/ domingo 28 de mayo de 2017

Jamila Afghani ignora amenazas por llevar educación a niñas afganas

Jamila Afghani sabe que la amenaza que pesa sobre su vida es más ancha que las espaldas de dos oficiales de seguridad del gobierno, quienes le acompañan a diario para protegerla en su determinación de abrir espacio para la educación de las mujeres en Afganistán, contrariando tradiciones arraigadas.

"Estamos poniendo nuestra vida en riesgo por el bien de otros", admite esta señora de voz baja y dulce, quien habla de sus experiencias en tercera persona del plural, como si incluyera en ella a todo el equipo que apoya su trabajo.

"Ya me han dicho que podrán una bomba en mi coche, que me pegarán 70 balazos en la cabeza. Me envían cartas, llaman a mi casa, a veces me siguen. Muchos tipos de amenaza. Me dicen que pare mi trabajo a través de diversos canales", dijo a Notimex desde Ereván (Armenia), donde participa en los Diálogos Aurora sobre el trabajo humanitario.

Trabajar contra el "status quo" en Afganistán "no es fácil, porque las personas están acostumbradas con las tradiciones, y desafiarlas es peligroso", explica la mujer, quien dice que no tiene nada a perder: "en 40 años de vida, nunca he visto un buen día".

Para Afghani, finalista al Premio Aurora, que se concederá este domingo en Ereván, hay otros motivos de persecución: su género y su condición de activista humanitaria.

"Sí vale la pena porque este es nuestro país, es nuestra gente. Si no lo hago, ¿quién lo hará? Si no hoy, ¿cuando? Tenemos que hacerlo. Si tuviera otras diez vidas, aún las pondría en riesgo por mi país", asegura.

Afghani empezó su trabajo humanitario en los años 2000 cuando era una estudiante de 20 años viviendo en un campo de refugiados en Pakistán, donde la hambruna le quitó la vida a 36 mujeres y niños.

"Éramos jóvenes y pensamos que era hora de ayudar a las personas que sufrían. Empezamos con la recolección de artículos para los refugiados necesitados", dice con una mirada cándida.

Con el tiempo, la nueva activista se convenció de que "la educación es lo más importante para lograr una solución a largo plazo". El cambio de gobierno en Afganistán abrió espacio para su regreso al país, en 2002, y para el lanzamiento de su proyecto de educación con mujeres, que pronto se enfrentaría a un primer obstáculo: la oposición de los imanes (guías).

"Para mi, como mujer, era muy chocante que los imanes se opusieran a la educación de las mujeres, que es obligatoria en nuestra religión. Entonces vi necesario hablar con ellos directamente. Nos dimos cuenta de que este es el problema que más precisa ser estratégicamente tratado", dijo.

Con su Organización Noor de Desarrollo Educacional y de Capacidad, diseñó un programa de formación de imanes para prepararlos para aceptar la evolución educacional que persigue y "hacer que sea aceptable para la población".

En un espacio de seis años, la iniciativa se amplió de 35 a seis mil imanes y se extende hoy por 23 provincias afganas, un trabajo que le valió el reconocimiento como "pacificadora religiosa" del Centro Tanembaum para la Comprensión Interreligiosa, de Estados Unidos.

Sin embargo, Afghani todavía lucha para superar la oposición de las propias mujeres afganas, que se pliegan a las tradiciones de una sociedad "muy patriarcal".

Mientras la mayoría de las afganas más jóvenes reclaman cambios, las más viejas se oponen y defienden que las prácticas tradicionales son más importantes, explica.

Hoy su trabajo está motivado también por sus propios hijos, un niño de diez años y dos niñas de seis y siete años.

La finalista al Premio Aurora, un reconocimiento a personalidades que realizan "acciones humanitarias excepcionales", espera que el evento llame la atención del mundo para su causa, que carece de financiación.

"Las ayudas internacionales son dirigidas a otros proyectos específicos y la corrupción en el sistema educacional es un gran problema que hace que los donantes no tengan interés en ayudar proyectos en esa área", afirmó.

Comenta que la mediatización de la joven paquistaní Malala, defensora del derecho de las niñas a la educación, quien fu tiroteada por los talibanes.

en 2012, y ganó el Premio Nobel de la Paz en 2014, no le ayudó en ese sentido.

"Malala es, sin duda, un buen ejemplo para la región. Pero su caso desvió la atención toda para Pakistán, en detrimento de Afganistán", señala.

De recibir el Premio Aurora, Afghani lo invertirá en proyectos de sensibilización y capacitación en su país, anticipó a Notimex.

Concedido por la Iniciativa Humanitaria Aurora en recuerdo de la masacre de medio millón de armenios por los turcos entre 1915 y 1923, el galardón consiste en un fondo de cien mil dólares, más un millón de dólares a repartir entre organizaciones elegidas por el ganador.

Jamila Afghani sabe que la amenaza que pesa sobre su vida es más ancha que las espaldas de dos oficiales de seguridad del gobierno, quienes le acompañan a diario para protegerla en su determinación de abrir espacio para la educación de las mujeres en Afganistán, contrariando tradiciones arraigadas.

"Estamos poniendo nuestra vida en riesgo por el bien de otros", admite esta señora de voz baja y dulce, quien habla de sus experiencias en tercera persona del plural, como si incluyera en ella a todo el equipo que apoya su trabajo.

"Ya me han dicho que podrán una bomba en mi coche, que me pegarán 70 balazos en la cabeza. Me envían cartas, llaman a mi casa, a veces me siguen. Muchos tipos de amenaza. Me dicen que pare mi trabajo a través de diversos canales", dijo a Notimex desde Ereván (Armenia), donde participa en los Diálogos Aurora sobre el trabajo humanitario.

Trabajar contra el "status quo" en Afganistán "no es fácil, porque las personas están acostumbradas con las tradiciones, y desafiarlas es peligroso", explica la mujer, quien dice que no tiene nada a perder: "en 40 años de vida, nunca he visto un buen día".

Para Afghani, finalista al Premio Aurora, que se concederá este domingo en Ereván, hay otros motivos de persecución: su género y su condición de activista humanitaria.

"Sí vale la pena porque este es nuestro país, es nuestra gente. Si no lo hago, ¿quién lo hará? Si no hoy, ¿cuando? Tenemos que hacerlo. Si tuviera otras diez vidas, aún las pondría en riesgo por mi país", asegura.

Afghani empezó su trabajo humanitario en los años 2000 cuando era una estudiante de 20 años viviendo en un campo de refugiados en Pakistán, donde la hambruna le quitó la vida a 36 mujeres y niños.

"Éramos jóvenes y pensamos que era hora de ayudar a las personas que sufrían. Empezamos con la recolección de artículos para los refugiados necesitados", dice con una mirada cándida.

Con el tiempo, la nueva activista se convenció de que "la educación es lo más importante para lograr una solución a largo plazo". El cambio de gobierno en Afganistán abrió espacio para su regreso al país, en 2002, y para el lanzamiento de su proyecto de educación con mujeres, que pronto se enfrentaría a un primer obstáculo: la oposición de los imanes (guías).

"Para mi, como mujer, era muy chocante que los imanes se opusieran a la educación de las mujeres, que es obligatoria en nuestra religión. Entonces vi necesario hablar con ellos directamente. Nos dimos cuenta de que este es el problema que más precisa ser estratégicamente tratado", dijo.

Con su Organización Noor de Desarrollo Educacional y de Capacidad, diseñó un programa de formación de imanes para prepararlos para aceptar la evolución educacional que persigue y "hacer que sea aceptable para la población".

En un espacio de seis años, la iniciativa se amplió de 35 a seis mil imanes y se extende hoy por 23 provincias afganas, un trabajo que le valió el reconocimiento como "pacificadora religiosa" del Centro Tanembaum para la Comprensión Interreligiosa, de Estados Unidos.

Sin embargo, Afghani todavía lucha para superar la oposición de las propias mujeres afganas, que se pliegan a las tradiciones de una sociedad "muy patriarcal".

Mientras la mayoría de las afganas más jóvenes reclaman cambios, las más viejas se oponen y defienden que las prácticas tradicionales son más importantes, explica.

Hoy su trabajo está motivado también por sus propios hijos, un niño de diez años y dos niñas de seis y siete años.

La finalista al Premio Aurora, un reconocimiento a personalidades que realizan "acciones humanitarias excepcionales", espera que el evento llame la atención del mundo para su causa, que carece de financiación.

"Las ayudas internacionales son dirigidas a otros proyectos específicos y la corrupción en el sistema educacional es un gran problema que hace que los donantes no tengan interés en ayudar proyectos en esa área", afirmó.

Comenta que la mediatización de la joven paquistaní Malala, defensora del derecho de las niñas a la educación, quien fu tiroteada por los talibanes.

en 2012, y ganó el Premio Nobel de la Paz en 2014, no le ayudó en ese sentido.

"Malala es, sin duda, un buen ejemplo para la región. Pero su caso desvió la atención toda para Pakistán, en detrimento de Afganistán", señala.

De recibir el Premio Aurora, Afghani lo invertirá en proyectos de sensibilización y capacitación en su país, anticipó a Notimex.

Concedido por la Iniciativa Humanitaria Aurora en recuerdo de la masacre de medio millón de armenios por los turcos entre 1915 y 1923, el galardón consiste en un fondo de cien mil dólares, más un millón de dólares a repartir entre organizaciones elegidas por el ganador.

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