Pensemos en las siguientes frases: «Viene el fin del mundo», «viene el fin de un mundo», «viene el fin de mi mundo». Los profetas de desventuras utilizarían la primera expresión, catastrofista, que genera psicosis y angustia, «el mundo se va a acabar, ya llega el fin del mundo». Lo han hecho con frecuencia sin ningún resultado, ya lo hicieron en el año 2,000 o en el 2,013 y el mundo sigue su curso. Es que, de hecho, ¿quién sabe el día y la hora? Nadie, dice el evangelio, «ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre». ¿Por qué entonces habría de creerle más a un charlatán que al propio Jesucristo sobre el fin del mundo?
Los profetas de esperanza utilizarían la segunda expresión: «viene el fin de un mundo». Todos los días nos angustian las noticias, la mayoría malas, por supuesto, y quisiéramos que ese mundo de guerras, de injusticias, de miseria, de violencia se terminara. Los cristianos de los primeros siglos pedían que se acabara ese mundo de persecución que sufrían… y se acabó. Los cristianos de la edad media pedían que se acabara ese mundo de abusos de poder y de enfermedades de muerte… y se acabó. Nosotros sigamos pidiendo que se acabe este mundo de violencia inhumana que nos azota, con la esperanza de que se acabará. Dios no nos falla, recurramos a él. Desde la esperanza podemos pensar en el fin de un mundo en el que no es humano vivir.
Nosotros, desde la reflexión honesta, deberíamos pensar «viene el fin de mi mundo». Sí, en efecto, si algo tenemos seguro es que nuestro mundo personal se nos va a acabar. No sabemos cuándo ni cómo, pero sí sabemos que sucederá. Lo importante es saber qué sigue. Porque para los que creemos en Cristo la vida no se acaba, se transforma. El fin de mi mundo es, pues, el paso a la Vida, con mayúscula. Así lo sostiene el evangelio, cuando habla de las cosas escatológicas, es decir, de los temas sobre el fin. Leemos en Mc 13,24-27: «Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad». Expliquemos.
«Aquellos días» se refiere al fin de mi mundo. «Después de la gran tribulación», es decir, después de la crisis, el dolor, la dificultad que conlleva la muerte. «La luz del sol se apagará, no brillará la luna», no es que todo vaya a quedar en la oscuridad, sino que los elementos de este mundo ya no tendrán su influencia en nosotros. Mas aún, si pensamos que el sol y la luna marcan el paso del día y la noche, significaría que ya no hay sucesión del tiempo, todo es presente y presencia, es la eternidad. Una eternidad fuera de las realidades espaciales, ya no habrá estrellas, que indican un espacio a través del cual nos podemos orientar, y el universo entero se conmoverá, o, podríamos decir, cambiará, porque saldremos de él para estar no ya en el mundo sino en la presencia de Dios. «Entonces verán venir al Hijo del hombre», viene a nuestro encuentro, a recibirnos con los brazos abiertos, «sobre las nubes del cielo», en la divinidad que nos comparte como hijos de Dios.
Llegará el fin de mi mundo, seguro; llegará el fin de un mundo, esperamos, ¿llegará el fin del mundo? No lo sabemos , solo Dios.
Que no nos mueva la incertidumbre o el miedo, la psicosis o la angustia, pues nuestro Dios es un Dios que salva y en Él tenemos puesta toda nuestra esperanza.
Finalicemos con un bello soneto a Cristo Crucificado atribuido a san Juan de la Cruz, que poéticamente resume el contenido de cuanto hasta aquí hemos dicho:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.