/ domingo 30 de junio de 2024

Margorie Parte II

– Gracias por su amabilidad, señor Olson.

Margorie se adentró a la casa Olson sin darse cuenta de que se encontraba bajo un hechizo traducido a la nula capacidad de decidir por sí sola. Sus ojos se perdieron y caminó de forma autómata hasta encontrarse del otro lado de la puerta.

–Es, es, es, es, es, es, es, cálida, su, su, su, casa, señor –alcanzó a declarar con un poquito de conciencia.


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El hombre la miró y aquella sonrisa blanca y constante desapareció para convertirse en un gesto rugoso y sin alegría. En medio de la hipnosis, la última chispa de conciencia le hizo darse cuenta de que estaba en peligro. No lo notó por la mala cara del señor Olson, sino por la energía negativa que manaba de las paredes. Una luz violeta se disipó como niebla y Olson, ya sin pudor ni educación, dejó ver su verdadera identidad, aunque ella ya la había visto días atrás. La luz se intensificó y Margorie quedó cegada por unos instantes, pero ya no tenía miedo, estaba dispuesta a enfrentar su realidad. Un fuerte viento se desató dentro de la casa y fue cuando se atrevió a protestar.

–Entonces esas visiones nocturnas no han sido una pesadilla. Ahora todo me queda claro. Mire, señor Olson, no sé lo que sea usted en realidad, ni qué hace en el Pueblo Norte, pero vengo a exigir que me devuelva a mi perro. Algo me dice, y estoy segura, que usted está detrás de todo esto. No es justo, Atila es mi mejor amigo.

La casa retumbó y las paredes se quejaron como si dentro de ellas hubiera cuerpos lamentándose. Margorie sintió la lengua pegada al paladar. Resistió las ganas de gritar y observó el entorno mientras sostenía la cruz oculta debajo de su bufanda. El señor Olson abrió la boca tan grande que pareció una cueva y disparó una carcajada acompañada de dos colmillos grandes y llenos de sangre. Su bata se convirtió en oscuridad pero dejaba ver sus dientes, los ojos inyectados de sangre, las manos llenas de uñas largas y en su espalda unas membranas parecidas a las alas de un murciélago. El señor Olson dejó de ser aquel hombre elegante y comenzó a escupir las realidades que Margorie achacaba al cansancio mental.

La existencia de seres malignos en este plano existencial no siempre es producto de la imaginación o la locura, en ocasiones son monstruos escondidos en nuestra mente / Foto: cortesía / Alberto Serrato

–Ahora puedes ver lo que soy, pequeña ilusa. Sabía que tu maldito perro sería la carnada perfecta para que vinieras y me dieras la oportunidad de beber juventud eterna. Desde que llegamos supe que tu sangre sería mi alimento.

Margorie no esperó a que esa bestia terminara de hablar y de inmediato sacó la cruz de entre su bufanda. Lo que minutos antes era el señor Olson ahora se había transformado en una criatura deformada que lamía sus labios y paseaba la lengua sobre ese par de dientes filosos. Olson versión vampiro vio la cruz y comenzó a reír de una forma demencial, pues no tuvo efecto alguno en su ser.

–¿Crees que con eso me harás daño? –soltó una carcajada– ¿En verdad lo crees? Eres ingenua, tu cruz no me hace ni una sola cosquilla, pero con esa fe te has ganado que te cuente un pequeño secreto.

Olson le señaló la pared y Margorie primero miró el dedo largo y posteriormente lo señalado. El muro se resquebrajó, de ahí nacieron cinco bolsas viscosas semejantes a una placenta bovina y dentro de ellas había cuatro niños bajo un proceso de formación. Margorie pensó en las clases de biología y recordó cuando le explicaron cómo se formaba un feto en el vientre. Se talló los ojos creyendo que era una alucinación más. Para decorar la tarta de horror que estaba viviendo, su perro Atila se encontraba en una de esas hediondas bolsas orgánicas. No resistió el impacto, vomitó tanto que estuvo a punto de perder el conocimiento y después cayó de rodillas. Estaba devastada y el perro la observaba con un par de ojos en blanco.

–¿Te gusta nuestro pequeño secreto? Y eso no es todo. Te advierto que después de beber tu sangre iré por los ingenuos de tus padres. Solo necesito que me inviten a pasar, y estoy seguro de que lo harán cuando les lleve noticias de la pequeña Margorie. Lamento arruinar la sorpresa. Me hubiese gustado que los recibieras en el otro mundo sin esperarles, pero da igual, ahora ya lo sabes.

Margorie, por primera vez en su vida, sintió un odio que recorrió todo su torrente sanguíneo. No podía dejar de ver los ojos de Atila que algún día la miraron con amor y ahora solo lo hacían por inercia. En realidad, el perro no la miraba, pero su cabeza colgaba en dirección a ella. Margorie se agitó y sus ojos ahora eran océanos de lágrimas. Ella no permitiría la destrucción de su familia. El llanto de Margorie se convirtió en una carcajada que, por un momento, borró la sonrisa de ese humanoide con alas.

El Pueblo Norte fue cubierto por una nube negra similar a la noche más espectral de algún pueblo fantasma. Olson mostró el infierno que había dentro de sus ojos, sonrió lleno de maldad, agitó sus alas y preparó los colmillos para inyectarlos en el cuello de Margorie. Ella lo miró, también lanzó una sonrisa intranquilizadora, metió la mano izquierda en la faja de su falda y tomó el revolver que su padre guardaba en las cajoneras de la habitación y que algún día le enseñó a disparar contra botellas vacías en un campo de tiro. Preparó el cañón y agradeció haber hurgado en el cuarto de sus padres antes de salir a esa misión de rescate. Disparó con certeza a la frente de esa bestia. El impacto fue seguido por un silencio y luego por un aullido infernal que salió de la boca del señor Olson. Cayó al suelo y comenzó a despedir un vapor negro. La piel de ese anciano se derretía como si en ella cayera ácido sulfúrico. Margorie siguió apuntando al adefesio en proceso de desintegración. Estaba lista para disparar si fuese necesario, pero solo quedaba el cadáver de un anciano con un tiro perfecto en la frente.

Sintió un alivio cuando vio que esa cosa ya no tenía vida hasta que miró la pared y vio que los cuatro niños y su perro Atila cobraron vida para vengar la muerte del señor Olson.

–Mataste a nuestro amo –declaró Atila mientras se erguía en dos patas.

–¡Lo mataste!, ¡lo mataste! –rumoraron al unísono.

Margorie tembló de pies a cabeza y cayó al suelo sin dejar de apuntar con el arma. No pensó mucho tiempo para saber que era necesario descargar las cinco balas restantes si es que deseaba regresar con bien a casa. El perro caminó en dos patas hasta ella sonriendo sin dejar de mirarle. Más de veinte dientes se alargaron y sus ojos proyectaron el deseo de matarla. El perro carcajeaba, avanzaba sin detenerse, sin conocerla, sin recordar los momentos que juntos vivieron, sin compasión alguna. Ella lo invitó a detenerse con algunas palabras dulces que solía decirle, pero el animal saltó hacia ella con las quijadas listas para morder. Margorie no tuvo más remedio que disparar y dejar de lado todos los momentos que vivió con su mascota. Ese demonio no era Atila. El animal se desplomó sin protestas y el mismo vapor negro despedido por Olson, lo redujo a un cadáver inofensivo.

Los niños chillaron como murciélagos, Margorie los miró y no dudó en descargar el arma contra ellos. Todos se desplomaron sin mayor dificultad.

Después de estar rodeada de cinco cadáveres humanos y uno animal, siguió jalando el gatillo que solo golpeteaba, pues ya no había balas para disparar. Intentaba rematarlos para no correr el riesgo de que alguno se levantara a tomar medidas contra su familia. Margorie se reía y festejaba en señal de triunfo. No tuvo duda de su triunfo. Guardó la cruz y el revólver en su faja y salió de esa casa para avisar a sus padres lo que había sucedido. Cuando abrió la puerta vio destellos de una luz roja intermitente y se dio cuenta de que estaba rodeada por el cuerpo policiaco del Pueblo Norte. Más de veinte agentes le apuntaban como si de un delincuente de alta peligrosidad se tratara.

El alguacil Harrison la detuvo y, después de que se analizó el caso, dictaminó su traslado al hospital mental de CM. La nota periodística del día siguiente se encabezó con el siguiente título: “NIÑA DEMENTE MATA A ABUELO, NIETOS y MASCOTA”.

Han pasado más de 15 años y Margorie aún asegura que su vecino no era un humano.

– Gracias por su amabilidad, señor Olson.

Margorie se adentró a la casa Olson sin darse cuenta de que se encontraba bajo un hechizo traducido a la nula capacidad de decidir por sí sola. Sus ojos se perdieron y caminó de forma autómata hasta encontrarse del otro lado de la puerta.

–Es, es, es, es, es, es, es, cálida, su, su, su, casa, señor –alcanzó a declarar con un poquito de conciencia.


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El hombre la miró y aquella sonrisa blanca y constante desapareció para convertirse en un gesto rugoso y sin alegría. En medio de la hipnosis, la última chispa de conciencia le hizo darse cuenta de que estaba en peligro. No lo notó por la mala cara del señor Olson, sino por la energía negativa que manaba de las paredes. Una luz violeta se disipó como niebla y Olson, ya sin pudor ni educación, dejó ver su verdadera identidad, aunque ella ya la había visto días atrás. La luz se intensificó y Margorie quedó cegada por unos instantes, pero ya no tenía miedo, estaba dispuesta a enfrentar su realidad. Un fuerte viento se desató dentro de la casa y fue cuando se atrevió a protestar.

–Entonces esas visiones nocturnas no han sido una pesadilla. Ahora todo me queda claro. Mire, señor Olson, no sé lo que sea usted en realidad, ni qué hace en el Pueblo Norte, pero vengo a exigir que me devuelva a mi perro. Algo me dice, y estoy segura, que usted está detrás de todo esto. No es justo, Atila es mi mejor amigo.

La casa retumbó y las paredes se quejaron como si dentro de ellas hubiera cuerpos lamentándose. Margorie sintió la lengua pegada al paladar. Resistió las ganas de gritar y observó el entorno mientras sostenía la cruz oculta debajo de su bufanda. El señor Olson abrió la boca tan grande que pareció una cueva y disparó una carcajada acompañada de dos colmillos grandes y llenos de sangre. Su bata se convirtió en oscuridad pero dejaba ver sus dientes, los ojos inyectados de sangre, las manos llenas de uñas largas y en su espalda unas membranas parecidas a las alas de un murciélago. El señor Olson dejó de ser aquel hombre elegante y comenzó a escupir las realidades que Margorie achacaba al cansancio mental.

La existencia de seres malignos en este plano existencial no siempre es producto de la imaginación o la locura, en ocasiones son monstruos escondidos en nuestra mente / Foto: cortesía / Alberto Serrato

–Ahora puedes ver lo que soy, pequeña ilusa. Sabía que tu maldito perro sería la carnada perfecta para que vinieras y me dieras la oportunidad de beber juventud eterna. Desde que llegamos supe que tu sangre sería mi alimento.

Margorie no esperó a que esa bestia terminara de hablar y de inmediato sacó la cruz de entre su bufanda. Lo que minutos antes era el señor Olson ahora se había transformado en una criatura deformada que lamía sus labios y paseaba la lengua sobre ese par de dientes filosos. Olson versión vampiro vio la cruz y comenzó a reír de una forma demencial, pues no tuvo efecto alguno en su ser.

–¿Crees que con eso me harás daño? –soltó una carcajada– ¿En verdad lo crees? Eres ingenua, tu cruz no me hace ni una sola cosquilla, pero con esa fe te has ganado que te cuente un pequeño secreto.

Olson le señaló la pared y Margorie primero miró el dedo largo y posteriormente lo señalado. El muro se resquebrajó, de ahí nacieron cinco bolsas viscosas semejantes a una placenta bovina y dentro de ellas había cuatro niños bajo un proceso de formación. Margorie pensó en las clases de biología y recordó cuando le explicaron cómo se formaba un feto en el vientre. Se talló los ojos creyendo que era una alucinación más. Para decorar la tarta de horror que estaba viviendo, su perro Atila se encontraba en una de esas hediondas bolsas orgánicas. No resistió el impacto, vomitó tanto que estuvo a punto de perder el conocimiento y después cayó de rodillas. Estaba devastada y el perro la observaba con un par de ojos en blanco.

–¿Te gusta nuestro pequeño secreto? Y eso no es todo. Te advierto que después de beber tu sangre iré por los ingenuos de tus padres. Solo necesito que me inviten a pasar, y estoy seguro de que lo harán cuando les lleve noticias de la pequeña Margorie. Lamento arruinar la sorpresa. Me hubiese gustado que los recibieras en el otro mundo sin esperarles, pero da igual, ahora ya lo sabes.

Margorie, por primera vez en su vida, sintió un odio que recorrió todo su torrente sanguíneo. No podía dejar de ver los ojos de Atila que algún día la miraron con amor y ahora solo lo hacían por inercia. En realidad, el perro no la miraba, pero su cabeza colgaba en dirección a ella. Margorie se agitó y sus ojos ahora eran océanos de lágrimas. Ella no permitiría la destrucción de su familia. El llanto de Margorie se convirtió en una carcajada que, por un momento, borró la sonrisa de ese humanoide con alas.

El Pueblo Norte fue cubierto por una nube negra similar a la noche más espectral de algún pueblo fantasma. Olson mostró el infierno que había dentro de sus ojos, sonrió lleno de maldad, agitó sus alas y preparó los colmillos para inyectarlos en el cuello de Margorie. Ella lo miró, también lanzó una sonrisa intranquilizadora, metió la mano izquierda en la faja de su falda y tomó el revolver que su padre guardaba en las cajoneras de la habitación y que algún día le enseñó a disparar contra botellas vacías en un campo de tiro. Preparó el cañón y agradeció haber hurgado en el cuarto de sus padres antes de salir a esa misión de rescate. Disparó con certeza a la frente de esa bestia. El impacto fue seguido por un silencio y luego por un aullido infernal que salió de la boca del señor Olson. Cayó al suelo y comenzó a despedir un vapor negro. La piel de ese anciano se derretía como si en ella cayera ácido sulfúrico. Margorie siguió apuntando al adefesio en proceso de desintegración. Estaba lista para disparar si fuese necesario, pero solo quedaba el cadáver de un anciano con un tiro perfecto en la frente.

Sintió un alivio cuando vio que esa cosa ya no tenía vida hasta que miró la pared y vio que los cuatro niños y su perro Atila cobraron vida para vengar la muerte del señor Olson.

–Mataste a nuestro amo –declaró Atila mientras se erguía en dos patas.

–¡Lo mataste!, ¡lo mataste! –rumoraron al unísono.

Margorie tembló de pies a cabeza y cayó al suelo sin dejar de apuntar con el arma. No pensó mucho tiempo para saber que era necesario descargar las cinco balas restantes si es que deseaba regresar con bien a casa. El perro caminó en dos patas hasta ella sonriendo sin dejar de mirarle. Más de veinte dientes se alargaron y sus ojos proyectaron el deseo de matarla. El perro carcajeaba, avanzaba sin detenerse, sin conocerla, sin recordar los momentos que juntos vivieron, sin compasión alguna. Ella lo invitó a detenerse con algunas palabras dulces que solía decirle, pero el animal saltó hacia ella con las quijadas listas para morder. Margorie no tuvo más remedio que disparar y dejar de lado todos los momentos que vivió con su mascota. Ese demonio no era Atila. El animal se desplomó sin protestas y el mismo vapor negro despedido por Olson, lo redujo a un cadáver inofensivo.

Los niños chillaron como murciélagos, Margorie los miró y no dudó en descargar el arma contra ellos. Todos se desplomaron sin mayor dificultad.

Después de estar rodeada de cinco cadáveres humanos y uno animal, siguió jalando el gatillo que solo golpeteaba, pues ya no había balas para disparar. Intentaba rematarlos para no correr el riesgo de que alguno se levantara a tomar medidas contra su familia. Margorie se reía y festejaba en señal de triunfo. No tuvo duda de su triunfo. Guardó la cruz y el revólver en su faja y salió de esa casa para avisar a sus padres lo que había sucedido. Cuando abrió la puerta vio destellos de una luz roja intermitente y se dio cuenta de que estaba rodeada por el cuerpo policiaco del Pueblo Norte. Más de veinte agentes le apuntaban como si de un delincuente de alta peligrosidad se tratara.

El alguacil Harrison la detuvo y, después de que se analizó el caso, dictaminó su traslado al hospital mental de CM. La nota periodística del día siguiente se encabezó con el siguiente título: “NIÑA DEMENTE MATA A ABUELO, NIETOS y MASCOTA”.

Han pasado más de 15 años y Margorie aún asegura que su vecino no era un humano.

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