Los gatos tienen siete vidas, ellos vienen, van, abren portales, los cierran, protegen, ven entidades y espíritus invisibles para el ojo humano, pero según las creencias, esas siete vidas felinas se agotan y cuando solo queda la última, ellos están dispuestos a entregarla si su amigo el humano se encuentra en peligro.
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La noche de verano se antojaba calurosa en el pueblo norte. La temperatura ascendía a los 36 grados centígrados y todas las casas a excepción de las climatizadas, buscaban dejar ventanas abiertas, balcones, puertas y todo lo posible para evitar la onda de calor y las pieles sudorosas bajo las sábanas.
La señora Gandar se encontraba en la planta alta de su casa ubicada en el sur del Pueblo Norte, llena de miedo. Ella ya había terminado sus labores de viuda jubilada, entre ellas, regar plantas, acomodar conservas en la cocina, limpiar figuras de porcelana, orarle a su difunto esposo, sentarse en el pórtico a ver la vida que poco a poco se le extinguía como la luz de una vela a punto de consumirse y sobre todo esperar a su única compañía proveniente de la casa frontal a la suya, Luca el gato de Carlo, vecino de la pobre viuda.
Cuatro meses atrás, el esposo de la señora Gandar se había desnucado al caer de las escaleras antes de ir a realizar unos pagos de fin de mes, la mujer lo encontró muerto cuando regresaba de comprar leche y huevos para el desayuno. Ella llamó a emergencias, pero la fractura cervical había sido letal y nada se pudo hacer. En el funeral hubo por mucho, algunas cinco personas, entre ellas un asistente de mantenimiento de la funeraria que más bien se paseaba en las salas para mantener las cafeteras abastecidas, pero la mayor parte del tiempo ella lloró en soledad. En la caravana fúnebre con destino a la morada final, solo iba la carroza, un Toyota 86 conducido por su viejo amigo Jos, quien era su compañía en los viernes de baraja y la Windstar color vino de la señora Gandar, los tres a un ritmo de treinta kilómetros por hora. Luego de las oraciones del sacerdote asignado para la ceremonia final y del entierro en el antiguo cementerio del pueblo norte, la mujer condujo a casa para intentar descansar, pero en realidad, solo regresó para atormentarse con una casa vacía, pertenencias de Heber, olores llenos de melancolía, ecos desoladores, todo era tristeza. La señora Gandar estaba destruida y sin su compañero de medio siglo, pero desde entonces Luca el gato de Carlo el vecino frontal, tomó una consigna. Aparecía en la puerta de la pobre mujer, lo hizo desde la primera semana de ausencia del señor Gandar, como si tuviera esa responsabilidad. Todos los días esperaba a la señora Gandar para poner su cuerpo esponjoso de manchas blancas y negras entre sus piernas y ronronearle durante horas, quizá con el objetivo de absorber todo ese dolor, todo ese sufrimiento, todos esos lamentos y llevárselos a donde no la dañaran más. Quizá era eso, quizá no, tal vez el gato solo descansaba y se sentía bien con la vejez de la mujer, pero lo ocurrido en esa noche de la desgracia felina nadie lo creería, porque incluso la señora Gandar, después de rendir declaración de lo ocurrido, hoy duerme en un asilo mental, porque sus palabras no fueron más que un síntoma de locura para la comisaría del Pueblo Norte.
El sol se ocultó detrás de la montaña, la mujer terminaba sus actividades y salió de casa con un semblante cansado, su piel se veía de un aspecto grasiento y pegajoso, también más viejo. Se dejó caer en la mecedora y con un abanico japonés se refrescó durante unos diez minutos. Luca no llegó a sus piernas como era costumbre. Ella se sintió más sola que otros días, incluso pudo escuchar la voz de su esposo en el interior de la casa, pero en realidad había sido el chillido de la puerta trasera. Algunos coches pasaron por la calle principal y Luca no llegó. La señora Gandar miró la casa de Carlo y se veía igual que otros días, con el balcón abierto y unas latas de cerveza vacías en el barandal. La calma en el vecindario se alcanzó a percibir como una escena de misterio y los últimos rayos del sol lamieron el rostro de la mujer y la noche cubrió la calle principal. Luca no llegó.
La anciana se rindió a la espera del gato y por un momento tuvo un sentimiento de codependencia con el animal, pero no se dejó envolver en esa cuestión. Entró a la casa, se preparó unos espárragos con cebolla, miró el noticiero de las nueve, lavó sus platos, intentó leer un poco, pero la soledad fue grande y no se concentró en esa novela de misterio. Por un instante un miedo extraño le recorrió por todo el cuerpo y sintió una presencia extraña dentro de casa. Volvió a escuchar la voz de su esposo, pero ahora en la planta alta, luego una sombra se dibujó desde la cocina hasta la sala de estar, supuso fue el juego de luces de algún carro, no quiso caer en sugestiones. Apagó las luces, subió las escaleras, entró al baño, se dio una ducha con agua fría, luego de secarse, se enfundó un camisón de flores y se fue a la cama. Duró alguna hora acostada sin poder conciliar el sueño, miró por la ventana y la luz de la luna se mutaba con la del alumbrado exterior. Se sentó recargada en la cabecera y pudo ver la casa de Carlo sin una sola luz. Luca no daba señales de existencia.
El tictac de su despertador sonaba constante, la mujer se desesperó y le quitó una batería para dejar de escuchar el molesto sonido. El silencio se hizo siniestro, solo podía escuchar sus latidos a destiempo y una respiración poco irregular. Algo extraño se avecinaba para la mujer. Ella había leído que después de la muerte de un ser querido, los ataques de pánico eran posibles, leyó sobre arritmias, temblores, miedos irracionales, sudoración, falta de aire, pero esto era distinto, porque su miedo no era irracional y menos cuando la temperatura bajó a menos cero, el despertador volvió a funcionar sin una batería y unos pasos comenzaron a subir por las escaleras.
–Cariño, estoy aquí. No he muerto, abre la puerta. –Dijo una voz difusa e idéntica a la de su fallecido esposo.
–Heber, ¿eres tú? –Dijo la señora Gandar en medio de algo parecido a la confusión.
–Si amor, he vuelto, no puedo estar sin ti, allá abajó en ese féretro, todo es oscuro, por fin pude llegar a casa. –La mujer analizó las palabras de esa entidad, por un instante los anhelos y nostalgia la cobijaron, pero su parte racional, le hizo darse cuenta de que eso no era Heber.
–Eso no es posible Heber, regresa por favor a tu descanso, no te corresponde estar de nuevo aquí.
–Ábreme la puerta amor, ya estoy muy cerca de ti, vamos a dormir juntos.
–Por favor márchate, sé que no eres Heber, jamás lo harías de esa forma.
–Maldita perra, ábreme la puerta, ¿no te basta que por tu culpa morí?, todo por ir a pagar tus estúpidas cuentas, ábreme ya perra.
La puerta de la habitación azotó tres veces, luego, esta cayó como si un policía la hubiera derribado. La señora Gandar por poco se desmaya, pero la misma impresión la mantuvo despierta y sin un parpadeo. La luz exterior dejó ver a una silueta con una cabeza caída, casi deforme, luego la mano de esa cosa encendió la luz. Era un Heber Gandar descompuesto, en putrefacción, con el cuello torcido hacia un lado como si se tratara de un títere roto.
–Vete de aquí, tú no eres mi esposo. Él descansa en un lugar mejor, vete por favor.
–Maldita loca, por tu culpa morí en esas escaleras, tú me mataste y ahora te toca morir. La imitación de Heber se acercó hasta la cama y subió las rodillas para posarse por encima de la mujer y con ambas manas comenzó a ahorcarla. La mujer abrió la boca y un sonido gutural salió de ella, un vapor verde emanó del hocico de esa entidad y poco a poco penetró en la boca de la señora Gandar. Alguien más llegaba a la escena de horror. La mujer pudo ver en la ventana a Luca observando el ataque, erizado, molesto, listo para atacar. El gato dio un salto a la espalda de aquella imitación humana, pero una energía lo repulsó y estrelló contra un televisor que explotó al caerse en el piso, pero el felino no se rindió y corrió contra la pared para tomar impulso y lanzarse al horrible rostro de esa deformidad. El gato logró encajar las uñas en los ojos de esa cosa y quedarse ahí mordiendo la carne putrefacta e intentando alejarlo de la pobre mujer. El cadáver lanzó un chillido y le restó un poco de fuerza. Luca enterró todas sus garras en los ojos del cadáver y un líquido negro cayó sobre la cara de la señora Gandar. El vapor verde dejó de penetrar en la boca de la mujer y comenzó a hacerlo en el animal. El cadáver soltó a la señora Gandar antes de asfixiarla, porque debía ocuparse de quitarse al animal del rostro, pero no pudo hacerlo, porque una energía distinta a la de Luca restaba fuerza a esa entidad. El cadáver chilló desesperado y apretó a Luca tan fuerte que le reventó los órganos y las costillas. Luca aulló de dolor y aún en agonía imprimió toda su fuerza para arrastrar a esa cosa a un portal extraño que comenzó a abrirse en donde unos minutos antes era la ventana de la habitación. Una fuerza desconocida o alguna deidad le dio un último respiro al felino para arrastrar a esa horrible entidad al portal de luz ultravioleta. El cadáver se resistió por unos momentos, pero terminó por perder fuerza y fue succionado por ese portal desconocido. Luca quedó tendido en las piernas de la mujer, agonizando, reventado por dentro, con los órganos calcinados, las costillas hechas polvo y casi sin su última vida, pero aún con una tarea pendiente… ir a despedirse de su amo Carlo. Se levantó jadeante, lamió por última vez la mano de la señora Gandar, saltó a la ventana y se dejó caer como un bulto, caminó sin equilibrio hasta el jardín de su casa. La luz del pórtico se encendió, Carlo salió como si ya supiera el final del relato y corrió hasta el lecho de muerte del animal. Lo abrazó unos instantes, el pequeño ronroneó unos segundos, hubo silencio, nula respiración, luego Luca quedó sin su última vida, con la mirada vacía, pero satisfecha. Carlo aún llora su muerte y nunca la entenderá porque la señora Gandar jamás será escuchada en el asilo mental donde hoy duerme, pero por fortuna ambos tuvieron la oportunidad de despedirse en este mundo.
Luca, fuiste especial para un buen amigo.