No cabe duda que uno de los elementos más representativos de las leyendas de Durango es el Panteón de Oriente y la historia que estás a punto de leer no es la excepción, sin embargo esta tiene su origen en cierta oficina de correos de la ciudad.
El servicio de correo en México es muy antiguo, data de la época prehispánica en la cual como medio de comunicación se emplearon el humo de fogatas y los sonidos que se escuchaban en grandes distancias, señales rudimentarias que permitían la comunicación entre las personas a grandes distancias.
Durante la época colonial se dio la comunicación escrita entre los reyes de España y los virreyes o funcionarios públicos importantes de la Nueva España a través de los viajes marítimos en ultramar y documentos escritos que se entregaban personalmente.
En la época independiente el 16 de noviembre de 1824 se publicó una ordenanza general de correos y con diversas dificultades funcionó el sistema de comunicación escrita entre persona y persona que sabían leer y escribir. A medida que la civilización aumentó por la enseñanza de la lecto-escritura entre los mexicanos, la comunicación escrita se consolidó estableciéndose el servicio de correo que en el momento actual ya se denomina Servicio Postal Mexicano y es altamente eficiente, tanto que sirve para la comunicación entre los seres humanos y el diablo.
Una carta al diablo...
El suceso que aquí narra se refiere al caso insólito de una carta escrita al señor Diablo por una persona que ocultó su nombre.
Todo comenzó en la oficina de transportes postales dependiente del Servicio Postal Mexicano ubicada en ese tiempo en lo que actualmente es la avenida de Felipe Pescador y Zaragoza.
El jefe de dicha oficina era el encargado de recolectar diariamente todos los buzones de la ciudad de Durango, las cuales eran clasificadas y entregadas a la ruta postal para llevarlas a su destino.
Fue un día del mes de julio de 1990 cuando el jefe de la oficina de transportes postales, cuyo nombre se desconoce, comenzó a clasificar toda la correspondencia recibida del día anterior, sin embargo le sobró una pieza que no supo a dónde enviarla ni qué medio utilizar para hacerla llegar a su destino, ya que en el sobre únicamente se leía: "Para el señor Diablo.- Presente".
Sorpresa mayúscula y singular recibió ese día el jefe de transportes postales al mirar el sobre con esa dirección y sin ningún otro dato, el cual separó de la correspondencia y esperó para mirar si se presentaba algún reclamo por la detención de la pieza postal.
Diez días duró el sobre en observación y espera, cuando el jefe de transportes postales advirtió que nadie reclamaba aquel envió, cumpliendo con los reglamentos del servicio, lo presentó cerrado ante el administrador de correos de la ciudad de Durango para que le indicara lo procedente.
Tras analizar el caso el administrador determinó que el sobre se debería abrir para mirar si en el interior se encontraba el remitente y hacerla llegar a su destino.
El sobre se abrió y escuetamente se encontró el siguiente texto:
“Señor Diablo”
Ante la imposibilidad de hablar con usted personalmente porque no sé dónde encontrarlo, ni me encuentro con valor suficiente para entrevistarme con su persona, le escribo esta carta, manifestando que me encuentro pobre y desesperado, tengo muchas deudas y compromisos y yo necesito dinero, mucho dinero para pagar mis deudas y vivir entregado a los placeres de la vida y a disfrutar la felicidad y la riqueza.
A cambio de que me conceda mi deseo yo le ofrezco mi persona en cuerpo y alma, solamente le pido que me de mucho dinero, tanto para no acabarlo en el tiempo que usted me de, también le pido que se me presente como una persona normal porque de otra manera no tengo el valor para enfrentarlo.
El lugar y día que nos veremos debe ser el viernes 30 de julio de este año y el sitio en la puerta central del Panteón de Oriente a las 12:00 del día exactamente. Lo espero. y firmaba “Su amigo”.
Al advertir que el texto de la carta no traía la dirección del remitente ni datos muy precisos del destinatario, el administrador de correos le ordenó al jefe de la oficina de transportes postales conservar abierto el sobre conteniendo la carta por si alguna persona la reclamaba recomendando absoluta discreción en el asunto en virtud a que la violación de correspondencia es delito penado por la ley.
El pliego de la carta fue colocado en su sobre y se guardó en el cajón del escritorio del jefe de la oficina de transportes postales.
Nadie reclamó aquella carta y el día 27 de julio del año de 1990, encontrándose el jefe de la oficina a las 16:00 horas en su domicilio descansando, recibió una llamada de urgencia del administrador de correos, ordenando que se presentara de inmediato en la oficina de transportes postales que se encontraba en pleno incendio.
Con la rapidez que el caso lo reclamaba el funcionario de correos se presentó en la oficina y advirtió que efectivamente se acababa de incendiar.
Los daños del incendio conforme el pliego extendido por el cuerpo de bomberos quienes atendieron el caso ascendían a la cantidad de 350 mil pesos.
Participaron en la maniobra para sofocar el incendio la unidad #3 de bomberos al mando del oficial Gonzales con seis elementos. Los daños fueron el exterminio total de una máquina de escribir, un escritorio convertido en cenizas y papelería entre ella algunas cartas. Sin embargo la carta dirigida al señor Diablo quedó ilesa pese a que si se quemó el escritorio en el cual se encontraba guardada.
Al localizar nuevamente la carta en medio del cuarto del incendio insólitamente sin incendiarse, fue recogida del piso por el jefe de la oficina de transportes postales y colocada en un estante del cual en obra de minutos desapareció misteriosamente en presencia de todos, hecho que no ocurrió en el incendio.
No hubo causa que provocara el incendio y todo quedó en el misterio.
En el Panteón de Oriente llegó el 30 de julio de 1990, fecha de la cita con el señor Diablo y dicen algunas personas que no quisieron dar sus nombres que les tocó mirar el encuentro y conocer el desenlace sin tener antecedentes de las causas y razones que lo provocaron; a las 12:00 de ese día llego al vestíbulo del Panteón de Oriente, un hombre triste y pensativo de aproximadamente 30 años de edad. Se le veía preocupado, nervioso, altamente sobresaltado con los ojos desorbitados y de aspecto demacrado y cadavérico, quien deambulaba de un lugar a otro sin encontrar su lugar y miraba a todas partes sin reconocer a nadie.
En ese momento, llega un hombre que a pesar de su presencia normal, infundía pavor. Vestía traje negro muy elegante, camisa también negra, sombrero de copa alta negro, sus ojos oblicuos y sumamente enrojecidos, sus dientes largos y su nariz afilada y curva. Su aspecto general era repugnante e inspiraba pavor.
Sin medir palabra, penetró al recinto del vestíbulo del Panteón de Oriente, llevaba una bolsa negra de gran tamaño en sus manos, la entregó al muchacho diciendo: ahí tienes lo que me pides.
El muchacho entusiasmado reflejo en su rostro una alegría descomunal, sus ojos se hicieron grandes y saltones, el pelo se le crispó de punta y con desesperación inusitada abrazó la bolsa y miró su contenido.
No aguantó, con un brazo sostenía la bolsa y metiendo la mano derecha sacó de su interior un puño de monedas de oro y las tiró al viento, como si se tratara de aventar bolo en una ceremonia de bautizo. las monedas brillaron con la luz del sol y cuantos presenciaban el acto se entusiasmaron con el espectáculo, pero pronto se arrepintieron porque cuando las monedas caían al piso del recinto desaparecían inmediatamente.
El dueño de la bolsa fuera de sí, sacaba billetes de alta denominación y los tiraba al viento como si fuera bolo. Una borrasca de viento huracanado llegó al momento y lo arrasó todo, los árboles del Panteón se despojaron de sus ramas que caían sobre las tumbas estrepitosamente, en la ciudad de Durango las carteleras y anuncios luminosos el viento las destrozó, innumerables fueron los daños que provocó el huracán en la ciudad, El loco de la bolsa sacaba mas billetes y los tiraba al viento, viento que se las llevó hasta el infinito.
Dos horas después a las 2:00 de la tarde del mismo día, entre las tumbas del Panteón de Oriente yacía tirado el cadáver de un hombre de aspecto joven, era el loco de la bolsa que estaba muerto y el otro y los billetes habían desaparecido misteriosamente; un intenso olor a azufre perfumaba el ambiente y de este espectáculo nunca se comentó nada.
Como me lo contaron, se la cuento a usted…