El Partido Revolucionario Institucional (PRI) surgió en 1929, primero bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR) y luego, en 1946, como Partido de la Revolución Mexicana (PRM).
Desde 1929 y hasta 1997 el PRI monopolizó el poder, aún y cuando había otros partidos en el imaginario electoral. Dadas las reglas del juego político, esos partidos podían contender pero nunca ganar, así que la competencia y el pluralismo eran solo un discurso.
Tales rasgos hicieron que en México se instaurara por casi 70 años un sistema de partido hegemónico, el cual sostuvo un presidencialismo exacerbado con fuertes cargas de autoritarismo y matices dictatoriales.
La ausencia de límites en el ejercicio del poder fue lo que encubó este sistema; los otros dos poderes constituidos nunca funcionaron como contrapeso, el Legislativo era en su gran mayoría priista, mientras que en el judicial, los ministros le debían el cargo al presidente.
Y más, recordemos que hasta antes de 1990 las elecciones las organizaba una Comisión Nacional Electoral dependiente del propio Ejecutivo; son memorables aquellas jornadas de carro completo para el PRI, con casillas en donde la oposición no sacaba un solo voto.
Huelga decir que durante los 70 años de régimen priista se cometieron todo tipo de tropelías en perjuicio del país: guerra sucia, matanzas, crisis económicas, robos, saqueos y una larga lista de males provocados por decisiones unilaterales del presidente.
Desde la oposición, AMLO combatió el statu quo del modelo priista para –según dijo- cambiarlo; la gente creyó en su movimiento estructurado a través de un partido político y se volcó a votar por Morena, convirtiéndolo de golpe en un partido hegemónico.
Ahora el interrogante es si Morena será el nuevo PRI, al menos en los visos que se vislumbran lo puede ser, por lo pronto, en el Legislativo son mayoría y muy pronto el Judicial dejará de ser contrapeso, amén de que el INE ya pinta de color guinda.
