/ lunes 4 de noviembre de 2024

Retrato Hereje / La Corte en los tiempos de la grieta

Este martes cobrará nueva anchura y profundidad la grieta que divide a la nación y sobre la cual se montó el movimiento obradorista bautizado como cuarta transformación, hoy a cargo del gobierno de Claudia Sheinbaum. Ella inicia su mandato cuando en el horizonte se precipita una crisis -política, económica y social- de dimensiones nunca experimentadas durante una transición presidencial en la historia moderna de México.

Cuando todas las rutas de diálogo parecen clausuradas, mañana presenciaremos cómo un bloque significativo -quizá mayoritario- de ministros de la Corte se opondrá a la llamada reforma judicial. Decidieron doblar su apuesta en reflejo a lo que impone el oficialismo bajo la presidencia de Sheinbaum. No es la primera batalla en este campo y seguramente no será la última.

La perspectiva que sólo permite el tiempo indicará cuál de todos los actores implicados prefirió las bravuconadas a mostrar la mínima grandeza necesaria para pactar una Constitución que enfrentará nuestros rezagos, pero también preservará un régimen de contrapesos. Sabremos igualmente si la doctora Sheinbaum lideró en realidad este momento histórico, o no pudo contener el empuje radical que parece llevarla en andas.

Este mismo martes serán celebradas las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No hay certeza alguna sobre quién ganará, pero sí se conocen las coincidencias en cuanto a las posturas de Kamala Harris y Donald Trump sobre México. Tras la hora de las urnas estadounidenses no surgirán buenas noticias para nuestro país, ni en materia económica -TMEC incluido-, de seguridad o migración. Mientras estamos hundidos y cegados por nuestra grieta, aquí nadie pregunta por nuestro lugar en la batalla global que está reordenando el equilibrio de poderes en el mundo.

El laberinto que supone nuestra polarización y el enfebrecido trabajo legislativo -a múltiples manos, algunas ocultas-, alejan ya a capitales e inversiones. Empresas de larga data abren nuevas matrices en el extranjero para litigar eventuales demandas en otros tribunales, no con jueces surgidos de tómbolas. Una recesión con inflación se avizora cada vez más cerca. Pese a los anuncios oficiales, no hay dinero para nuevas obras, y el déficit en las finanzas públicas seguirá haciendo crecer la deuda.

Es muy probable que no lo deseara, pero la historia ha seleccionado al ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá como protagonista clave de nuestros días de fuego. Este jurista, de 75 años, también experto en temas financieros e incluso en diplomacia, ha sido centro de críticas desde Palacio, groseras por parte del expresidente López Obrador, cáusticas tratándose de Sheinbaum Pardo. Singularidades de la vida, es de sobra conocida la cercanía que alguna vez existió entre ellos tres.

Hacia finales de 2003 y tras casi cuatro años de encabezar el Tribunal Superior de Justicia de la ciudad de México (2000-2004), González Alcántara Carrancá fue convocado por el entonces jefe de Gobierno López Obrador para ofrecerle presionar un cambio legal que le permitiera extender su función al frente de los juzgados capitalinos hasta 2006. El jurista se negó en redondo porque ese privilegio, dijo, contradeciría la Constitución, según lo reveló Jorge Carpizo, exrector de la UNAM, en el prólogo de uno de sus libros. En 2018, cinco días después de asumir la presidencia, López Obrador mismo lo propuso para integrar la Corte.

La amistad de Sheinbaum Pardo con el jurista dio lugar a que en las semanas finales de 2022 solicitara a González Alcántara Carrancá apoyar a Yasmín Esquivel para presidir la Corte durante la primera sesión de 2023. Él ofreció que así lo haría en la primera ronda de la votación, pero luego sufragaría en conciencia. Así lo cumplió; lo demás es historia.

Colocado ya este ministro en las antípodas de la vida pública frente aquellos a los que profesó amistad, la pregunta que trascenderá será quién mutó en sus convicciones y quién puede alegar traición, personal y con la República.

Este martes cobrará nueva anchura y profundidad la grieta que divide a la nación y sobre la cual se montó el movimiento obradorista bautizado como cuarta transformación, hoy a cargo del gobierno de Claudia Sheinbaum. Ella inicia su mandato cuando en el horizonte se precipita una crisis -política, económica y social- de dimensiones nunca experimentadas durante una transición presidencial en la historia moderna de México.

Cuando todas las rutas de diálogo parecen clausuradas, mañana presenciaremos cómo un bloque significativo -quizá mayoritario- de ministros de la Corte se opondrá a la llamada reforma judicial. Decidieron doblar su apuesta en reflejo a lo que impone el oficialismo bajo la presidencia de Sheinbaum. No es la primera batalla en este campo y seguramente no será la última.

La perspectiva que sólo permite el tiempo indicará cuál de todos los actores implicados prefirió las bravuconadas a mostrar la mínima grandeza necesaria para pactar una Constitución que enfrentará nuestros rezagos, pero también preservará un régimen de contrapesos. Sabremos igualmente si la doctora Sheinbaum lideró en realidad este momento histórico, o no pudo contener el empuje radical que parece llevarla en andas.

Este mismo martes serán celebradas las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No hay certeza alguna sobre quién ganará, pero sí se conocen las coincidencias en cuanto a las posturas de Kamala Harris y Donald Trump sobre México. Tras la hora de las urnas estadounidenses no surgirán buenas noticias para nuestro país, ni en materia económica -TMEC incluido-, de seguridad o migración. Mientras estamos hundidos y cegados por nuestra grieta, aquí nadie pregunta por nuestro lugar en la batalla global que está reordenando el equilibrio de poderes en el mundo.

El laberinto que supone nuestra polarización y el enfebrecido trabajo legislativo -a múltiples manos, algunas ocultas-, alejan ya a capitales e inversiones. Empresas de larga data abren nuevas matrices en el extranjero para litigar eventuales demandas en otros tribunales, no con jueces surgidos de tómbolas. Una recesión con inflación se avizora cada vez más cerca. Pese a los anuncios oficiales, no hay dinero para nuevas obras, y el déficit en las finanzas públicas seguirá haciendo crecer la deuda.

Es muy probable que no lo deseara, pero la historia ha seleccionado al ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá como protagonista clave de nuestros días de fuego. Este jurista, de 75 años, también experto en temas financieros e incluso en diplomacia, ha sido centro de críticas desde Palacio, groseras por parte del expresidente López Obrador, cáusticas tratándose de Sheinbaum Pardo. Singularidades de la vida, es de sobra conocida la cercanía que alguna vez existió entre ellos tres.

Hacia finales de 2003 y tras casi cuatro años de encabezar el Tribunal Superior de Justicia de la ciudad de México (2000-2004), González Alcántara Carrancá fue convocado por el entonces jefe de Gobierno López Obrador para ofrecerle presionar un cambio legal que le permitiera extender su función al frente de los juzgados capitalinos hasta 2006. El jurista se negó en redondo porque ese privilegio, dijo, contradeciría la Constitución, según lo reveló Jorge Carpizo, exrector de la UNAM, en el prólogo de uno de sus libros. En 2018, cinco días después de asumir la presidencia, López Obrador mismo lo propuso para integrar la Corte.

La amistad de Sheinbaum Pardo con el jurista dio lugar a que en las semanas finales de 2022 solicitara a González Alcántara Carrancá apoyar a Yasmín Esquivel para presidir la Corte durante la primera sesión de 2023. Él ofreció que así lo haría en la primera ronda de la votación, pero luego sufragaría en conciencia. Así lo cumplió; lo demás es historia.

Colocado ya este ministro en las antípodas de la vida pública frente aquellos a los que profesó amistad, la pregunta que trascenderá será quién mutó en sus convicciones y quién puede alegar traición, personal y con la República.