Entre aplausos de pie, la Orquesta Sinfónica Nacional culminó su concierto de 95 aniversario en el Palacio de Bellas Artes. El repertorio hermanó la música del romanticismo alemán, la transición del modernismo al vanguardismo ruso, el impresionismo francés, así como el valor de la música mexicana contemporánea. Todo ello, como una inquebrantable muestra de la excelencia musical con que esta orquesta se ha dirigido por casi un siglo, siendo la más importante del país.
Bajo la batuta de su actual director, Ludwig Carrasco, la orquesta comenzó la gala en la noche de fiesta con el Preludio a Los maestros cantores de Núremberg, del romántico alemán Richard Wagner, el principio de una de la operas más alegres y divertidas del compositor. Ya, que, según cuenta el crítico musical Juan Arturo Brennan, quien escribió el programa de mano del evento, se trata de la única comedia que Wagner hizo en sus óperas, para la cual “tomó como base una antigua tradición centrada alrededor de una cofradía de cantores y poetas en la ciudad alemana de Núremberg, donde se llevaban a cabo complicadas competencias poéticas y musicales”.
La velada siguió con el Concierto para violín núm. 1, op. 77 (99), en La menor, del compositor ruso Dmitri Shostakovich. Se trata de una de las piezas que el autor estrenó de forma espaciada a su composición, tras un decreto que limitó la creatividad de compositores en la Unión Soviética, pero que el autor realizó como una forma de reafirmación individual. El solista fue el violinista originario de Kemerovo, Roman Simovic; la técnica y el acompañamiento, que oscilaba entre la introspectiva, la desesperación, el hartazgo, el carnaval y la locura, hizo que el público aplaudiera con fuerza.
La fiesta continuó con la interpretación de la pieza Zaztun, compuesta por la mexicana Hilda Paredes, quien ha logrado reconocimiento internacional y estuvo presente para escuchar su obra en manos de estos grandes músicos. La pieza es una referencia a su natal Yucatán, por lo que en su nombre y sus notas hay una evocación al mundo maya, aún vivo y en resistencia en el sur del país.
“Mientras más tiempo pasas fuera de tu país, más consciente te vuelves de lo que te hace ser diferente. Toda la familia de mi madre es de Yucatán. Mi abuelo hablaba muy bien el maya porque fue campesino en su infancia; en sus tierras estaba Labná, y de él he aprendido algunas palabras y dichos en maya. Me interesan mucho las leyendas e historias mayas, porque en ellas encuentro una manera poética de explicar la naturaleza y el mundo”, cita el programa de mano la voz de Hilda Paredes.
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Ya casi al cierre, la orquesta elevó los arcos de sus violines y exhaló sus instrumentos de viento en el estruendo de las percusiones, para tocar la obra maestra del francés impresionista Claude Debussy, El mar. Habría sido el broche de oro perfecto, pero la orquesta tenía el cierre perfecto que terminó por despertar el ánimo de todos, nuestro segundo himno, aquel que trae a la memoria las sierras y los pueblos, la avanzada y la tradición, nuestro clásico Huapango, del jalisciense José Pablo Moncayo.
Antes de esta sorpresa se develó la placa de estos 95 años, acto en el que la directora del INBAL Lucina Jiménez López destacó la excelencia y compromiso de esta orquesta por la música internacional y nacional. En una breve intervención Ludwig Carrasco le dijo al público y a sus músicos. “Gracias por estos 95 años, ahora vamos por el centenario”.