Hablemos de horror: Jaula maldita

Alberto Serrato

  · domingo 3 de marzo de 2024

Imagen ilustrativa / Nunca sabrás cuando será tu último día de vida y mucho menos cuánto será el sufrimiento antes de partir a ese lugar desconocido, pero ten la seguridad… algún día morirás / Foto: Reuters

Facebook: Alberto Serrato

Instagram: @albertoserratow

Nunca sabrás cuando será tu último día de vida y mucho menos cuánto será el sufrimiento antes de partir a ese lugar desconocido, pero ten la seguridad… algún día morirás.

Catherine conduce su Corolla color plata a no mas de 60 kilómetros por hora. La lateral izquierda del Pueblo Norte y la de casi todos lados en occidente, normalmente es para flujo continuo, pero a ella no le importa, porque no hay transito que la moleste y si lo hubiere, lo ignoraría por completo, porque además de los rayos del sol cegadores en sus ojos, ella no expondría la seguridad del pequeño Ernie quien viaja en la parte trasera, asegurado con el arnés de la silla cada vez más deficiente en dimensiones para el crío. Sus nuevos cabellos rubios destellan mientras choca un par de cochecitos Hot Wheels y chasquea sus dientes en cada impacto simulado. Su madre lo observa por el retrovisor, ella sonríe, luego sube el volumen de la radio, porque suena una canción de Taylor Swift. Ella recuerda sus mejores años en la preparatoria y por un minuto, siente ir de camino al colegio para ver a su mejor amiga Niel y hablar del chico más atractivo del equipo de futbol americano, pero luego esa sensación se apaga y recuerda que su amiga había muerto de una infección en la sangre al termino de la universidad en el año 2009. Intenta dibujar su rostro en la mente, pero solamente logra ver manchas difusas y algo de sus facciones, luego inconscientemente hace un análisis de que tarde o temprano todos debemos morir.

El carril lateral se convierte en una sola lengua de concreto y Catherine tiene que pisar el acelerador, no por gusto, sino porque un camión lleno de combustible viene detrás de ella, quizá a unos 160 kilómetros por hora. Las luces de la gran bestia de acero, comienzan a parpadear como dos hogueras incandescentes y Catherine siente sudor en sus manos. El pequeño Ernie se intranquiliza, porque la voz de Taylor Swift, ahora solo es un rugido lleno de interferencia mezclado con el claxon de ese monstruo. Catherine, logra hacerse a un lado a pie de carretera y el camión pasa como alma perseguida por el diablo. El Toyota tambalea por culpa del viento ocasionado por la velocidad. El conductor del camión saca su dedo medio después de rebasarla y una nube de humo negro sale del escape de la pipa y se disuelve en medio de la mañana.

El corolla no se detiene del todo, pero si comienza a circular casi como si fuera parte de un desfile fúnebre. Ella espera unos segundos, respira hondo y trata de tranquilizar al pequeño con unas canciones de Little baby bum.

–Vamos, mi bebé no pasa nada, solo fue un maniático. El mundo está lleno de ellos, ya lo entenderás cuando crezcas. El pequeño de tres años, la observa sin saber en realidad el significado de la palabra “maniático”, pero la reconforta con unas frases:

–Maniático tonto mami. –Sonríe y muestra sus dos dientes de leche frontales y le extiende los brazos.

Después de casi media hora de camino, Catherine se incorpora a la calle 26 y Ernie puede ver a lo lejos ese gran letrero de la “M”. Si, las mejores hamburguesas que conoce a su corta edad. Y es que realmente no le gustan por su sabor, sino en parte, por el juguete incluido en la caja y sobre todo, por la gran jaula de juegos en la que un montón de niños pasan el rato en esas visitas a “Monkey burguer”.

El sol ya es más ligero y Catherine entra al parqueadero, solo hay dos coches, uno es del gerente y el otro de algún cliente que por ahí desayuna. El sol se oculta detrás del gran letrero de la “M” y ella puede ver a lo lejos la estatua de “Monkey Burguer”, a un costado de la entrada principal. A ella no le gusta esa figura, en primera por su aspecto viejo y deslavado, en segunda por ser un mono de bigotes retorcidos hasta el cuello y en tercera, porque en ocasiones anteriores, Ernie le había contado a su madre el haber platicado con ese mono dentro de la jaula de juegos.

Ella recuerda eso y tiene una mala sensación, pero lo toma como parte de la evolución del niño, pues ya había leído artículos donde explicaban el proceso de formación durante los primeros tres años de vida y que en el, los niños comienzan a mentir como parte del desarrollo de su capacidad mental, así que no lo toma como una señal de alarma, pero si le perturba la idea de que Ernie en realidad hablara con un mono de cerámica adentro de esa jaula llena de luces neón.

Ernie se muestra impaciente, porque desde la segunda vez que asistieron, así fue, como si una fuerza extraña le estuviera llamando. Se retuerce e intenta desabrochar el arnés de seguridad de la sillita, pero no puede hacer nada. Catherine baja del coche, lo libera y lo baja para caminar juntos hacia la entrada del complejo. El concreto es cálido y se acercan a “Monkey Burguer”, ella ve al mono y siente una mirada maligna, pero lo ignora y justifica el sentimiento con la sugestión. Atraviesan la puerta de cristal templado y una música de circo suena en los parlantes del establecimiento.

Un joven delgado, de rostro colgado, depresivo, delantal sucio y rostro lleno de pecas, se encuentra listo para tomar la orden. La barra no se encuentra sucia, pero tampoco impecable y Catherine evita que Ernie coloque las manos sobre ella.

–Un desayuno de panecillos calientes y una caja sorpresa por favor.

– Sería veinte verdes, señorita, dice con una voz llena de aburrimiento y pubertad. Ella saca un billete, se lo da sin mueca alguna, el chico lo recibe y cambio le da un turno y la malteada incluida en su desayuno, ella se da la media vuelta y se dirige a la mesa más próxima. El chico la observa con una mirada ausente.

En una de las mesas, se encuentra un hombre de traje, parece ser invitado de algún funeral. Su saco es negro, la camisa y corbata también. Lleva puesto un sombrero que deja ver prácticamente nada de sus facciones. Catherine lo analiza unos segundos, pero en realidad no le pone tanta importancia. Ernie no pierde de vista la jaula, ni siquiera piensa en el desayuno, porque le importa un centavo su caja sorpresa. Él tiene su idea muy clara y es ir a jugar en los más hondo de ese gran cubo de colores. Se suelta de su madre y ella no se preocupa, porque lo tiene a la vista y sabe a donde se dirige. Ernie se quita los zapatos y se interna a esa jungla de plástico.

La jaula se muestra más lúgubre y oscura que en otras ocasiones, pareciera una cueva de algún bosque. Las luces neón parpadean desiguales, quizá ya es necesario reemplazarlas, eso a Ernie no le importa y se adentra a los cubos y túneles donde su madre ya no tiene el control. ¿Más niños? No los hay. Todos se encuentran en clases del abecedario o en institutos para menores de tres años y a Ernie, eso no le preocupa, pues la jaula es para él y nadie más.

Catherine responde algunos mensajes en el teléfono, luego echa unas miradas a la jaula, bebe un poco de su malteada y puede ver la silueta de Ernie, atravesando del túnel rojo hacia el amarillo. Luego lo ve saltar de un cubo a otro, todo se antoja normal y sigue respondiendo la mensajería. Ernie atraviesa los dos túneles nuevamente y ahí, querido lector, inicia la desgracia. El chiquillo siente un poco de miedo, porque los túneles le dan la impresión de estar vivos, no sabe con que compararlos, pero de ser así, lo haría con dos intestinos latiendo. Ernie se da cuenta de que los dos tubos en realidad respiran y nota un brillo dorado dentro de la jaula percibido solo por él. La música circense sigue sonando y eso le intranquiliza, quiere gritarle a su madre, pero antes de poder hacerlo, alguien aparece en medio del túnel amarillo. No es “Monkey Burguer”, eso se los puedo asegurar. Es una silueta parecida a la de un ser humano, pero cuando Ernie pone atención, nota un rostro sin facciones, parece un maniquí, tiene unos ojos vacíos, deformes y sin vida. La entidad saluda al pequeño con unos dedos largos cubiertos por uñas podridas. El niño responde el saludo y lo hace porque en realidad se encuentra en shock. La espantosa figura se disuelve en medio de una nube negra y ahora, esa cosa se convierte en un niño de su tamaño, vestido con un overol a cuadros, pelo largo y unos ojos cerrados, cocidos con hilos rojos y amarillos. La nueva presencia es igual de horrenda que el maniquí y luego le habla:

–Hoy vamos a jugar más tiempo. –Dice el niño de los ojos cocidos.

–No quiero jugar, quiero ir con mi mami. –Dice Ernie con una vocecita ahogada.

–Pero aquí abajo es más divertido, los túneles y cubos aburren. Te invito a conocer.

–No quiero, me das miedo.

–Vamos Ernie, allá abajo es un mundo divertido, no necesitas de la zorra de tu madre, ni de estos juegos tontos. Solo ven y cállate. Ernie se orina en sus pantaloncitos y quiere gritar, pero solo se limita a observar como de uno de los ojos de la criatura comienza a salir una larva viscosa y llena de pus.

–Ernie intenta correr por el túnel amarillo con dirección a la salida de la jaula, pero esa figura ruge y lo muerde del tobillo. El niño por fin logra gritar hasta desgarrar sus pequeñas cuerdas de voz.

Catherine pega un brinco, la malteada cae en su vaquero de mezclilla, eso no le importa y corre a la jaula, le grita al pequeño, pero éste no contesta. El extraño hombre de la mesa contigua, también escucha el alarido del niño, pero parece no importarle, termina su café, se pone en pie, observa la escena unos segundos y parece desvanecerse. Ella corre hacia la entrada de la jaula y se inclina para meterse como una oruga, pero una fuerza extraña la repele. Una especie de magnetismo la rebota, es como si una cerca de alta tensión la escupiera de regreso. Corre desesperada a las cajas y pide auxilio al pecoso depresivo, el chico pecoso, fuera de preocupaciones, camina hacia ella y luego a la jaula, pero tampoco puede acceder. Catherine observa como la silueta del niño se retuerce adentro del túnel amarillo y cómo una flama comienza a arder muy cerca de él.

Ella grita tan fuerte que su garganta sangra. El viejo Gorgory, –dueño del lugar–,observa a lo lejos mientras hace cuentas de las facturas mensuales sobre un escritorio, observa la humareda, pero no toma mayor importancia al horrible suceso. El pecoso también ignora a la mujer, le hace una seña de asentimiento a su jefe, regresa a la caja de cobro y comienza a leer un comic de sabrá Dios que porquería.

Catherine pierde las uñas por aferrarse al piso e intentar acceder a la jaula de juegos para salvar a su hijo, no lo logra. Su dolor y sufrimiento la hacen caer en la locura, pero el fuego es amable y consume todo con rapidez. El túnel amarillo comienza a derretirse y ella puede ver como la piel de Ernie se ampolla, escucha los crujidos y observa con horror, el momento en el que el hueso del pequeño comienza a exponerse a las llamas. El incendio se extiende, ella no se rinde hasta caer desmayada, también es consumida por el fuego.

Una sirena suena a lo lejos. Es el cuerpo de bomberos. El viejo Gorgory levanta las manos al ver el camión destellante, luego se soba la nuca en señal de una falsa preocupación, abraza al empleado pecoso, ambos ya se encuentran afuera del establecimiento con ojos indiferentes, observan ese infierno que consume a Catherine y Ernie. El lugar huele a muerte, a sufrimiento. Los bomberos hacen lo suyo, chorros de agua sofocan las llamas, dos bomberos acceden al rescate de Catherine y su hijo, pero es inútil porque ambos cuerpos están calcinados. El Corolla refleja los rayos del sol en medio de una nube negra y el parabrisas deja ver el negocio calcinado, despidiendo hilos difusos de humo que se deshacen en una nube gris y cada vez más clara, el fuego está controlado. Por un momento todo se vuelve silencio a excepción de la voz de uno de los bomberos informando lo decesos a la estación forense. El viejo Gorgory lanza una sonrisa a escondidas de los bomberos, pues el espíritu de su hijo quien años atrás había sido asesinado dentro de “Monkey Burguer” por uno de los cocineros, al fin cobraba venganza con la sangre de un inocente y su madre. El fantasma susurra al oído de su padre: “por fin puedo descansar”. Gorgory escucha el mensaje detrás de su oído, pero quizá no es su hijo, porque la piel se le eriza y siente miedo. En fin, solo con el tiempo lo sabrá. Por un instante siente remordimiento al ver cómo la policía forense saca los dos cuerpos calcinados, tapados por una sábana, dejando una nube de cenizas en su camino a la furgoneta de la morgue, también lo siente por ver el lugar destruido y lleno de manchones negros, pero luego le sobreviene una sensación de alivio, pues al menos un día antes había renovado el seguro contra incendios.