/ domingo 9 de septiembre de 2018

“Mi muy querida amiga”, la verdadera historia de la última sinfonía de Chaikovski

Piotr Ilich Chaikovski traducía a música sus emociones más intensas, sus silencios más profundos y su aspiración a la felicidad

El 6 de noviembre de 1893, nueve días después del estreno de la 6ª Sinfonía, “ Patética”, Piotr Ilich Chaikovski, su compositor, murió. El debate aún vigente es si murió a causa del cólera o si a través de éste se suicidó.

El tema de la obra presagiaba el final. Sobre todo el último movimiento: Adagio Lamentoso, en el que luego de una melodía extremadamente melancólica y triste, los latidos del corazón se apagan de forma tenue, suave, casi imperceptible hasta el silencio final. Es al mismo tiempo un réquiem y un epitafio.

La obra fue recibida por el público con cierto desdén. Pero LaPatética decía algo más. Y era eso, una obra fúnebre ‘que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza.’ (RAE)



La vida y la obra de uno de los más populares compositores de música culta fue intrincada, solitaria, con dudas vitales, locuras y logros extremos; con un éxito insospechado y al mismo tiempo fue sometido al desprecio de muchos…

Entonces y ahora se consideró que su música es fácil, dulzona, muy romántica y programática, de pronto estruendosa como melancólica. Pero da la casualidad de que el ser humano se acerca a esta música porque se siente conmovido; porque un espíritu común y sin pretensiones se encuentra en las melodías de Chaikovski, en su retórica melódica y sencilla, como complicada en su técnica y colmada de mensajes, evidentes unos y otros profundamente ocultos. Él sabe lo que quería decir, y lo dijo

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Por ejemplo, cuando estrenó el Concierto para Violín y Orquesta (1878) fue rechazado por Leopold Auer, a quien lo dedicó, lo mismo que hizo su amigo Nikólai Rubinstein: Le reprocharon la estructura como también la gran dificultad técnica para su interpretación. Y, lo peor, cuando se estrenó, al término la audiencia silbó en Viena e, incluso, uno de los críticos más influyentes de la época, Eduard Hanslick escribió:

… El Concierto para violín de Chaikovski nos enfrenta por primera vez con la espantosa idea de que puede haber composiciones musicales cuyo tufo hediondo uno puede escuchar.

Eduard Hanslick

Como ocurrió con el Concierto para Piano y Orquesta No. 1, que por su complicada estructura y dificultad técnica, por mucho tiempo fue rechazado por los grandes pianistas de la época…

Pero ¿y quién es este hombre que traducía a música sus emociones más intensas, sus silencios más profundos, sus frustraciones, sus secretos insondables, sus recovecos internos y su aspiración a la felicidad, envueltos en una permanente melancolía?

Piotr Ilich Chaikovski nació el 25 de abril de 1840 en Vótkinsk, al este de Moscú, Rusia. Fue hijo del ingeniero en vías férreas Iliá Petróvich Chaikovski (la forma inglesa es Tchaikowsky, aunque la raíz del apellido tiene que ver con Chaika, que es ‘gaviota’) y de Alexandra Andreevna Assier, de origen francés. Era una familia acomodada que permitió que a los cinco años el pequeño Piotr comenzara a tomar clases de piano con gran destreza.

Desde muy pequeño sintió profunda admiración por la música de Mozart, Bellini, Rossini y Verdi. Pero eran destellos de su gusto por la música. Callado y retraído él, prefería leer y escuchar música. Fanny Dürbach, la institutriz de él y sus hermanos, los gemelos Modesto y Anatoli, como de Alexandra, diría años después que el pequeño Piotr era ‘muy sensible’.

Hizo sus primeros estudios en un internado de niños que habrían de ser preparados para la escuela de Derecho. Al término de la carrera de Jurisprudencia, en 1859, consiguió una posición en la burocracia zarista.

Pero al final la inquietud por la música no lo dejó continuar por el camino de las leyes y en 1861 se inscribió en la escuela de quien luego sería su amigo y crítico feroz, Nikolai Zaremba, con quien se trasladó a San Petersburgo para continuar en el Conservatorio y en el que se graduó en 1865. En 1867 Anton Rubinstein inauguró el Conservatorio de música de Moscú y lo invitó a dar clases. Sus materias fueron armonía y contrapunto.

Tenía 27 años y comenzó el magisterio y siguió en la composición. En febrero de 1868 se estrenó en Moscú su Primera Sinfonía, con gran aliento del público que la recibió con aplausos… Esto lo animó a continuar por el camino de la música, nada más.

En adelante el compositor se dedicó a dar clases y a componer: era muy exigente consigo, disciplinado y abstraído, en exceso autocrítico, aunque esto no significaba que no se dejara llevar por la vida alegre, sobre todo por su amistad con Nikólai Rubinstein quien era parrandero, trasnochador y de vino bravo. En esas anduvo Piotr Ilich también.

Pero sentía un gran respeto por su tarea y por sus responsabilidades como maestro en el Conservatorio, y poco a poco fue desgranando obras cada vez más intensas y experimentadas; la madurez llegó pronto y así fue siendo aceptado o rechazado, pero no pasó inadvertido.

Vinieron su fantasía-obertura Romeo y Julieta, que le dio fama inmediata, aun entre sus adversarios musicales, los Cinco Nacionalistas –Balákirev, Cui, Moussorsky, Rimsky-Korsakov y Borodin- quienes pregonaban la música rusa por encima de cualquier influencia externa, los mismos que acusaban a Chaikovski de haberse occidentalizado y de ser apátrida musical. Al final hubo una relación cordial, pero nunca muy cercana.

Y de ahí en adelante operas, sinfonías varias, fantasías, canciones: Los dos grandes conciertos: para piano y para violín –hoy indispensables en todo repertorio-, los ballets El lago delos cisnes, El cascanueces, La Bella Durmiente que son del repertorio dancístico ineludible para las grandes bailarinas de la historia.

Chaikovski no fue un hombre feliz. Vivía amordazado y aterrado. Acaso conseguía su propia libertad en la música y viajando. Iba a Europa para encontrar refugio y paz. Pero también para inspirarse y componer. Mucha de su obra fue compuesta durante estos viajes: El Capricho Italiano nació luego que desde su cuarto de hotel escuchó a un vendedor callejero silbar una breve melodía, la que apuntó el músico y desarrolló al punto que hoy es una de las melodías más queridas e interpretadas de su repertorio…

Pero él caminaba en silencio. En 1869 conoció a la soprano belga Désirée Artót con quien estuvo a punto de casarse; luego diría que fue la única mujer de la estuvo enamorado. A ella dedicó su Romance en fa menor para pianoOp.5. Pero nada. No hubo nada… Sin embargo la opresión social y “su locura” le diría a su hermano Modesto, hizo que se casara con una ex alumna, Antonina Milioukova. El matrimonio duró la víspera porque a los pocos meses se separaron.

En 1877 entró en comunicación con Nadezhda von Meck, la viuda de un rico empresario de ferrocarriles ruso. Durante trece años fueron amigos entrañables. En el lapso se escribieron un poco más de mil doscientas cartas. Como pocas veces en la vida, la amistad entre dos personas estaba a disposición de dos solitarios que nunca, jamás, se vieron personalmente.

Fue una condición puesta y aceptada por ambos. Alguna vez, en un camino rural se encontraron mientras ella iba en su calesa y él caminaba por el campo. Nunca más. Ella le pidió que escribiera algunas obras a cambio de un estipendio. Él lo hizo gustoso por ambas razones, la amistad profunda que ya nacía entre ambos y los recursos, que siempre le hacían falta.

Con el tiempo ella decidió asignarle una entrega anual de 6 mil rublos, cantidad suficiente para que pudiera dedicarse exclusivamente a componer. Como fue. Hubo música para él… y para ella.

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En las cartas que luego fueron recopiladas por una descendiente de la señora Von Meck se encuentra la historia de una amistad profunda, cariñosa, sincera y sin recovecos. Acaso algún silencio de parte de él, y ella por su parte se guardaba los conflictos familiares y la pesadez de su propia soledad.

Pero mientras el éxito crecía, la soledad del autor aumentaba. Su hipocondría era absoluta. Odiaba la soledad pero quería estar solo. Viajaba para solucionar su profunda y permanente melancolía. Tenía miedo a todo y a todos. Sentía terror escénico siempre. Inseguro innato, era asimismo necio, caprichoso y huraño.

Luego de trece años de amistad intensa, de desahogo epistolar y humano, de pronto en 1890 Chaikovski recibió una carta de la señora Von Meck en la que le notificaba que daba por terminada su relación amistosa. Argumentó un serio deterioro económico. En la carta le pedía que ya no la buscara… “Pero no se olvide de su amiga”.

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Entristecido, en 1891 Chaikovski fue invitado a ir a Estados Unidos, para ser él quien inaugurara el Carnegie Hall. Ese día interpretó su Marcha Eslava… De regreso a Rusia se dedicó a la composición y a la dirección de orquesta… En solitario ya.

Dos años después, en 1893 compuso su última sinfonía. La Sexta Sinfonía. Patética. Su sinfonía emblemática. ¿Era el adiós? ¿Era el fin de todo? ¿Era el último tramo del viaje?... El público no entendió. No leyó la entrelínea de aquella obra silenciosa, y guardó silencio.

Nueve días después Piotr Ilich Chaikovski moría. Se dijo que había muerto al beber un vaso de agua de la llave durante una epidemia de cólera en Rusia. Era una forma segura de morir. Pero también se ha dicho que murió obligado porque había tenido relaciones con el hijo de un amigo cercano del Zar.

Al final tenía miedo de que el mundo cerrado en el que vivió se enterara de su tragedia, de sus interminables silencios, de su callado tramo a obscuras. El miedo a ‘su enfermedad’ como el miedo al mundo terminó el 6 de noviembre de 1893.

‘La musa de aquel joven músico devenido en gran compositor murió de tuberculosis el 13 de enero de 1894 en Niza, apenas dos meses después de la muerte de Chaikovski…’

“Querida amiga. Mi bien amada, mi muy querida amiga: no puedo pensar en mí sin pensar por eso mismo en usted…”


jhsantiago@prodigy.net.mx

El 6 de noviembre de 1893, nueve días después del estreno de la 6ª Sinfonía, “ Patética”, Piotr Ilich Chaikovski, su compositor, murió. El debate aún vigente es si murió a causa del cólera o si a través de éste se suicidó.

El tema de la obra presagiaba el final. Sobre todo el último movimiento: Adagio Lamentoso, en el que luego de una melodía extremadamente melancólica y triste, los latidos del corazón se apagan de forma tenue, suave, casi imperceptible hasta el silencio final. Es al mismo tiempo un réquiem y un epitafio.

La obra fue recibida por el público con cierto desdén. Pero LaPatética decía algo más. Y era eso, una obra fúnebre ‘que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza.’ (RAE)



La vida y la obra de uno de los más populares compositores de música culta fue intrincada, solitaria, con dudas vitales, locuras y logros extremos; con un éxito insospechado y al mismo tiempo fue sometido al desprecio de muchos…

Entonces y ahora se consideró que su música es fácil, dulzona, muy romántica y programática, de pronto estruendosa como melancólica. Pero da la casualidad de que el ser humano se acerca a esta música porque se siente conmovido; porque un espíritu común y sin pretensiones se encuentra en las melodías de Chaikovski, en su retórica melódica y sencilla, como complicada en su técnica y colmada de mensajes, evidentes unos y otros profundamente ocultos. Él sabe lo que quería decir, y lo dijo

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Por ejemplo, cuando estrenó el Concierto para Violín y Orquesta (1878) fue rechazado por Leopold Auer, a quien lo dedicó, lo mismo que hizo su amigo Nikólai Rubinstein: Le reprocharon la estructura como también la gran dificultad técnica para su interpretación. Y, lo peor, cuando se estrenó, al término la audiencia silbó en Viena e, incluso, uno de los críticos más influyentes de la época, Eduard Hanslick escribió:

… El Concierto para violín de Chaikovski nos enfrenta por primera vez con la espantosa idea de que puede haber composiciones musicales cuyo tufo hediondo uno puede escuchar.

Eduard Hanslick

Como ocurrió con el Concierto para Piano y Orquesta No. 1, que por su complicada estructura y dificultad técnica, por mucho tiempo fue rechazado por los grandes pianistas de la época…

Pero ¿y quién es este hombre que traducía a música sus emociones más intensas, sus silencios más profundos, sus frustraciones, sus secretos insondables, sus recovecos internos y su aspiración a la felicidad, envueltos en una permanente melancolía?

Piotr Ilich Chaikovski nació el 25 de abril de 1840 en Vótkinsk, al este de Moscú, Rusia. Fue hijo del ingeniero en vías férreas Iliá Petróvich Chaikovski (la forma inglesa es Tchaikowsky, aunque la raíz del apellido tiene que ver con Chaika, que es ‘gaviota’) y de Alexandra Andreevna Assier, de origen francés. Era una familia acomodada que permitió que a los cinco años el pequeño Piotr comenzara a tomar clases de piano con gran destreza.

Desde muy pequeño sintió profunda admiración por la música de Mozart, Bellini, Rossini y Verdi. Pero eran destellos de su gusto por la música. Callado y retraído él, prefería leer y escuchar música. Fanny Dürbach, la institutriz de él y sus hermanos, los gemelos Modesto y Anatoli, como de Alexandra, diría años después que el pequeño Piotr era ‘muy sensible’.

Hizo sus primeros estudios en un internado de niños que habrían de ser preparados para la escuela de Derecho. Al término de la carrera de Jurisprudencia, en 1859, consiguió una posición en la burocracia zarista.

Pero al final la inquietud por la música no lo dejó continuar por el camino de las leyes y en 1861 se inscribió en la escuela de quien luego sería su amigo y crítico feroz, Nikolai Zaremba, con quien se trasladó a San Petersburgo para continuar en el Conservatorio y en el que se graduó en 1865. En 1867 Anton Rubinstein inauguró el Conservatorio de música de Moscú y lo invitó a dar clases. Sus materias fueron armonía y contrapunto.

Tenía 27 años y comenzó el magisterio y siguió en la composición. En febrero de 1868 se estrenó en Moscú su Primera Sinfonía, con gran aliento del público que la recibió con aplausos… Esto lo animó a continuar por el camino de la música, nada más.

En adelante el compositor se dedicó a dar clases y a componer: era muy exigente consigo, disciplinado y abstraído, en exceso autocrítico, aunque esto no significaba que no se dejara llevar por la vida alegre, sobre todo por su amistad con Nikólai Rubinstein quien era parrandero, trasnochador y de vino bravo. En esas anduvo Piotr Ilich también.

Pero sentía un gran respeto por su tarea y por sus responsabilidades como maestro en el Conservatorio, y poco a poco fue desgranando obras cada vez más intensas y experimentadas; la madurez llegó pronto y así fue siendo aceptado o rechazado, pero no pasó inadvertido.

Vinieron su fantasía-obertura Romeo y Julieta, que le dio fama inmediata, aun entre sus adversarios musicales, los Cinco Nacionalistas –Balákirev, Cui, Moussorsky, Rimsky-Korsakov y Borodin- quienes pregonaban la música rusa por encima de cualquier influencia externa, los mismos que acusaban a Chaikovski de haberse occidentalizado y de ser apátrida musical. Al final hubo una relación cordial, pero nunca muy cercana.

Y de ahí en adelante operas, sinfonías varias, fantasías, canciones: Los dos grandes conciertos: para piano y para violín –hoy indispensables en todo repertorio-, los ballets El lago delos cisnes, El cascanueces, La Bella Durmiente que son del repertorio dancístico ineludible para las grandes bailarinas de la historia.

Chaikovski no fue un hombre feliz. Vivía amordazado y aterrado. Acaso conseguía su propia libertad en la música y viajando. Iba a Europa para encontrar refugio y paz. Pero también para inspirarse y componer. Mucha de su obra fue compuesta durante estos viajes: El Capricho Italiano nació luego que desde su cuarto de hotel escuchó a un vendedor callejero silbar una breve melodía, la que apuntó el músico y desarrolló al punto que hoy es una de las melodías más queridas e interpretadas de su repertorio…

Pero él caminaba en silencio. En 1869 conoció a la soprano belga Désirée Artót con quien estuvo a punto de casarse; luego diría que fue la única mujer de la estuvo enamorado. A ella dedicó su Romance en fa menor para pianoOp.5. Pero nada. No hubo nada… Sin embargo la opresión social y “su locura” le diría a su hermano Modesto, hizo que se casara con una ex alumna, Antonina Milioukova. El matrimonio duró la víspera porque a los pocos meses se separaron.

En 1877 entró en comunicación con Nadezhda von Meck, la viuda de un rico empresario de ferrocarriles ruso. Durante trece años fueron amigos entrañables. En el lapso se escribieron un poco más de mil doscientas cartas. Como pocas veces en la vida, la amistad entre dos personas estaba a disposición de dos solitarios que nunca, jamás, se vieron personalmente.

Fue una condición puesta y aceptada por ambos. Alguna vez, en un camino rural se encontraron mientras ella iba en su calesa y él caminaba por el campo. Nunca más. Ella le pidió que escribiera algunas obras a cambio de un estipendio. Él lo hizo gustoso por ambas razones, la amistad profunda que ya nacía entre ambos y los recursos, que siempre le hacían falta.

Con el tiempo ella decidió asignarle una entrega anual de 6 mil rublos, cantidad suficiente para que pudiera dedicarse exclusivamente a componer. Como fue. Hubo música para él… y para ella.

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En las cartas que luego fueron recopiladas por una descendiente de la señora Von Meck se encuentra la historia de una amistad profunda, cariñosa, sincera y sin recovecos. Acaso algún silencio de parte de él, y ella por su parte se guardaba los conflictos familiares y la pesadez de su propia soledad.

Pero mientras el éxito crecía, la soledad del autor aumentaba. Su hipocondría era absoluta. Odiaba la soledad pero quería estar solo. Viajaba para solucionar su profunda y permanente melancolía. Tenía miedo a todo y a todos. Sentía terror escénico siempre. Inseguro innato, era asimismo necio, caprichoso y huraño.

Luego de trece años de amistad intensa, de desahogo epistolar y humano, de pronto en 1890 Chaikovski recibió una carta de la señora Von Meck en la que le notificaba que daba por terminada su relación amistosa. Argumentó un serio deterioro económico. En la carta le pedía que ya no la buscara… “Pero no se olvide de su amiga”.

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Entristecido, en 1891 Chaikovski fue invitado a ir a Estados Unidos, para ser él quien inaugurara el Carnegie Hall. Ese día interpretó su Marcha Eslava… De regreso a Rusia se dedicó a la composición y a la dirección de orquesta… En solitario ya.

Dos años después, en 1893 compuso su última sinfonía. La Sexta Sinfonía. Patética. Su sinfonía emblemática. ¿Era el adiós? ¿Era el fin de todo? ¿Era el último tramo del viaje?... El público no entendió. No leyó la entrelínea de aquella obra silenciosa, y guardó silencio.

Nueve días después Piotr Ilich Chaikovski moría. Se dijo que había muerto al beber un vaso de agua de la llave durante una epidemia de cólera en Rusia. Era una forma segura de morir. Pero también se ha dicho que murió obligado porque había tenido relaciones con el hijo de un amigo cercano del Zar.

Al final tenía miedo de que el mundo cerrado en el que vivió se enterara de su tragedia, de sus interminables silencios, de su callado tramo a obscuras. El miedo a ‘su enfermedad’ como el miedo al mundo terminó el 6 de noviembre de 1893.

‘La musa de aquel joven músico devenido en gran compositor murió de tuberculosis el 13 de enero de 1894 en Niza, apenas dos meses después de la muerte de Chaikovski…’

“Querida amiga. Mi bien amada, mi muy querida amiga: no puedo pensar en mí sin pensar por eso mismo en usted…”


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