/ domingo 24 de noviembre de 2024

¡Viva Cristo Rey!

Corría el año de 1927 cuando en Parras, Coahuila, un jefe militar detuvo a diez jóvenes de la ACJM, la Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Fueron condenados a fusilamiento, pero el general decidió que mejor él personalmente pasaría por cada uno de ellos a darles el tiro de gracia. Todos se arrodillaron y extendieron sus brazos como en cruz para recibir la muerte. Uno de ellos, Isidro Pérez, pedía fervientemente a Dios poder volver a ver a sus padres; cuando llegó su turno, instintivamente se llevó las manos a la cabeza. El disparo del Coronel le arrancó un dedo, pero la bala no llegó al cráneo de Isidro Pérez. En su mano llevaba un anillo con una cruz, que fue el causante de que la bala se desviara. El cristero aún así cayó, pero desmayado y con una cruz dibujada en la frente que se formó con el disparo. Al concluir la ejecución un soldado gritó: “Ahora sí, que los resucite su Cristo Rey”. Isidro Pérez se puso de pie y dijo: “A mí me ha resucitado”. Todos, sorprendidos, se quedaron en silencio mientras Isidro Pérez se levantó para, decidido, volver a reunirse con sus papás. Llevaba en su frente la cruz y la vida por la entrega a Cristo Rey.

Fueron, aquellos, años violentos de persecución, en los que los cristianos siempre estuvieron sostenidos por la conciencia de estar bajo el reinado de Cristo Rey y de Santa María de Guadalupe, y no del gobierno opresor. Y es que el Laicismo pretendía imperar en el mundo entero, esto es, se quería que la religión o cualquier influencia eclesiástica quedara fuera de la vida pública del estado. En consecuencia, prohibieron el culto y se emprendió una campaña de persecución cristiana en varios países del mundo, incluido nuestro México. Como respuesta a ello, el Papa Pío XI promulgó en 1925, hace ya casi 100 años, la encíclica «Quas Primas», donde instaura la fiesta litúrgica de Cristo Rey, para recordar que la Iglesia, instituida por Cristo, exige libertad para cumplir la misión que Dios le ha encomendado (cf. Quas Primas 19).

Con ello, los cristianos se sintieron impulsados para defender la fe en nombre de Cristo Rey, de Cristo que vence, de Cristo que impera, de Cristo que reina. Al grito de Viva Cristo Rey, defendieron su fe y, muchos de ellos, entregaron su vida por amor a Dios y a su Iglesia. Siguen siendo un gran ejemplo para nosotros, que nos vemos alentados por su martirio a dar testimonio hoy, ante el mundo, de que nuestra fe sigue siendo signo de esperanza.

Puede parecer paradójico, en medio de la muerte gritar ¡viva! La muerte que impulsa a la vida. En efecto, en Cristo Rey tenemos ese doble sentir. En la gran imagen que descansa sobre el cerro del cubilete, en Silao, Guanajuato, tenemos a Cristo reinando, majestuoso, con sus brazos abiertos, mientras dos pequeños angelitos le ofrecen sendas coronas, uno le extiende la corona de espinas, la corona del martirio, mientras el otro le ofrece la corona de la gloria. Igualmente, en el Evangelio, a Jesús continuamente lo quieren nombrar rey, pero no es sino hasta el momento de su juicio, en su pasión, cuando Pilatos le pregunta ¿con qué eres rey?, y Jesús responde afirmativamente. La corona de la gloria llega cuando se nos ofrece la corona de espinas.

Y ahí está el reinado de Dios, ahí está la verdadera imagen de Cristo Rey. No es un reinado absolutista, de majestad ostentosa, sino la gloria que viene por el esfuerzo y el dolor, por la entrega y el servicio. Es el Rey que se ofrece a sí mismo en la cruz para la redención humana, constituyendo así el Reino de la verdad y de la vida, el Reino de la santidad y de la gracia, el Reino de la justicia, del amor y de la paz (cf. Prefacio de Cristo Rey).

Comencé contando la historia de Isidro Pérez. Quizá nos hemos quedado con lo milagroso de que una bala se haya desviado y él haya mantenido la vida… Yo más bien me quiero quedar con lo milagroso de que un joven se mantenga firme en la defensa de su fe. Con lo milagroso de que un joven sienta el anhelo de ver a sus papás. Con lo milagroso de que un joven, por entregar su vida, pueda decir “a mí me ha resucitado Cristo Rey”. Ahí está el reinado de Dios, cuando en medio la corona de espinas descubrimos la corona de la gloria. Es entonces cuando podemos decir, con toda seguridad, Christus vincit, Christus imperat, Christus regnat. Cristo vence, Cristo impera, Cristo reina.

¡Viva Cristo Rey!

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