Fue a fines de los 80s, cursando la carrera de música en Buenos Aires, que vi por primer vez la famosa imagen del ideólogo de la revolución cubana Ernesto “Che” Guevara. Antes proscrita por la dictadura militar se re-instalaría en los paredones de la ciudad, las playeras de mis compañeros y serviría como estandarte por excelencia de las protestas universitarias, misma que hasta el día de hoy es usada para todo tipo de fines ideológicos. Debo confesar que, como todo joven idealista, fui seducido por lo que pretendía representar. Años más tarde hasta me enteré que mi abuelo materno tenía tendría una carta de puño y letra del papá del médico, misma que despertó mis instintos de codicia de conseguirla y subastarla, no necesariamente para beneficio de los más pobres.
Recién llegado a Durango, México, todavía en años mozos, me cautivó otra personalidad revolucionaria, cuya silueta comenzó a erigirse en todo corredor posible y cuya imagen ha servido hasta el cansancio a la mercadotecnia para promocionar nuestra entidad. Héroe para algunos, villano para otros, me refiero a Pancho Villa, a más bién a la leyenda erigida en torno a él, símbolo por excelencia de la revolución mexicana que en estos días conmemoramos. Al igual que el primero, el Centauro del Norte, a sido víctima de una especie de “beatificación popular”, producto de una sociedad desesperada por encontrar quien encarne los ideales de la justicia social que todos los seres humanos de bien perseguimos para vivir en paz.
Qué decir del líder bolivariano que ostentó ser el autor de una revolución más reciente, quien embelesado por la figura castrista no advirtió en la realidad del pueblo cubano los peligros de tomar un camino sin retorno. Y no solo que logró convencer a los propios venezolanos sino también hasta algunos estadistas latinoamericanos sedientos de poder y carentes de sensibilidad y cordura. El principal de ellos, obviamente, su sucesor, quien fue capaz de, en nombre de una revolución saquear la economía, destruir las instituciones, y peor todavía, destruir la moral de un pueblo noble y alegre.
Si hay algo que comparten los tres revolucionarios es una muerte trágica y temprano, características que contribuyen sin duda a la construcción de la leyenda. Intuyo que estos personajes no buscaban la veneración de la que gozan hoy (con excepción del tercero) sino que probablemente reclamaron derechos legítimos de maneras ilegítimas haciendo de la máxima de que “el fin justifica los medios” un modus vivendi indeseable y repudiable. Por lo mismo fueron ya expuestos al juicio de la historia desprovista de leyenda, y sus ideales al rigor de la verdad y el sentido común.
Es mi deseo en este nuevo aniversario, la razón nos asista para tener una mirada objetiva y honesta de la gesta revolucionaria con el propósito de rescatar su espíritu y depurar sus intenciones.
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