“No hay tal cosa como un voto que no importe”. -Barack Obama
Las y los mexicanos acudimos a las urnas no sólo para decidir nuestro futuro sino también para confeccionar nuestro presente. El acto de votar representa el clímax, la culminación de todo el proceso democrático y, acaso, el momento más importante del mismo, aunque no toda la democracia se reduce al sufragio, sobre lo cual volveremos un poco más adelante.
Quizá ya es un lugar común que cada nueva jornada comicial sea conocida como la elección más grande de nuestra historia, por la complejidad de su organización, por la cantidad de recursos que implica, tanto financieros como humanos, así como por el número de ciudadanas y ciudadanos que son convocados a las urnas. Y esta tendencia no irá sino aumentando de cara al porvenir, por lo que las instituciones electorales deben estar preparadas para lo que sucederá en las próximas elecciones, teniendo igualmente en consideración que los costos de la democracia podrían ser aun más altos, con los reclamos ciudadanos que ello trae consigo.
Decíamos con anterioridad que no toda la democracia la debemos reducir o identificar con la emisión del sufragio. Aunque es uno de los instantes democráticos por excelencia, si predicamos sinonimia entre voto y democracia estaríamos afirmando que la esfera electoral es la única arista de la varias veces citada democracia. En realidad, la democracia es un proceso cotidiano de 24 x 24, que debemos construir a cada hora que pase. Lo mismo sucede con la ciudadanía, la cual se tendría que construir de una forma continua, a partir de todos los actos públicos de los que seamos partícipes.
El punto de partida de todo lo que estamos comentando empieza con el voto. Si nos abstenemos de votar, estamos negando nosotras y nosotros mismos nuestra calidad de ciudadanos, por virtud de que los derechos político-electorales de la ciudadanía, precisamente, son los que se ejercen cuando se alcanza tal calidad. Por ende, sería estéril la renuncia a tales derechos, los cuales, dicho sea de paso, también son derechos humanos, con todo lo que ello implica en términos de garantías -es decir, instrumentos jurídicos idóneos para hacerlos valer en toda la extensión de esta tan complicada expresión-, expectativas y resultados.
El voto es entonces algo que sólo puede ejercerse desde la ciudadanía e, igualmente, un ejercicio de construcción de ciudadanía. Propiamente se trata de un proceso de reivindicación de la misma. Por ello es que tiene una doble naturaleza jurídica como derecho y como obligación, lo cual quiere decir que si no se cumple con esta última, aunque no haya una sanción expresa como en el caso mexicano, desde un plano cívico y de moralidad pública estamos dejando de asumir esta condición ciudadana. Dicho sea de paso, el Estado de Derecho queda seriamente erosionado, pues se incumple con la normatividad y con un aspecto absolutamente básico en la construcción de la sociedad civil.
Seamos entonces buenas y buenos ciudadanos y no dejemos de nuestro lado el llamado a las urnas que seguirá llegando en el futuro. No dejemos tampoco que, al abstenernos, otras personas decidan por nosotras y nosotros, siendo la abulia, el desinterés y la apatía los verdaderos ganadores de una jornada en donde la ciudadanía debería salir fortalecida, pues los retos que nos esperan como sociedad son múltiples, gane quien gane.
No hagamos caso omiso de ello.