En exclusiva compartimos la entrevista con el escritor duranguense José Ángel Leyva, uno de los exponentes más singulares de la cultura duranguense, reside en Ciudad de México y como muchos paisanos, regresa a Durango en época navideña.
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Luz y cenizas, así se titula la antología poética del duranguense José Ángel Leyva que abarca su creación literaria entre 1993 y 2012, en ese libro que debería leerse en las escuelas de Durango late el eco esencial de la mirada a la vida de un médico cirujano que decidió lanzarse al abismo de la pasión literaria.
Leyva dirige en Ciudad de México la revista "La Otra", uno de los referentes mayores del panorama cultural latinoamericano, ejerce el periodismo cultural y es radio locutor, su labor editorial es un ejemplo de persistencia y de disciplina al haber publicado numerosos libros de firmas internacionales.
El escritor nacido en San Juan del Río pasó su infancia en la sierra, formó parte de la primera generación del Colegio de Ciencias y Humanidades en Durango, recuerda de sus años de juventud el arduo empeño de muchos compañeros suyos con quienes ansiaba fomentar la cultura contemporánea y el compromiso en favor de una sociedad mejor, su papá Roberto Leyva Véliz fue un maestro de reconocida trayectoria con 50 años dedicados al noble oficio de la enseñanza y el magisterio en lugares como pueblo Nuevo, Topia, Canelas o San José de las Casas.
El escritor recuerda un libro del italiano Giovanni Papini que se leía en casa, cierto día en un autobús mantuvo una conversación con un teólogo sorprendido de ver a un muchacho tan joven leyendo durante el trayecto al alemán Hermann Hesse, desde aquel entonces buscó un destino con voz propia, y a pesar de haberse titulado como médico cirujano en la Universidad Juárez del Estado de Durango, decidió dedicar el resto de su vida al cultivo de la literatura y el periodismo.
Muchos de sus libros atesoran el latido de una escritura centrada en la experiencia de la vida y en las búsquedas del lenguaje, en su mirada hay una ética que reivindica el arte como mapa de lo humano.
Entre sus libros, José Ángel Leyva ha dedicado un importante diálogo con la cultura mexicana de vanguardia, en 1999 publicó "El naranjo en flor, homenaje a los Revueltas", donde ofrece una visión panorámica sobre ese referente esencial, aunque ya lejano, de los hermanos José, Silvestre, Fermín y Rosaura, símbolos de la cultura duranguense y mexicana de la modernidad. Y también es autor de importantes reflexiones sobre la obra artística del pintor Guillermo Ceniceros, nacido en El salto, exponente mayor de la pintura y con quien comparte una larga amistad.
José Ángel Leyva relata que en sus muchos regresos a Durango siempre encuentra en la luz y en el paisaje un momento vital , siempre que puede vuelve a casa y en estas navidades su mamá Francisca Alvarado acaba de celebrar 90 años.
El escritor duranguense cuenta la anécdota de su bisabuelo, que fue alcaide de la prisión donde estuvo Francisco Villa, y así surgen de la entrevista en exclusiva con El Sol de Durango, una infinidad de historias inéditas que merecen ser contadas en su próximo retorno a la entidad.
Cada año cuando regresas a Durango, además del paisaje y la familia ¿qué recuerdos conservas de la infancia?
Yo vengo de una familia de maestros, de la sierra de Durango donde trabajó mi padre, primero en Pueblo Nuevo y después en un lugar que se llama Los bancos. Yo viví en Durango durante la primaria, me quedé aquí con mi abuela paterna y regresé a la sierra, ella estudió en Saltillo, porque mi bisabuelo tuvo que huir tras la amenaza de Villa, ya que fue el alcaide de la Prisión de San Juan del Río donde estuvo preso el revolucionario, y llegaron a Piedras Negras.
A mi abuela la inscriben en la Normal de Saltillo, luego regresan a San Juan donde ella conoce a José Ángel Leyva, yo me llamo igual que mi abuelo. Murió cuando era muy joven y conoció a un solo nieto. ahí viví hasta los 12 años, terminando la primaria y ya lo que fue la secundaria y la preparatoria.
¿Cuándo comienza la vocación literaria y cómo fue ese despertar a las letras en Durango?
Digamos que por la vocación magisterial de mi familia, había una preocupación central que era la lecto-escritura, mi abuela cuando yo estaba en primaria me inscribió con una amiga de ella, que fue la maestra María Soria de primero de primaria. Y lo primero que nos enseñaba era sobre todo a leer y a escribir, yo tengo una fea letra no sé por qué, pero mi padre tenía una letra maravillosa, una caligrafía extraordinaria que es el arte de dibujar, pero a mí lo que me preocupaba sobre todo era leer y yo lo que aprendí con la maestra María Soria fue a respirar en el leer, y en esa rapidez y en esa cadencia tratar de encontrar el significado de cada palabra, para mí era muy importante eso y ella hacía juegos, concursos para que tú leyeras a una mayor velocidad, pero sin cometer errores, yo creo que eso fue determinante en mi infancia para el acercamiento a la lectura, de tal manera que cuando yo era un niño de 12 años, yo ya leía.
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Mi padre dejaba libros en la casa, de hecho ahorita estoy leyendo un libro del autor italiano Giovanni Papini, lo comencé a ojear de niño porque estaba ahí en los libreros, no tenían muchos no tenían muchos libros pero recuerdo que se leía a Amado Nervo, a mi madre le gustaba mucho escuchar los discos del declamador de América, Manuel Bernal, y a mí escuchar esa voz, escuchar esa especie de musicalidad verbal me cautivaba. Y también mi padre pues tenía esa preocupación como profesor, como director de la escuela de ponerme siempre en toda acción declamatoria y de oratoria, siempre estaba yo obligado a participar.
Entonces digamos que de esa visión y por otro lado también de lo festivo, la literatura estuvo muy enraizada en mí desde chico, además del interés de mi abuela también por lo intelectual, ya que mi abuela era una mujer sui generis para su época, quedó viuda muy joven y se hizo cargo de la familia, nunca se volvió a casar mi abuela que era una mujer digamos religiosa, era muy respetuosa de las ideas de los demás, a mí por supuesto como todos mis nietos nos obligó a ir a la iglesia y al catecismo, pero yo me rebelé desde muy pequeño y decidí no atender a ese pensamiento religioso, podría decirse, aunque yo desde niño ya tenía una vocación mística, pero es distinto.
Aún recuerdo que siendo yo un adolescente, leí a Hermann Hesse cuando estaba en la secundaria, con 14 años yo venía de la Sierra hacia Durango leyendo en el autobús, y venía un señor que observaba con mucha atención mi lectura, hasta que no se aguantó y me preguntó qué leía. Ya le dije y entonces él me preguntó que si yo lo entendía, le dije claro que lo entiendo y ya me dice sabes: “sabes que es un personaje que va buscando su vocación”, y le dije sí sí, lo entiendo, y el conflicto entre la fe y la razón, entonces me dijo “Yo soy teólogo” y le pregunté en qué consistía y empezamos a hablar, y me preguntó que si yo creía en Dios y le dije que era una pregunta demasiado compleja para responderla, y me dijo “ya lo creo por eso yo soy teólogo”. Y empezamos a hablar del libro y él me dijo que tú tienes vocación para la filosofía, y desde ahí yo empecé a tener como deseo de estudiar algo que tuviera que ver con la reflexión y con el pensamiento, en la búsqueda del misterio.
Yo muy joven pretendí estudiar filosofía, pero como Durango estaba siempre ausente y de todo lejana, yo tenía que ir a estudiar a San Luis Potosí, a Monterrey, o a Guadalajara y México, pero como éramos muchos, éramos muchos hermanos, pues las restricciones eran complejas.
Todavía recuerdo mucho que mi padre me dijo, “sí con gusto, haz lo que tú quieras, nada más te digo una cosa y eso para que lo tengas en cuenta, el apoyarte a ti significará una reducción en el apoyo de tus hermanos”. Y claro eso fue como una manera menos egoísta, más colectiva de ver la vida, yo vengo finalmente de un pensamiento comunitario, en casa de mi abuela, en casa de mis padres, siempre hubo invitados a la mesa, gente de los pueblos donde trabajaron ellos, por eso yo me acostumbré mucho a ver una presencia ajena, y a la vez cercana, a nuestras familias y yo creo que ese pensamiento está en mi manera de concebir y de ver el mundo.
Cuando ocurrió esto, pues me dijo mi padre que buscara una carrera que se aproxime a mi inquietud, y recuerdo que había unos propedéuticos de la escuela de medicina y fui, había un profesor que estaba dando una clase de historia de la medicina, aquella clase me pareció algo extraordinario, lo que ocurría con los personajes y los descubrimientos de la relación con el alma humano humana, con el dolor, con permanencia misma del hombre sobre la tierra, fue algo que me hizo pensar que yo podía ser un buen médico y me inscribí en la Escuela de Medicina, sin duda pude haber sido un buen médico, pero me dediqué a la literatura.
¿Qué experiencias compartiste en el panorama cultural duranguense durante los estudios y la generación que te tocó vivir?
Yo desde que vivía aquí en Durango, hicimos algunas iniciativas, buscamos lugares donde empezar a hacer pequeños periódicos, con la idea de hacer pequeños grupos para fomentar y motivar intereses colectivos, tanto en la literatura como en la pintura, el fin era buscar esa conexión intelectual con otro, pero era muy difícil, todo estaba muy lejano y nuestra manera de pensar, nuestra manera de concebir las acciones estaban también al margen de lo que era lo dominante en esa época.
Yo creo que Durango en ese sentido no ha cambiado, y es una forma de pensar y de ver el mundo al que no me acomodaba. Fueron muchos intentos de hacer revistas y periódicos, ahí recuerdo que estaba Javier Guerrero, Jaime Hernández, con Francisco “El kikín” , José Solórzano “el inquieto”, con muchos actores de la época, pues a mí me tocó estar en la primera generación de ciencias y humanidades que vino a fortalecer la manera en que muchos veíamos el porvenir y el futuro, lo colectivo donde la lectura era muy importante, así como escritura y el arte, la sensibilidad de una manera distinta de concebir incluso la masculinidad frente al machismo, todo eso hacía que uno estuviera fuera, de un lado y del otro, la lectura y la escritura eran como una manera de resistencia a hacia lo que hay y no condicionarte, y por otro lado fue ese vértigo donde lo que te queda era esa disyuntiva que dijo alguna vez Irene Arias, te queda la disyuntiva entre la creación y la bohemia, y generalmente gana la bohemia.
¿Qué influencias tuviste de referentes culturales, artísticos y literarios tan importantes en Durango como fueron los hermanos Revueltas?
Con los hermanos Revueltas lo que ocurre es que son leyendas, son personas también pero los referentes son lejanos, la mayoría de la gente no había leído a José Revueltas, la mayoría de la gente no había escuchado a Silvestre, la mayoría de la gente no sabía quién era Fermín, esto en realidad se hizo siempre muy lejano y yo creo que en esa domesticación de la historia los Revueltas entraron muy bien y confieso que había leído poco a los Revueltas, quizás tuve un poco más de conciencia de José cuando leí el libro de Evodio Escalante, sobre su literatura y el lado moridor, cuando leí ese libro me di cuenta más claramente de cuál era la perspectiva de José Revueltas. En Durango los Revueltas muchas veces son calles, colonias y barrios, yo creo que en términos éticos, en términos de modelo de pensamiento y de acción son referentes lejanos, pero son muy importantes y yo insisto mucho cuando digo que Durango es cuna de maestros y los Revueltas lo son.
Para mí fueron eso, sin embargo ya viviendo en la Ciudad de México, un día llegó Javier Guerrero y me ofreció hacer el libro de los Revueltas, y recuerdo que contaba con unos meses, en esa época para mí empezaba otra vertiente después de la medicina y fue un apoyo.
Pero además, el entusiasmo que eso implicó fue grande y lo único que me pidió es que fuera de alguna manera mi experiencia Yo después de la medicina entré a trabajar a una revista de información científica y tecnológica, en la escuela de periodismo, porque ahí estaban muchos de los personajes que habían establecido los cimientos de estas publicaciones, y era un laboratorio para mí, gente que me enseñaba a escribir, me enseñaba a leer y me enseñaba a investigar, a hacer reportajes y la corrección de estilo. Y conocí gente de otra mentalidad, muy amplia y eso me dio un impulso muy fuerte, así que cuando yo ya comencé el libro de los Revueltas, yo ya tenía una base muy sólida en el sentido profesional y al mismo tiempo yo ya había terminado la Maestría en Letras Iberoamericanas en la Facultad de filosofía y letras de la UNAM.
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De esa relación con el ambiente cultural y artístico en Ciudad de México, surge la amistad con el artista duranguense Guillermo Ceniceros, que a fecha de hoy realiza una retrospectiva de su obra artística de 65 años en el Palacio de la Minería, ¿cómo fue ese diálogo entre la literatura y el arte que tanto ha influido en tus libros?
Fue una relación muy intensa, nos conocimos Guillermo y yo, antes yo había conocido a otro pintor que Jorge Flores, Ceniceros y él habían sido compañeros en el grupo del equipo del muralista David Alfaro Siqueiros, también estaban otros duranguenses como Guillermo Bravo, pero inmediatamente hubo una empatía con Guillermo Ceniceros porque él nació en El Salto, y Yo viví mi infancia en la Sierra de Durango, en esa misma carretera donde empieza a descender El espinazo del diablo, que está muy cerca, y creo que hubo ese vínculo inmediato con Guillermo. Yo lo conocí en la Ciudad de México, nos hicimos muy amigos y desde entonces se ha dado una amistad muy fuerte con él, como con su esposa, la pintora Esther González, y es una relación muy fructífera.
Yo he participado en varios libros y catálogos sobre la obra de Guillermo Ceniceros, he estado presente en sus exposiciones y creo que es un hombre muy sensible, muy talentoso, en su pintura están esas formas de un discurso cargado de emotividad, también hay una carga de razón política y también de ruptura de los cánones de belleza, en un lenguaje incluso lo clásico está constantemente buscándose , y ahí por ejemplo alguien como Leonel Maciel, siempre está incursionando, termina una propuesta estética y la agota, cuando se empieza a vender la obra cambia, esa inconformidad y esa búsqueda permanente es el verdadero artista. Y pienso lo mismo del escritor, quien tiene que estar constantemente experimentando, buscando algo que tiene mucho que ver con la imagen, tanto en lo plástico como en lo literario, cuando se descubre una imagen, esa imagen la puedes traducir a cualquier idioma, cualquier lengua, como Juan Rulfo que fue un gran generador de imágenes y su obra puede traducirse al ruso y al japonés, se hace universal.
En mi obra literaria, mi estética está por ahí, en la búsqueda, en este momento yo he reorientado mis baterías hacia el lenguaje de la calle, hacia el lenguaje convencional, porque encuentro que en estos acontecimientos de apariencia intrascendentes, hay mucha riqueza para la visión del artista y del escritor literario.
En la pandemia, a diferencia de la gente que tenía que ir a sus oficinas, en el caso de nosotros los escritores fue algo que no me sacó de mi cotidianidad, lo que nosotros buscamos son espacios donde podamos estar con nosotros mismos para escribir, y eso me permitió escribir varios libros que están inéditos, esperando su turno. Las artes plásticas ha sido uno de los ámbitos que yo he trabajado, las artes visuales, así como la música. Todo esto me ha permitido descubrir que en lo cotidiano, en la vivencia y en las amistades, en el trasiego de nuestras existencias hay relatos maravillosos.
En Durango, cuando regreso ya me está dejando una imagen, el viaje en coche, por ejemplo, es una experiencia de observación, y la interiorización de esa experiencia en el viaje en carretera siempre tengo presente una imagen.
De camino a Durango, pasando San Luis y atravesando Zacatecas, ya siento que ya estoy en mi tierra. Es por los colores del cielo y los colores de la tierra, ahí empieza Durango y me entra una emoción muy particular que ha sido distinta a todas, el paisaje ahora estaba verde y sobre la tierra colorada y pelona. De hecho, es una experiencia que yo he tenido con mis hijos, cuando estaba esa parte entre Durango y Zacatecas, venían remolinos y ventoleras, y esperábamos para ver esas esferas rodantes, muy cinematográficas, que van saltando y un día me quedé hipnotizado, pues son enormes, y esta vez ya no lo vi, porque no había remolinos y estaba todo verde.
En estas navidades también cambió Durango, normalmente cuando llego al paisaje de Durango es todo dorado, hay un punto que parece como una línea trazada que es cuando termina la tierra roja colorada de Zacatecas y comienza el dorado de Durango, todo es dorado en esta época. Y llega ese dorado que te hace pensar realmente en los huesos de una poética y de una estética que yo sigo trabajando, pero ahora está el cielo cubierto de nubes, es algo para mí inusual, porque aunque haga mucho frío, eso sí, en el camino me tocó bastante sol, pero era un sol distinto, un sol que no era el sol seco que se refleja con la tierra. No sé por qué, pero estaba Durango verde, y se ve que ha llovido mucho por estas tierras.