/ domingo 10 de noviembre de 2024

Escuela primaria maldita



La luz del día ya no es cobijo en medio de este horror. Soy intendente vespertino de una escuela primaria ubicada en el centro de la ciudad de Durango. No diré el nombre de la escuela, pero el espíritu de un maestro que murió ahí en la década de los noventa, me ha hecho una mala jugada, fue un fenómeno muy claro y agresivo, por lo que he pedido un permiso temporal en mi labor. Temo alguna secuela nerviosa porque en mi piel han aparecido síntomas de vitíligo. Mi nombre también quedará en el anonimato. Temo encontrar algún problema laboral, pero ya no puedo ocultar esta situación, necesito expresarlo.



Todos los días después de las clases y de que los niños se marchen a descansar, me quedo a hacer limpieza en los salones. Siempre me quedo hasta que el sol se esconde y es la luna quien brinda iluminación en el patio. La escuela es tranquila, silenciosa, pero en ocasiones suelen escucharse ruidos de sillas, cerrones de puertas y en ocasiones: algunas voces; esto se debe a los sonidos atrapados o reverberaciones del ruido. Al principio me asustaba, pero con un poco de información y con el tiempo se volvió algo normal. Llevo o llevaba casi cinco años trabajando en esa escuela, terminé mi carrera en leyes y por azares de la vida terminé al mando de la limpieza en ese sitio, ojalá algún día pueda volver con normalidad.

Una de las maestras más antiguas, me contó hace un par de meses sobre la muerte de un maestro en la escuela durante un periodo vacacional de los años noventa. Ella es un poco chismosa y me llevó al sitio donde murió, recreó el relato e hizo alusión a las causas naturales que lo dejaron petrificado a las afueras de uno de los salones. Ella cerró la historia casi de modo malicioso contándome algunos testimonios de los compañeros en relación a la presencia espectral del maestro en el antiguo edificio escolar y desde entonces mi sugestión se fue al tope. En un principio traté de guardar calma, pero con el hecho que contaré, daré veracidad a las palabras de la maestra.

Eran las nueve con quince minutos, había llovido toda la tarde, un corto circuito había hecho de las suyas en toda la zona y la penumbra era más de lo habitual. El patio era un gran charco y el soquete estaba presente en todos los salones. Eran muchas huellitas por limpiar. Me fui salón por salón, corredor por corredor y baño por baño. Trabajé con una linterna de mano durante casi dos horas. La luz ya se tornaba débil porque la pila estaba a punto de descargarse y para variar me encontraba en el salón donde había muerto el profesor.

Me quedé unos segundos afuera del aula, luego después de un leve shock, entré inseguro, con una sensación de miedo y un temblor de piernas casi imperceptible, pensé en parar actividades y dejar el salón sucio, pero abandoné el pensamiento y así evitar roces con el turno matutino. El salón era el más oscuro de todos y sus cómodas parecían ataúdes en medio de esa negrura. Encendí la lámpara de mano y comencé a mover sillas para barrer.


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Cuando entré, la puerta del salón se cerró de golpe y un ligero silbido se escuchó en el patio. Era una melodía extraña, pero seguro provenía de la avenida, pues siempre llegan personas a vender flores a esas horas. El fenómeno duró unos dos minutos y volvió el silencio. Barrí todo el salón, luego lo trapeé y acomodé las sillas en filas de nueve. Caminé hasta el frente del recinto para ver si las había dejado derechitas y justo cuando me di la vuelta hacia la puerta para salir y cerrar, uno de los borradores se estrelló en mi nuca. Sentí mi corazón al punto del colapso, duré pasmado por mucho dos segundos y corrí a la puerta para largarme del salón, no podía abrirla, pero la desesperación me llevó a abrirla y luego de eso, una risa horrible de anciano se escuchó a través de las ventanas, después, la más grande se estrelló como si una piedra la hubiese reventado.

Cómo pude salí y corrí hasta el centro del patio. Quedé tirado en los charcos algunos cinco minutos tratando de entender lo sucedido, no logré hacerlo. Llamé a mi hermano mayor y pasó por mí para ir juntos a una revisión médica. Desde entonces pedí un permiso sin sueldo, no quiero regresar, porque todos los días en mi cabeza suena esa horrible risa y el romper de los cristales contra el piso. Ese es mi relato, espero un desahogo mental al verlo publicado.



La luz del día ya no es cobijo en medio de este horror. Soy intendente vespertino de una escuela primaria ubicada en el centro de la ciudad de Durango. No diré el nombre de la escuela, pero el espíritu de un maestro que murió ahí en la década de los noventa, me ha hecho una mala jugada, fue un fenómeno muy claro y agresivo, por lo que he pedido un permiso temporal en mi labor. Temo alguna secuela nerviosa porque en mi piel han aparecido síntomas de vitíligo. Mi nombre también quedará en el anonimato. Temo encontrar algún problema laboral, pero ya no puedo ocultar esta situación, necesito expresarlo.



Todos los días después de las clases y de que los niños se marchen a descansar, me quedo a hacer limpieza en los salones. Siempre me quedo hasta que el sol se esconde y es la luna quien brinda iluminación en el patio. La escuela es tranquila, silenciosa, pero en ocasiones suelen escucharse ruidos de sillas, cerrones de puertas y en ocasiones: algunas voces; esto se debe a los sonidos atrapados o reverberaciones del ruido. Al principio me asustaba, pero con un poco de información y con el tiempo se volvió algo normal. Llevo o llevaba casi cinco años trabajando en esa escuela, terminé mi carrera en leyes y por azares de la vida terminé al mando de la limpieza en ese sitio, ojalá algún día pueda volver con normalidad.

Una de las maestras más antiguas, me contó hace un par de meses sobre la muerte de un maestro en la escuela durante un periodo vacacional de los años noventa. Ella es un poco chismosa y me llevó al sitio donde murió, recreó el relato e hizo alusión a las causas naturales que lo dejaron petrificado a las afueras de uno de los salones. Ella cerró la historia casi de modo malicioso contándome algunos testimonios de los compañeros en relación a la presencia espectral del maestro en el antiguo edificio escolar y desde entonces mi sugestión se fue al tope. En un principio traté de guardar calma, pero con el hecho que contaré, daré veracidad a las palabras de la maestra.

Eran las nueve con quince minutos, había llovido toda la tarde, un corto circuito había hecho de las suyas en toda la zona y la penumbra era más de lo habitual. El patio era un gran charco y el soquete estaba presente en todos los salones. Eran muchas huellitas por limpiar. Me fui salón por salón, corredor por corredor y baño por baño. Trabajé con una linterna de mano durante casi dos horas. La luz ya se tornaba débil porque la pila estaba a punto de descargarse y para variar me encontraba en el salón donde había muerto el profesor.

Me quedé unos segundos afuera del aula, luego después de un leve shock, entré inseguro, con una sensación de miedo y un temblor de piernas casi imperceptible, pensé en parar actividades y dejar el salón sucio, pero abandoné el pensamiento y así evitar roces con el turno matutino. El salón era el más oscuro de todos y sus cómodas parecían ataúdes en medio de esa negrura. Encendí la lámpara de mano y comencé a mover sillas para barrer.


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Cuando entré, la puerta del salón se cerró de golpe y un ligero silbido se escuchó en el patio. Era una melodía extraña, pero seguro provenía de la avenida, pues siempre llegan personas a vender flores a esas horas. El fenómeno duró unos dos minutos y volvió el silencio. Barrí todo el salón, luego lo trapeé y acomodé las sillas en filas de nueve. Caminé hasta el frente del recinto para ver si las había dejado derechitas y justo cuando me di la vuelta hacia la puerta para salir y cerrar, uno de los borradores se estrelló en mi nuca. Sentí mi corazón al punto del colapso, duré pasmado por mucho dos segundos y corrí a la puerta para largarme del salón, no podía abrirla, pero la desesperación me llevó a abrirla y luego de eso, una risa horrible de anciano se escuchó a través de las ventanas, después, la más grande se estrelló como si una piedra la hubiese reventado.

Cómo pude salí y corrí hasta el centro del patio. Quedé tirado en los charcos algunos cinco minutos tratando de entender lo sucedido, no logré hacerlo. Llamé a mi hermano mayor y pasó por mí para ir juntos a una revisión médica. Desde entonces pedí un permiso sin sueldo, no quiero regresar, porque todos los días en mi cabeza suena esa horrible risa y el romper de los cristales contra el piso. Ese es mi relato, espero un desahogo mental al verlo publicado.

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