/ jueves 17 de octubre de 2024

Nuestro cerebro y la enfermedad

Si nos dicen que vamos a enfermar, lo primero en lo que pensamos es en los síntomas físicos: los dolores musculares, la tos y la fiebre. Sin embargo, lo que realmente nos hace sentir mal es el cansancio extremo, la apatía, la irritabilidad y esa niebla mental que parece que se va a quedar con nosotros para siempre.

A este conjunto de síntomas se le conoce como el comportamiento de enfermedad y, aunque es desagradable, tiene un propósito importante.

Los síntomas que sufrimos durante una infección viral o bacteriana no son simplemente efectos colaterales de la enfermedad, sino que cumplen una función beneficiosa: permiten a nuestro cuerpo redirigir su energía hacia la lucha contra los patógenos que nos han invadido, por lo que entonces se puede decir que nos sentimos mal para poder estar bien.

No obstante, el comportamiento de enfermedad también puede ser un efecto secundario no deseado en pacientes con cáncer o enfermedades autoinmunes, sobre todo, en las personas que reciben tratamientos con fármacos que incluyen moléculas inmunitarias conocidas como interferones, que son producidos y liberados por nuestras células del sistema inmune cuando sufrimos una infección, pero su uso terapéutico puede desencadenar síntomas desagradables.

Con el fin de esclarecer cómo una infección puede dar lugar al comportamiento propio de la enfermedad, un grupo de investigadores en Alemania llevó a cabo un estudio en el que expuso a ratones a un virus que causa una breve patología.

A continuación, evaluaron los efectos del patógeno en el comportamiento utilizando una prueba estándar para detectar depresión en roedores. Esta prueba, conocida como el laberinto acuático de Morris, consiste en colocar a los animales en un recipiente con agua donde deben nadar hasta encontrar una plataforma que les permita salir.

Por lo general, los ratones sanos luchan hasta conseguirlo, pero los animales deprimidos se rinden rápidamente y se ponen a flotar, lo que sugería que el virus modificaba el comportamiento, con lo que los enfermos se podían deprimir de manera notable.

De esta manera, se detectó que la enfermedad afecta la función del cerebro y a nuestro estado mental, por lo que de tomarse en cuenta la barrera hematoencefálica, una estructura compleja cuya principal función es proteger a las células del cerebro.

Durante mucho tiempo se pensó que esta barrera bloqueaba las señales del sistema inmunológico, considerada como un sistema de protección que impide que la mayoría de los patógenos y moléculas inmunitarias entren en el cerebro,

de lo cual hoy se conoce la existencia de toda una serie de mecanismos que permiten que mensajeros crucen la barrera e influyan en el comportamiento de una persona al padecer una enfermedad.

Para conocer este efecto, los investigadores consiguieron identificar dos partes de un mecanismo que transmite señales inmunitarias a través de la barrera hematoencefálica: el interferón tipo beta y los receptores a los que estimulaba.

En respuesta al interferón, las células de los vasos sanguíneos producen una molécula que tiene inflamatoria en la artritis reumatoide.

Cuando se midió la actividad eléctrica de las neuronas del hipocampo, una parte del cerebro que ayuda a formar recuerdos y también influye en nuestras emociones, el grupo de investigación detectó que en los receptores se presentaba una molécula que alteraba las respuestas de las neuronas de modo que podría reducir la capacidad de aprendizaje de los animales.

Así, a nivel celular y electrofisiológico está la base del comportamiento cuando hay enfermedad.