Hace un par de meses viajaba en el autobús amarillo que recorre toda la avenida 20 de noviembre hasta la colonia Santa Fe y una vieja de aspecto húngaro se sentó junto a mí. Su olor era fétido, llevaba un vestido azul, largo, sucio y parecía estar manchado de sangre. Al sentir su desagradable roce, mi piel se erizó, pero por educación no mostré rechazo. Ella no dejaba de verme y cuando faltaban algunas cuadras para bajarme del bus, susurró algo quizá en su idioma nativo, me entregó una pequeña caja y a secas me dijo que si no la abría moriría. Mis ojos se llenaron de agua, no por llanto, sino por miedo. No la pude rechazar, sentí el compromiso de hacerlo y cuando la abrí todo se ha convertido en mierda. Me llamo Jaime Ortiz, tengo 39 años y ya no pertenezco a ningún sitio más que al infierno. Continuo con el relato, antes de volverme loco.
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Recibí la caja, me bajé del camión y desde ahí todo fue distinto. Las casas parecían deshabitadas, era como estar en otro tiempo, en otro espacio. Caminé con esa caja en mis manos, en medio de una oscuridad casi mental e introspectiva. La caja es roja, de terciopelo, pensé que guardaría un anillo de compromiso o alguna joya preciada, cualquier cosa menos esa horrible maldición. Su peso físico es minúsculo, pero el energético es imposible de contener. Llegué a casa y todo estaba en silencio, mi madre quizá ya dormía porque desde la mañana me había dicho que no se sentía bien del estómago. No le grité, no quise hacer alboroto y me encerré en mi cuarto para intentar conocer un poco más de ese regalo maldito. Con mi teléfono abrí la aplicación de Google, tomé foto al objeto, pero no me arrojó resultados similares en el panel de búsqueda. No era algo de manufactura china, ni aparecía en páginas de venta. Duré sentado cerca de dos horas observándola, girándola, pero no me atrevía a abrirla como me lo había indicado la maldita vieja esa.
El morbo me ganó y cometí el error, cuando tiré del gancho y la abrí, pude ver de qué se trataba. Una energía pesada entró en mi cuerpo, me sentí cansado, enfermo y con el cuerpo cortado. Cerré los ojos y en mi mente apareció una imagen de mi madre desvaneciéndose en el baño. Ella se asfixiaba, intentaba tomar su teléfono para pedir auxilio, pero algo parecido a un infarto la dejaba inerte. Abrí los ojos y subí a su cuarto, aventé la puerta y ella estaba muerta en el baño. Le hablé a mi papá y a una ambulancia, ella había muerto. Desde entonces no he vuelto al trabajo, me encuentro en una fuerte depresión y ahora entiendo en qué consiste la maldición. Hace unos días murió el guardia de la oficina donde trabajaba y cuando ocurrió, pude ver la forma en que se caería desde un segundo piso al intentar revisar sus tinacos de agua.
También cuando salgo a vagar, veo en personas próximas a morir una sombra bordeada en contornos rojos detrás de ellas y es terrible saber cuándo alguien está cerca de partir de este mundo. No sé a dónde acudir, las oraciones no sirven, la terapia tampoco, he tirado la caja más de cuatro veces, pero vuelve a aparecer en mi cuarto. Estoy desesperado porque esa sombra de contornos rojos ahora persigue al pobre de mi papá y solo espero la visión de cómo ocurrirá su muerte. Por favor si alguien ve a esa mujer en el las calles del centro de Durango, díganle que me saque de este infierno.