/ viernes 20 de septiembre de 2024

Cosmos, un viaje personal

Carl Sagan transformó la visión de la ciencia y el universo en la década de 1980

“El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono de nuestro pie de manzana, se hicieron en los interiores de estrellas en proceso de colapso. Estamos hechos, pues, de sustancia estelar”.

“¿Qué significan setenta millones de años para unos seres que viven sólo una millonésima de este tiempo? Somos como mariposas que revolotean un solo día y piensan que aquello lo es todo”.

– Carl Sagan –

Cosmos, un viaje personal / Foto: Cazadores de estrellas


Era 1980, un año, sin duda, muy significativo para mi: la secundaria, mi mejor época de estudiante, el fútbol, la música disco, los famosos “Walkman” de Sony y otras tantas cosas que llenaban mi existencia. Pero estaba a punto de surgir algo que cambiaría mi vida – y la de muchos –, por completo: se publicaba la serie de televisión “Cosmos”, del renombrado hombre de ciencia y máximo exponente de la divulgación científica, Carl Sagan.

La serie, dividida en 13 emisiones, se hizo acompañar de un libro con el mismo número de capítulos. Era una delicia estar frente al televisor cada sábado escuchando cada frase dictada por Sagan. Sin olvidar que, punto y aparte, era la música, creada por el Griego Vangelis.

La semilla de la ciencia, ya tenía varios años germinando en la fértil tierra del cerebro de ese chico rebelde y alegre que desde siempre he sido; y el hecho de que mi papá me haya motivado invirtiendo $3,900 de aquel entonces (todavía conservo la nota) en mí, definitivamente hizo que amara esta disciplina. Obvio, le di lectura completa al libro un par de veces en las primeras tres semanas.

Cosmos, un viaje personal / Foto: Cazadores de estrellas

El contenido

La serie te lleva por un sinfín de temas diversos que te cuentan sobre el universo: la observación del mismo por las civilizaciones antigüas, las misiones espaciales, los griegos, la razón, la imaginación, la creatividad, la evolución y las ansias que tenemos como civilización de conocer nuestros orígenes, nuestro destino y la misión que tenemos como especie.

Muchos creemos, regularmente, que las ciencias son complicadas: es de cierta manera “común” que las personas mayores a nosotros, nos dicen que las matemáticas, la química o la física son materias “difíciles” en la escuela y, tal vez por esa predisposición es que, efectivamente, nos complican la existencia. Pero no debería ser así. Las ciancias nos enseñan cómo funcionan las cosas, cómo podemos entender fenómenos naturales, cómo es que nuestra vida cotidiana se hace más fácil por el desarrollo científico.


Esto es precisamente lo que nos comparten el libro y la serie: la ciencia en nuestra vida cotidiana. Hacían volar la imaginación de cualquiera que los tuviera al alcance; ese viaje a través del espacio y del tiempo en un “diente de león” era increíble. Ahí se desvelaron para mi muchos “secretos”: cómo era que se sabía desde la antigüedad que la Tierra es redonda, qué había descubierto Galileo al dirigir su pequeño telescopio por primera vez a Júpiter o a la Luna, todo lo que habían descubierto las misiones espaciales Venera o Vikingo en Venus y en Marte, los mensajes a las estrellas desde el radio telescopio de Arecibo, las múltiples dimensiones, la ecuación de Drake (para calcular el número de planetas con posibilidades de vida en nuestra galaxia); pero para mi, lo más asombroso, era todo aquello relacionado con las misiones Voyager (Viejero), su visita a los gigantes de gas y su mensaje a las estrellas (para más referencia, consulta nuestra columna del pasado viernes 6 de septiembre).


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Desde entonces, mi acercamiento a la astronomía ha sido un largo transitar por diferentes vertientes: el aprendizaje, la observación, la comunicación y la fotografía de estos temas. Desde aquella primera vez que en una clase de licenciatura expuse el “Efecto Doppler”, pasando por binoculares, cinco telescopios (incluyendo los dos que ahora utilizo), miles de fotografías de casi cualquier objeto celeste, programas de televisión y radio, conferencias a cualquier nivel y talleres, hasta llegar a la organización y realización (junto a Cazadores de Estrellas y Museo Bebeleche) de un evento tan importante como la observación del pasado eclipse total de Sol en mi ciudad. Todo esto tal vez no hubiera sucedido si no fuera por el apoyo de mis papás, de mi familia, de amigos y de la inspiración de aquella serie y de aquel libro cuyos contenidos mágicos me transformaron por completo.

“El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono de nuestro pie de manzana, se hicieron en los interiores de estrellas en proceso de colapso. Estamos hechos, pues, de sustancia estelar”.

“¿Qué significan setenta millones de años para unos seres que viven sólo una millonésima de este tiempo? Somos como mariposas que revolotean un solo día y piensan que aquello lo es todo”.

– Carl Sagan –

Cosmos, un viaje personal / Foto: Cazadores de estrellas


Era 1980, un año, sin duda, muy significativo para mi: la secundaria, mi mejor época de estudiante, el fútbol, la música disco, los famosos “Walkman” de Sony y otras tantas cosas que llenaban mi existencia. Pero estaba a punto de surgir algo que cambiaría mi vida – y la de muchos –, por completo: se publicaba la serie de televisión “Cosmos”, del renombrado hombre de ciencia y máximo exponente de la divulgación científica, Carl Sagan.

La serie, dividida en 13 emisiones, se hizo acompañar de un libro con el mismo número de capítulos. Era una delicia estar frente al televisor cada sábado escuchando cada frase dictada por Sagan. Sin olvidar que, punto y aparte, era la música, creada por el Griego Vangelis.

La semilla de la ciencia, ya tenía varios años germinando en la fértil tierra del cerebro de ese chico rebelde y alegre que desde siempre he sido; y el hecho de que mi papá me haya motivado invirtiendo $3,900 de aquel entonces (todavía conservo la nota) en mí, definitivamente hizo que amara esta disciplina. Obvio, le di lectura completa al libro un par de veces en las primeras tres semanas.

Cosmos, un viaje personal / Foto: Cazadores de estrellas

El contenido

La serie te lleva por un sinfín de temas diversos que te cuentan sobre el universo: la observación del mismo por las civilizaciones antigüas, las misiones espaciales, los griegos, la razón, la imaginación, la creatividad, la evolución y las ansias que tenemos como civilización de conocer nuestros orígenes, nuestro destino y la misión que tenemos como especie.

Muchos creemos, regularmente, que las ciencias son complicadas: es de cierta manera “común” que las personas mayores a nosotros, nos dicen que las matemáticas, la química o la física son materias “difíciles” en la escuela y, tal vez por esa predisposición es que, efectivamente, nos complican la existencia. Pero no debería ser así. Las ciancias nos enseñan cómo funcionan las cosas, cómo podemos entender fenómenos naturales, cómo es que nuestra vida cotidiana se hace más fácil por el desarrollo científico.


Esto es precisamente lo que nos comparten el libro y la serie: la ciencia en nuestra vida cotidiana. Hacían volar la imaginación de cualquiera que los tuviera al alcance; ese viaje a través del espacio y del tiempo en un “diente de león” era increíble. Ahí se desvelaron para mi muchos “secretos”: cómo era que se sabía desde la antigüedad que la Tierra es redonda, qué había descubierto Galileo al dirigir su pequeño telescopio por primera vez a Júpiter o a la Luna, todo lo que habían descubierto las misiones espaciales Venera o Vikingo en Venus y en Marte, los mensajes a las estrellas desde el radio telescopio de Arecibo, las múltiples dimensiones, la ecuación de Drake (para calcular el número de planetas con posibilidades de vida en nuestra galaxia); pero para mi, lo más asombroso, era todo aquello relacionado con las misiones Voyager (Viejero), su visita a los gigantes de gas y su mensaje a las estrellas (para más referencia, consulta nuestra columna del pasado viernes 6 de septiembre).


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Desde entonces, mi acercamiento a la astronomía ha sido un largo transitar por diferentes vertientes: el aprendizaje, la observación, la comunicación y la fotografía de estos temas. Desde aquella primera vez que en una clase de licenciatura expuse el “Efecto Doppler”, pasando por binoculares, cinco telescopios (incluyendo los dos que ahora utilizo), miles de fotografías de casi cualquier objeto celeste, programas de televisión y radio, conferencias a cualquier nivel y talleres, hasta llegar a la organización y realización (junto a Cazadores de Estrellas y Museo Bebeleche) de un evento tan importante como la observación del pasado eclipse total de Sol en mi ciudad. Todo esto tal vez no hubiera sucedido si no fuera por el apoyo de mis papás, de mi familia, de amigos y de la inspiración de aquella serie y de aquel libro cuyos contenidos mágicos me transformaron por completo.

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