/ domingo 30 de junio de 2024

Talita Kum

«Muchacha, a ti te digo, levántate». Son las palabras que le dice Jesús a la hija de Jairo en el evangelio de San Marcos. Su padre, preocupado, había ido en busca de Jesús anunciándole que su niñita estaba muriendo y Él va hasta su casa a verla. Podemos pensar, sin duda, en un malestar físico en esta muchacha, en una revivicencia corporal, pero yo hoy quiero fijarme en algo más profundo que puede amenazar a nuestros jóvenes, la muerte del corazón.

El mundo nos ofrece tantos y tantos alicientes que nos hace vivir de una manera vertiginosa, con muchos cambios, emociones por doquier y nos acostumbramos siempre a lo nuevo y lo rápido. Pero de repente, la tristeza, el pesimismo, las no-ganas de vivir nos empiezan a ganar. Qué difícil es ver a un joven triste. Y es ahí donde viene Jesús a decir: ¡a ti te lo digo, muchacha, muchacho, levántate! Frente a un mundo que ofrece montones en cantidad, Jesús viene a ofrecer calidad. ¿Cómo conseguirlo?

El evangelio muestra en primer lugar la preocupación de un padre de familia, que va a solicitarle ayuda a Jesús. Qué importantes son los padres de familia en la formación emocional de sus hijos. No podemos reducir este trabajo a una escuela, a un colegio, a un psicólogo. Son muy buenas herramientas, pero no sustituyen la labor de un padre de familia. El don de la familia es imprescindible para evitar la “muerte” del corazón. Y pedirle ayuda a Jesús para que los jóvenes vivan, es un acto de verdadero amor hacia ellos.

¿Y qué hay de la mamá? Curiosamente solo se cita su presencia al final del pasaje evangélico, pero en su desarrollo ocurre algo muy significativo: cuando Jesús va caminando se encuentra con una mujer que sufría de flujo de sangre. Doce años tenía padeciendo este mal, la misma edad de la jovencita hacia la que se dirige Jesús. No es descabellado, pues, pensar que esta mujer fuera la mamá, que por atender sus propios padecimientos no pudo estar en el desarrollo de su hija. ¿Y qué hace Jesús? La ayuda a ella para que ella pueda ayudar a su hija. No podemos ayudar a los jóvenes si nosotros mismos no estamos bien. Nadie da lo que no tiene. Cuánto necesitan también nuestras madres de familia la ayuda y la presencia de Dios en sus vidas para poder ayudar después ellas mismas a sus hijos e hijas. La estabilidad de los padres abona muchísimo a la estabilidad de los hijos.

Finalmente, Jesús llega con la muchacha, la toma de la mano y la levanta por medio de una orden: «Muchacha, a ti te digo, levántate». No le pregunta si quiere o no, si tiene ganas o no, no le pide permiso. La voz de Jesús es un imperativo: ¡Levántate! Hoy Jesús les sigue gritando a tantos jóvenes Talita Kum, arriba muchacha, levántate, sacúdete, quítate toda esa tristeza, ese miedo, esa ansiedad, quítate ese estéril pesimismo, ese lamento y queja eterna, camina. Jesús nos invita a movernos, a no estancarnos, porque Él mismo es camino, verdad y vida, y no pasividad, mentira y muerte.

Un último dato del evangelio. Una vez que la muchacha se levantó, Jesús les dice a los papás que le den de comer. Cuánto les hace falta la comida a los jóvenes, pero la comida del Cuerpo y la Sangre de Jesús, la comida de la Eucaristía. Y son los papás los que se la han de proporcionar. Papás, acompañen a sus jóvenes a Misa y comulguen con ellos.

Denles ustedes de comer. Jesús mismo se nos da a comer, «Tomen y coman, esto es mi cuerpo…».

Padres de familia, jóvenes, en Dios siempre hay esperanza de vida. Levántense, vayan a Él, Talita Kum.

«Muchacha, a ti te digo, levántate». Son las palabras que le dice Jesús a la hija de Jairo en el evangelio de San Marcos. Su padre, preocupado, había ido en busca de Jesús anunciándole que su niñita estaba muriendo y Él va hasta su casa a verla. Podemos pensar, sin duda, en un malestar físico en esta muchacha, en una revivicencia corporal, pero yo hoy quiero fijarme en algo más profundo que puede amenazar a nuestros jóvenes, la muerte del corazón.

El mundo nos ofrece tantos y tantos alicientes que nos hace vivir de una manera vertiginosa, con muchos cambios, emociones por doquier y nos acostumbramos siempre a lo nuevo y lo rápido. Pero de repente, la tristeza, el pesimismo, las no-ganas de vivir nos empiezan a ganar. Qué difícil es ver a un joven triste. Y es ahí donde viene Jesús a decir: ¡a ti te lo digo, muchacha, muchacho, levántate! Frente a un mundo que ofrece montones en cantidad, Jesús viene a ofrecer calidad. ¿Cómo conseguirlo?

El evangelio muestra en primer lugar la preocupación de un padre de familia, que va a solicitarle ayuda a Jesús. Qué importantes son los padres de familia en la formación emocional de sus hijos. No podemos reducir este trabajo a una escuela, a un colegio, a un psicólogo. Son muy buenas herramientas, pero no sustituyen la labor de un padre de familia. El don de la familia es imprescindible para evitar la “muerte” del corazón. Y pedirle ayuda a Jesús para que los jóvenes vivan, es un acto de verdadero amor hacia ellos.

¿Y qué hay de la mamá? Curiosamente solo se cita su presencia al final del pasaje evangélico, pero en su desarrollo ocurre algo muy significativo: cuando Jesús va caminando se encuentra con una mujer que sufría de flujo de sangre. Doce años tenía padeciendo este mal, la misma edad de la jovencita hacia la que se dirige Jesús. No es descabellado, pues, pensar que esta mujer fuera la mamá, que por atender sus propios padecimientos no pudo estar en el desarrollo de su hija. ¿Y qué hace Jesús? La ayuda a ella para que ella pueda ayudar a su hija. No podemos ayudar a los jóvenes si nosotros mismos no estamos bien. Nadie da lo que no tiene. Cuánto necesitan también nuestras madres de familia la ayuda y la presencia de Dios en sus vidas para poder ayudar después ellas mismas a sus hijos e hijas. La estabilidad de los padres abona muchísimo a la estabilidad de los hijos.

Finalmente, Jesús llega con la muchacha, la toma de la mano y la levanta por medio de una orden: «Muchacha, a ti te digo, levántate». No le pregunta si quiere o no, si tiene ganas o no, no le pide permiso. La voz de Jesús es un imperativo: ¡Levántate! Hoy Jesús les sigue gritando a tantos jóvenes Talita Kum, arriba muchacha, levántate, sacúdete, quítate toda esa tristeza, ese miedo, esa ansiedad, quítate ese estéril pesimismo, ese lamento y queja eterna, camina. Jesús nos invita a movernos, a no estancarnos, porque Él mismo es camino, verdad y vida, y no pasividad, mentira y muerte.

Un último dato del evangelio. Una vez que la muchacha se levantó, Jesús les dice a los papás que le den de comer. Cuánto les hace falta la comida a los jóvenes, pero la comida del Cuerpo y la Sangre de Jesús, la comida de la Eucaristía. Y son los papás los que se la han de proporcionar. Papás, acompañen a sus jóvenes a Misa y comulguen con ellos.

Denles ustedes de comer. Jesús mismo se nos da a comer, «Tomen y coman, esto es mi cuerpo…».

Padres de familia, jóvenes, en Dios siempre hay esperanza de vida. Levántense, vayan a Él, Talita Kum.

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