/ domingo 25 de agosto de 2024

Vicentito

Fruto de la generosidad de un grupo de voluntarias y un próspero comerciante ávido de colaborar, salieron a repartir despensas con gran entusiasmo. El foco era un grupo de adultos mayores que reciben atención desde hace mucho tiempo por una Asociación Civil que hace un hermoso trabajo. Bajo el comprometido liderazgo de Alba lograron llegar a las colonias señaladas y entregar diecisiete de las veintidós despensas. Pensamos que solo íbamos a repartir despensas, pero Dios tenía otros planes.

Detrás de las puertas de una precaria vivienda, Alba y su acompañante se conmovieron al ver que en el seno de aquella casa había un enfermo, totalmente dependiente de los familiares a causa de una rara enfermedad que lo tiene tullido en una ineficiente silla de ruedas. Aunque impactadas por la necesidad extrema, y afectadas por la obligada exhibición de la vulnerabilidad humana, quedaron anonadadas por la extraña belleza que propiciaba aquella escena: una madre y un padre que por amor no se dan por vencidos.

Me vino a la mente el famoso dicho “ojos que no ven corazón que no siente” el cual quedó bién ejemplificado en la vida nuestro Señor: “Jesús recorrió todas las ciudades y aldeas de esa región, enseñando en las sinagogas y anunciando la Buena Noticia acerca del reino. Y sanaba toda clase de enfermedades y dolencias. Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor.” (Mat 9:35-37)

Lo que pensábamos sería una actividad de servicio de rutina se transformó en una obligada responsabilidad de involucrarnos más allá de una despensa: una apropiada silla de ruedas, atención médica integral, fisioterapia y acompañamiento psicológico son los de ley. Es imposible sentir si no vemos y es imposible ver si no levantamos la mirada. Será imposible no actuar al ver la necesidad. La pregunta del montón es: ¿Cuántos “Vicentitos” no habrán en las colonias de nuestra ciudad?

leonardolombar@gmail.com

Fruto de la generosidad de un grupo de voluntarias y un próspero comerciante ávido de colaborar, salieron a repartir despensas con gran entusiasmo. El foco era un grupo de adultos mayores que reciben atención desde hace mucho tiempo por una Asociación Civil que hace un hermoso trabajo. Bajo el comprometido liderazgo de Alba lograron llegar a las colonias señaladas y entregar diecisiete de las veintidós despensas. Pensamos que solo íbamos a repartir despensas, pero Dios tenía otros planes.

Detrás de las puertas de una precaria vivienda, Alba y su acompañante se conmovieron al ver que en el seno de aquella casa había un enfermo, totalmente dependiente de los familiares a causa de una rara enfermedad que lo tiene tullido en una ineficiente silla de ruedas. Aunque impactadas por la necesidad extrema, y afectadas por la obligada exhibición de la vulnerabilidad humana, quedaron anonadadas por la extraña belleza que propiciaba aquella escena: una madre y un padre que por amor no se dan por vencidos.

Me vino a la mente el famoso dicho “ojos que no ven corazón que no siente” el cual quedó bién ejemplificado en la vida nuestro Señor: “Jesús recorrió todas las ciudades y aldeas de esa región, enseñando en las sinagogas y anunciando la Buena Noticia acerca del reino. Y sanaba toda clase de enfermedades y dolencias. Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor.” (Mat 9:35-37)

Lo que pensábamos sería una actividad de servicio de rutina se transformó en una obligada responsabilidad de involucrarnos más allá de una despensa: una apropiada silla de ruedas, atención médica integral, fisioterapia y acompañamiento psicológico son los de ley. Es imposible sentir si no vemos y es imposible ver si no levantamos la mirada. Será imposible no actuar al ver la necesidad. La pregunta del montón es: ¿Cuántos “Vicentitos” no habrán en las colonias de nuestra ciudad?

leonardolombar@gmail.com

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