldeas a presentar allá su mensaje.

Que diferente actitud la de Abraham que ruega por que se queden esos visitantes de Dios y la de los paisanos de Jesús, que lo dejan escapar. San Agustín, con su gran profundidad, en uno de sus sermones expresó «Timeo Jesum transeuntem», «Tengo miedo de Jesús que pasa» (Serm 88, 14, 13). Jesús puede pasar sin que yo me dé cuenta, pasar sin que yo esté dispuesto a ampararlo, o acogerlo, tal como les pasó a los nazarenos, a sus propios paisanos. En vez de recibirlo, yo también lo puedo dejar que se vaya a otro lado. Y no es necesariamente que yo le niegue, que lo corra de mi vida, sino que yo ya no me dejo asombrar por Él y por su mensaje. Y es que teniendo una gran riqueza en nuestra fe, en nuestras tradiciones, las despreciamos. Nos parecen retrógradas, anticuadas. Es más de moda, por ejemplo, aceptar otras teorías más llamativas de fe, ideologías que ronronean en medios de comunicación haciendo parecer que quienes las siguen y aceptan van a la vanguardia o consejos de influencer que lo único que buscan es fama. Y la Palabra de Jesús ya la hacemos chiquita, pensamos que ya la conocemos, que ya nada nos aporta. Y entonces Jesús, con todo su mensaje y profundidad, se nos escapa, se nos pasa. Por eso Jesús les dice a los de su pueblo en esa ocasión que «todos honran a un profeta, menos los de su tierra» (Mc 6,5). Nadie es profeta en su tierra, decimos proverbialmente nosotros. Hoy se quieren levantar por encima muchísimas voces que nos quieren dar consejos, métodos de vida y las escuchamos más que a nuestro Señor. Estamos dejando que Jesús ya no sea profeta en medio de su propio pueblo cuando por ejemplo es más atractivo pensar que una meditación de Yoga es mejor que el rezo del Santo Rosario, o que unas energías van a poder más que la misericordia y el amor de Dios, o que un influencer va a sanar nuestro corazón mejor que el mismísimo Sagrado Corazón de Jesús.

Es muy bueno que hoy tengamos más herramientas para crecer humana y espiritualmente, pero jamás sustituyen las Palabras de Vida que vienen de Jesús. Y hoy Él sigue viniendo, con su Palabra, la misma de siempre, sí, pero siempre nueva, siempre actual. Y es que, como decía el filósofo Heráclito, nadie se puede bañar dos veces en el mismo río. Nadie escucha dos veces la misma palabra de Dios, simple y sencillamente porque no somos los mismos de ayer ni seremos los mismos mañana. Y Jesús y su mensaje siempre tienen algo nuevo que decirnos si le abrimos nuestro corazón, si lo recibimos con atención.

No dejemos que Jesús pase, recibámoslo con hospitalidad y nos traerá grandes bendiciones, como a Abraham, pues Dios premia la hospitalidad. Hoy digámosle a Jesús «No pases de mí». No pases de mí sin detenerte, Señor.

La vida el desierto es dura, pues además de los climas extremos hay que soportar la carencia de comida y bebida. Como gesto de bondad, los habitantes de esos lugares desarrollaron un alto grado de hospitalidad, ofreciendo una sombra y alimento a los nómadas que circulan por esos caminos. Recibían a las personas y las recibían bien. La Biblia nos narra un gesto muy especial de este tipo: un día Abraham, nuestro padre en la fe, a la hora del calor del medio día ve a tres viajeros que pasaban cerca de su casa, en el encinar de Mambré. Después de hacer una profunda inclinación hasta postrarse en la tierra, les dice: «no pasen junto a mí sin detenerse» (cf. Gn 18,3). Les ofrece agua, un lugar para descansar y comida. Gracias a esta hospitalidad, Dios le concede el nacimiento de su amado hijo Isaac. Dios le premia su hospitalidad.

La hospitalidad es saber recibir dignamente a las personas que lo necesitan, ayudándoles con la debida asistencia. Qué bonito es recibir a un familiar, recibir a una persona querida. Preparamos nuestras casas, nos alegramos de su presencia. Pero, ¿y si hoy pensamos en la hospitalidad hacia Dios? ¿Recibimos a Dios? ¿Nuestro hogar está preparado para recibirlo? A veces nosotros vamos a visitar a Jesús, sobre todo los domingos en nuestras iglesias, pero ¿qué sucede cuando Él nos quiere visitar en nuestras casas?

El evangelio de Marcos, en el capítulo 6, nos refiere un episodio en el que Jesús va a visitar su pueblo natal, Nazaret, donde se encuentra con los suyos en la sinagoga. Ahí les empieza a hablar, pero curiosamente la gente en vez de asombrarse y alegrarse, empieza a cuestionarlo: ¿qué no es el carpintero? ¿Qué no conocemos sus familiares? Puesto que piensan que ya lo conocen, ¡no lo reciben! Piensan que ya nada les puede aportar. Y lo dejan pasar. Entonces Jesús decide irse a otras aldeas a presentar allá su mensaje.

Que diferente actitud la de Abraham que ruega por que se queden esos visitantes de Dios y la de los paisanos de Jesús, que lo dejan escapar. San Agustín, con su gran profundidad, en uno de sus sermones expresó «Timeo Jesum transeuntem», «Tengo miedo de Jesús que pasa» (Serm 88, 14, 13). Jesús puede pasar sin que yo me dé cuenta, pasar sin que yo esté dispuesto a ampararlo, o acogerlo, tal como les pasó a los nazarenos, a sus propios paisanos. En vez de recibirlo, yo también lo puedo dejar que se vaya a otro lado. Y no es necesariamente que yo le niegue, que lo corra de mi vida, sino que yo ya no me dejo asombrar por Él y por su mensaje. Y es que teniendo una gran riqueza en nuestra fe, en nuestras tradiciones, las despreciamos. Nos parecen retrógradas, anticuadas. Es más de moda, por ejemplo, aceptar otras teorías más llamativas de fe, ideologías que ronronean en medios de comunicación haciendo parecer que quienes las siguen y aceptan van a la vanguardia o consejos de influencer que lo único que buscan es fama. Y la Palabra de Jesús ya la hacemos chiquita, pensamos que ya la conocemos, que ya nada nos aporta. Y entonces Jesús, con todo su mensaje y profundidad, se nos escapa, se nos pasa. Por eso Jesús les dice a los de su pueblo en esa ocasión que «todos honran a un profeta, menos los de su tierra» (Mc 6,5). Nadie es profeta en su tierra, decimos proverbialmente nosotros. Hoy se quieren levantar por encima muchísimas voces que nos quieren dar consejos, métodos de vida y las escuchamos más que a nuestro Señor. Estamos dejando que Jesús ya no sea profeta en medio de su propio pueblo cuando por ejemplo es más atractivo pensar que una meditación de Yoga es mejor que el rezo del Santo Rosario, o que unas energías van a poder más que la misericordia y el amor de Dios, o que un influencer va a sanar nuestro corazón mejor que el mismísimo Sagrado Corazón de Jesús.

Es muy bueno que hoy tengamos más herramientas para crecer humana y espiritualmente, pero jamás sustituyen las Palabras de Vida que vienen de Jesús. Y hoy Él sigue viniendo, con su Palabra, la misma de siempre, sí, pero siempre nueva, siempre actual. Y es que, como decía el filósofo Heráclito, nadie se puede bañar dos veces en el mismo río. Nadie escucha dos veces la misma palabra de Dios, simple y sencillamente porque no somos los mismos de ayer ni seremos los mismos mañana. Y Jesús y su mensaje siempre tienen algo nuevo que decirnos si le abrimos nuestro corazón, si lo recibimos con atención.

No dejemos que Jesús pase, recibámoslo con hospitalidad y nos traerá grandes bendiciones, como a Abraham, pues Dios premia la hospitalidad. Hoy digámosle a Jesús «No pases de mí». No pases de mí sin detenerte, Señor.

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