El arte al servicio del hombre fue la consigna visionaria de Francisco Montoya de Cruz, fundador de la primera escuela de arte al norte del país.
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En febrero de 1955 vio la luz un proyecto artístico de enorme trascendencia para Durango, con el transcurso de las décadas ya son una multitud incontable de generaciones de artistas, muchos son egresados y otros mantuvieron un vínculo inicial que motivó sus carreras profesionales en el ámbito de la pintura, el diseño o el arte en general. Mayormente, quienes han pasado por sus aulas y talleres han confirmado con su testimonio la importancia de la escuela para sus modos de entender el arte y la vida, gracias a este espacio universitario la tradición plástica y escultórica de la identidad duranguense está garantizada por la continuidad histórica de una escuela que ha sido referente y punto de encuentro para la creación artística.
La Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías se encuentra ubicada junto al Parque Guadiana de la capital duranguense, el recinto educativo que alberga la conocida EPEA es un lugar diáfano y con un aura muy especial, recorrer sus jardines es inspirador y en sus instalaciones es común encontrar caballetes, bocetos y diseños de futuras obras de arte, es una escuela "a plein air" que cuenta con una importante dotación de infraestructura adaptada a las necesidades de la comunidad educativa, para que los 9 semestres de la licenciatura en artes visuales tengan un máximo provecho.
Actualmente, la directora de la Escuela de Pintura es la maestra Claudia Goretti Moncisvais Martínez, todo el equipo de profesores que han tomado el relevo del artista Francisco Montoya de la Cruz cumplen a diario con el cometido de mantener el espíritu renovador y pionero de las artes contemporáneas, más allá de la destreza con el pincel y los materiales diversos de la praxis artística, en estas décadas recientes la EPEA ha sido testigo de la incursión de las nuevas tecnologías, la fotografía y el diseño están contempladas en sus planas de estudio y existen numerosos proyectos de estudios complementarios, como un Diplomado en Historia del arte, además de la Galería "Francisco Montoya de la Cruz" que ofrece un lugar expositivo cuyo archivo de obras ofrece un valor patrimonial de interés público en el emblemático edificio del Instituto de Bellas Artes de la UJED.
Montoya de la Cruz
En Ciudad de México, La Esmeralda es la escuela de arte de mayor prestigio y una de las más singulares de América Latina, fue fundada en 1927 bajo la dirección del escultor mexicano Guillermo Ruíz. El arte era concebido como una expresión esencial de la modernidad de la nación, y en aquellos años el auge pletórico del muralismo era protagonizado por Diego Rivera, quien dirigía en ese momento la Escuela Central de Artes Plásticas. Él andaba entre Moscú y el trance de su divorcio con Guadalupe Marín y el romance con Frida Kahlo, cuando en aquel momento de la historia llegó a Ciudad de México el joven Francisco Montoya de la Cruz, un aspirante duranguense en el oficio del arte que había heredado de su padre, Benigno Montoya de la Cruz, la vocación y el designio de las formas y los sueños.
Con 18 años, Montoya de la Cruz había estado en Chicago y su destino le inclinó a tomar clases en la Academia de San Carlos, se cuenta que Diego Rivera comentó una vez que en México habían dos muralistas, él y Montoya, algo que evidencia la notoria presencia del duranguense en el contexto de la capital de la República.
Como sucede en muchas ciudades y países, el retorno al lugar de origen de los artistas representó una aportación vital para la tradición artística, y es así como Francisco Montoya de la Cruz emprende en Durango una inigualable tarea de creación muralística que perdura como un patrimonio colectivo. Suyos son los murales de las principales instituciones de gobierno y de cultura de la capital duranguense, y en su cosmovisión personal abundó en la vocación de fundir en bronce esculturas de héroes nacionales, cultivando el mismo espíritu de su padre por la misión de dialogar con la eternidad.
Fue un 10 de febrero cuando se fundó la Escuela de Pintura, allí sigue Montoya de la Cruz, recordado en una gran escultura, como un ejemplo de virtud y nobleza.