Nunca volveré a dormir frente a ese cuadro fúnebre, estoy segura de que ese rostro no es el de mi padre, además está maldito. Me llamo Mayte y vivo en la colonia obrera. Esta zona es vieja y muchos dicen que es un lugar lleno de entidades, pero todas sus leyendas se alojan en la carne de sus habitantes y no dentro de las casas, porque los muros solo son objetos inanimados, sin vida y estoy segura de que la mente es el atractor de todos los espantos que no dejan dormir y mi relato creo es prueba de ello. Soy estudiante de medicina en la UJED y siempre los maestros dicen que debemos basarnos en lo observable y tangible, pero mi relato discrepa de la ciencia, espero que lo publiques.
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Vivo con mi madre desde hace diez años y antes de eso, éramos una familia feliz hasta que mi papá murió en un accidente de motocicleta en la carretera Mazatlán. Ser una niña de ocho años sin él, fue duro, pero también me ayudó a madurar más pronto. Recuerdo su cuerpo en el ataúd, los llantos de mis abuelos, las oraciones, el olor a café americano y esa horrible fotografía a un lado de su féretro en la que salía muy retocado, casi como un dibujo animado y lejano de su verdadera esencia. Nunca pude olvidar ese horrible cuadro porque era el símbolo de su muerte y por aquel día, cuando un hombre extraño de gabardina negra llegó al funeral sin saludar, sin ver a los ojos a nadie. Recuerdo su silueta siniestra, haciendo señas simétricas y oraciones frente al retrato de mi padre para luego disolverse entre todos los presentes.
Ese recuerdo siempre se quedó en mi mente. Casi estuve a punto de olvidarlo hasta hace dos meses que limpiamos la casa a fondo y mi mamá decidió colocar ese cuadro en mi cuarto, según ella para tener mayor suerte en los periodos de mis exámenes. La idea no me agradó, más no quise ser grosera con ella y acepté, pero les aseguro que desde que ese cuadro está colgado frente a mi cama, no puedo dormir, porque eso que cobra vida por las noches no es mi padre. No les contaré todas las veces que ha ocurrido, ni como saca la lengua, tampoco como tuerce los ojos y se burla, porque pensarán que es mentira o que me estoy volviendo loca, así que ustedes juzguen.
Fue el sábado pasado, no quise salir con mis amigos y preferí quedarme a ver una película en Netflix. Duré hasta pasada la medianoche acostada frente a la pantalla y los ojos empezaron a cerrarse. El sonido de la televisión se convirtió en un balbuceo constante y cuando casi me voy a las curvaturas del sueño, un llamado similar a un “psssst” me despertó. Abrí los ojos, miré a la puerta, luego a la ventana y solo podía escuchar a un grillo por ahí en el jardín, mi corazón se aceleró y me paré a prender la luz. Me senté frente a la cama, mirando a todos lados, luego la inercia me llevó a ver el rostro falso y retocado de mi padre, con unas mejillas pastosas y una barba azul, casi irreal.
El rostro estaba montado sobre un fondo horrible de colores violetas y ocres con la leyenda de “Funerales Hernández”. Cuando decidí verlo de frente, las manos comenzaron a moverse y como una figura 3D, salieron de ese plano y se dirigieron a mí. Me sentí ahogada y no pude gritar, cerré los ojos con fuerza y los abrí hasta que un estallido del vidrio me obligó a hacerlo. El cuadro estaba tirado en el suelo y miles de pedazos de vidrio destellaban desordenados. El rostro mal retocado ahí estaba y a través de la ventana, pude ver a aquel hombre que asistió a marcar insignias sobre la imagen de mi padre.