Nunca mates a un gato

Alberto Serrato

  · domingo 13 de octubre de 2024

Imagen ilustrativa / No hace falta algún otro comentario para deducir que estoy cumpliendo mi castigo y espero que en el más allá pueda encontrar perdón por mi horrible acto / Foto: Karime Díaz / El Sol del Cuernavaca

Cometí un acto inhumano indigno de compartirse, espero que Dios me perdone y con el castigo que estoy viviendo, pueda saldar la cuenta pendiente. Con este relato invito a quienes lo lean a no cometer actos infames de esta naturaleza. Espero y puedas compartirlo, no para alimentar el morbo de tus lectores, sino para hacer conciencia en relación a la vida animal.

No me gustaría dar mi nombre ni edad, vivo en Durango y estoy a punto de morir, pero quiero contarlo al mundo antes de partir. Hace un par de meses mi hija se fue a un campamento de la escuela. Una de sus amigas me pidió cuidar de su gato durante todo el fin de semana, sus padres se habían ido a un viaje de negocios y no tenía donde dejarlo. No soy afecta a los animales, más nunca creí cometer un crimen como ese.

Llegó el día del campamento, la amiga de mi hija llegó a casa, me dejó al gato en una transportadora y yo las llevé a la escuela donde las esperaría el camión para ir al campamento en Mexiquillo. Cuando regresé le abrí la jaula al gato y salió moviendo la cola, dando pasos sigilosos. Era lindo, más no de mi agrado, su pelaje era largo y gris, parecía una nube negra. A los pocos minutos comencé con alergias, guardé la calma, toleré un poco y lo dejé adentro de casa como me lo solicitaron.


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El primer día anduvo tranquilo en la sala, pero cuando se sintió en confianza rompió uno de mis sillones y una figura de porcelana, eso me generó enojo e impotencia, pero no pasó por mi mente cometer el hecho desalmado. A la mañana siguiente mientras desayunaba, saltó a la mesa y volteó la avena caliente sobre mis piernas, sufrí quemadas de segundo grado y el gato duró escondido debajo de un sillón durante horas, tal vez hasta que dejé de maldecirlo. Comencé a sentir algo parecido al odio, abrí la puerta de la casa y el gato nunca se salió. El día pareció eterno, se convirtió en un infierno. El animal rompió cables de teléfono, un televisor, otro sillón, las cortinas y mi cordura. Corría de un lado para otro y parecía burlarse, por un momento pensé en la obra del demonio, ya no aguanté más, fue como si alguna fuerza poderosa hubiera tomado posesión de mi voluntad. Salí de casa a una ferretera cercana, con la mente llena de odio, sin dudarlo compré veneno para ratas.

El gato tenía la casa convertida en un despojo y eso me hizo sentir más coraje y odio. Era la hora de la merienda de esa bestia y hoy me arrepiento contarlo, pero lo hago con pena y sufrimiento. Vertí el veneno para rata en la comida del animal y a los pocos minutos se acercó, comió más de media ración de croquetas, pero no la suficiente para morir de inmediato. A la media hora de haber tragado la comida, el gato vomitó, se convulsionó y se metió a tumbos debajo de un sillón. El demonio había sido vencido. Me quedé con la esperanza de que ahí muriera, me di una ducha sin pensar en el monstruo que me había convertido. Dormí en tranquilidad.

A la mañana siguiente mi hija llegó del campamento junto con su amiga, quién rápido buscó a su mascota, yo le dije que lo había visto enfermo, ocultando mi maldito crimen. Ella me agradeció las atenciones hacia su fiel amigo sin saber la verdad y cuando lo vio con sangre en el hocico, rompió en llanto y se lo llevó al veterinario, por desgracia era demasiado tarde y murió en el camino, quizá con los intestinos perforados. Ahí me dio un poco de pesar, pero sentí venganza ante los actos desastrosos del gato.


La chica nunca reclamó nada, eso me hizo olvidar todo ese cuento, pero al mes, comencé a sentirme mal, no tenía equilibrio y mis brazos eran pesados, vomitaba sangre y mi orina era color purpura, mi energía estaba por los suelos y bajé 10 kilos en un mes. Mis ojeras se hicieron como cuevas y mi rostro hoy parece el de un cadáver. A partir de entonces mi vida se ha traducido en visitas médicas y tras varios estudios, me han diagnosticado cáncer en etapa terminal. No hace falta algún otro comentario para deducir que estoy cumpliendo mi castigo y espero que en el más allá pueda encontrar perdón por mi horrible acto.