/ viernes 12 de julio de 2024

¿Y si el Sol tuviera una hermana?

Tal vez pensemos que sería genial observar dos soles en nuestro cielo. Aunque esto implicaría muy seguramente, tener menos horas de oscuridad

En la famosa saga de Star Wars (La Guerra de las Galaxias), hay una icónica escena en donde aparece el protagonista ante un atardecer en su planeta natal. La vista no tendría mucho de particular, si no fuera porque el sistema solar al que pertenece este planeta, es un sistema binario, es decir, tiene dos soles.

¿Por qué nuestro sistema solar no es binario? Tal vez pensemos que sería genial observar dos soles en nuestro cielo. Aunque esto implicaría muy seguramente, tener menos horas de oscuridad, también más radiación y, por lo tanto, sería más complicado el desarrollo de la vida. De cualquier forma, no deja de ser una idea fascinante.

De hecho, la mayoría de los estudios realizados de la mitad del siglo pasado a la fecha, muestran que, al menos, el 70% de los sistemas estelares en nuestra galaxia, son dobles. Es decir, prácticamente el nacimiento de una estrella no se da en solitario. Posiblemente, el ejemplo más conocido es el de Sirio, la estrella Alfa de la constelación del Can Mayor, postulada en 1844 como tal (como sistema doble) y confirmada observacionalmente en 1862.


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Hablar de que nuestro sistema solar tiene o tuvo alguna vez, dos soles, es algo que nos hace volar la imaginación, y no solo a nosotros, cientos de astrónomos han dedicado su tiempo de observación en los grandes telescopios, a la búsqueda de esa “hermana perdida del Sol”.



Némesis

En 1984, fue publicado en la revista científica “Nature”, un artículo sobre Némesis (diosa griega de la venganza, así se le nombró), la hermana perdida del Sol. Una parte de los astrónomos acusó a la revista de publicar “cuentos de ciencia ficción”, y que el prestigio de la revista se vería seriamente dañado.

Pero el artículo se basaba en años de investigación en la antártida en busca de extinciones masivas en nuestro planeta. Aquel estudio revelaba que, en los últimos 250 millones de años, no había sucedido sólo una extinción masiva, sino doce. Más aún, esas extinciones estaban separadas por períodos muy cercanos a los 26 millones de años cada una. Esto trajo muchas especulaciones acerca de la causa de esas catástrofes.

La única respuesta posible, debería venir del espacio: así como hace 65 millones de años, un meteorito acabó con el 75% de las especies en la Tierra (dando paso al dominio de los mamíferos), tal vez otras grandes rocas habían causado desastres antes. Si esto, efectivamente había sucedido por esa razón, entonces tendría que haber algo que estuviera, periódicamente, alterando las órbitas estables de los objetos que se encuentran en la Nube de Oort (una nube llena de asteroides y cometas que envuelven por completo a nuestro sistema solar a una distancia de 1 a 2 años luz de nosotros).

Según los cálculos, tendría que haber pues, un cuerpo con una masa del 10% de la masa del Sol, que debería tener una órbita tan excéntrica que le permitiera acercarse hasta 26,000 unidades astronómicas (UA = distancias Tierra – Sol, es decir 150 millones de km) y alejarse hasta 150,000 UA. Esa órbita le permitiría traspasar la Nube de Oort y sacar de su órbita a miles de cometas.

Decenas de observatorios dedicaron buena parte de su tiempo a buscar a Némesis, aquella pequeña estrella (muy seguramente una enana roja) tenía que brillar lo suficiente para poder ser vista; pero, ante los nulos resultados en algunos años de trabajo, concluyeron que simplemente era porque no estaba ahí. La búsqueda terminó.

Pasaron otros años más para que la búsqueda tomara nuevos aires, cuando el 14 de noviembre de 2003, desde el observatorio de Monte Palomar, en California, U.S.A., encontraron el cuerpo más frío y lejano – hasta entonces –, en nuestro sistema solar: Sedna (deidad femenina de la mitología Enuit). Tenía un diámetro de unos 1,000 km y se encontraba a unas 89 UA (3 veces la distancia a Neptuno). Pero lo más relevante del descubrimiento, era su órbita extremadamente elíptica. Algo tenía que haberla perturbado para que fuera así…

En el 2009, fue puesto en órbita el telescopio espacial Wise, con el objetivo de cartografiar todo el cielo en la banda del infrarojo buscando rastros de calor. Cualquier objeto que se encontrara allá afuera era más caliente que el frio espacio interestelar y lo podríamos detectar. En abril de 2011, terminó el estudio, y Wise no encontró a Némesis…

Pero que, por ahora, no hubiéramos encontrado a la hermana perdida del Sol, no quiere decir que, en un pasado lejano, ésta no hubiera existido.

En el año 2017, la misión espacial Gaia, estaba creando un mapa de las estrellas de la Vía Láctea (nuestra galaxia), cuando encontró una estrella (la HD186302) en la constelación de Pavo, a 184 años luz de nostros; una estrella muy parecida a nuestro Sol: con el mismo tipo espectral (G2), misma masa y misma metalicidad. Incluso la misma edad y la misma abundancia química.

No había duda, aquella estrella se tenía que haber creado en la misma nube de gas y polvo que nuestro Sol. ¡Podría ser la hermana que tanto habíamos buscado!

Hace casi 4,600 millones de años, dos regiones de partículas de una nube interestelar, colapsaron ante su propia gravedad. La presión y la temperatura hicieron que dieran comienzo las reacciones nucleares, dando paso al nacimiento de dos estrellas.


No sabemos la razón de por qué estos soles se separaron, ni siquiera estamos 100% seguros que realmente haya sucedido así. Pero lo que se sabe hasta ahora de la formación de las estrellas, nos dice que así fue.

Por ahora, solo tenemos algunas teorías y un deseo muy grande de que esa sea la verdad. Sólo el tiempo nos dará la respuesta.

En la famosa saga de Star Wars (La Guerra de las Galaxias), hay una icónica escena en donde aparece el protagonista ante un atardecer en su planeta natal. La vista no tendría mucho de particular, si no fuera porque el sistema solar al que pertenece este planeta, es un sistema binario, es decir, tiene dos soles.

¿Por qué nuestro sistema solar no es binario? Tal vez pensemos que sería genial observar dos soles en nuestro cielo. Aunque esto implicaría muy seguramente, tener menos horas de oscuridad, también más radiación y, por lo tanto, sería más complicado el desarrollo de la vida. De cualquier forma, no deja de ser una idea fascinante.

De hecho, la mayoría de los estudios realizados de la mitad del siglo pasado a la fecha, muestran que, al menos, el 70% de los sistemas estelares en nuestra galaxia, son dobles. Es decir, prácticamente el nacimiento de una estrella no se da en solitario. Posiblemente, el ejemplo más conocido es el de Sirio, la estrella Alfa de la constelación del Can Mayor, postulada en 1844 como tal (como sistema doble) y confirmada observacionalmente en 1862.


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Hablar de que nuestro sistema solar tiene o tuvo alguna vez, dos soles, es algo que nos hace volar la imaginación, y no solo a nosotros, cientos de astrónomos han dedicado su tiempo de observación en los grandes telescopios, a la búsqueda de esa “hermana perdida del Sol”.



Némesis

En 1984, fue publicado en la revista científica “Nature”, un artículo sobre Némesis (diosa griega de la venganza, así se le nombró), la hermana perdida del Sol. Una parte de los astrónomos acusó a la revista de publicar “cuentos de ciencia ficción”, y que el prestigio de la revista se vería seriamente dañado.

Pero el artículo se basaba en años de investigación en la antártida en busca de extinciones masivas en nuestro planeta. Aquel estudio revelaba que, en los últimos 250 millones de años, no había sucedido sólo una extinción masiva, sino doce. Más aún, esas extinciones estaban separadas por períodos muy cercanos a los 26 millones de años cada una. Esto trajo muchas especulaciones acerca de la causa de esas catástrofes.

La única respuesta posible, debería venir del espacio: así como hace 65 millones de años, un meteorito acabó con el 75% de las especies en la Tierra (dando paso al dominio de los mamíferos), tal vez otras grandes rocas habían causado desastres antes. Si esto, efectivamente había sucedido por esa razón, entonces tendría que haber algo que estuviera, periódicamente, alterando las órbitas estables de los objetos que se encuentran en la Nube de Oort (una nube llena de asteroides y cometas que envuelven por completo a nuestro sistema solar a una distancia de 1 a 2 años luz de nosotros).

Según los cálculos, tendría que haber pues, un cuerpo con una masa del 10% de la masa del Sol, que debería tener una órbita tan excéntrica que le permitiera acercarse hasta 26,000 unidades astronómicas (UA = distancias Tierra – Sol, es decir 150 millones de km) y alejarse hasta 150,000 UA. Esa órbita le permitiría traspasar la Nube de Oort y sacar de su órbita a miles de cometas.

Decenas de observatorios dedicaron buena parte de su tiempo a buscar a Némesis, aquella pequeña estrella (muy seguramente una enana roja) tenía que brillar lo suficiente para poder ser vista; pero, ante los nulos resultados en algunos años de trabajo, concluyeron que simplemente era porque no estaba ahí. La búsqueda terminó.

Pasaron otros años más para que la búsqueda tomara nuevos aires, cuando el 14 de noviembre de 2003, desde el observatorio de Monte Palomar, en California, U.S.A., encontraron el cuerpo más frío y lejano – hasta entonces –, en nuestro sistema solar: Sedna (deidad femenina de la mitología Enuit). Tenía un diámetro de unos 1,000 km y se encontraba a unas 89 UA (3 veces la distancia a Neptuno). Pero lo más relevante del descubrimiento, era su órbita extremadamente elíptica. Algo tenía que haberla perturbado para que fuera así…

En el 2009, fue puesto en órbita el telescopio espacial Wise, con el objetivo de cartografiar todo el cielo en la banda del infrarojo buscando rastros de calor. Cualquier objeto que se encontrara allá afuera era más caliente que el frio espacio interestelar y lo podríamos detectar. En abril de 2011, terminó el estudio, y Wise no encontró a Némesis…

Pero que, por ahora, no hubiéramos encontrado a la hermana perdida del Sol, no quiere decir que, en un pasado lejano, ésta no hubiera existido.

En el año 2017, la misión espacial Gaia, estaba creando un mapa de las estrellas de la Vía Láctea (nuestra galaxia), cuando encontró una estrella (la HD186302) en la constelación de Pavo, a 184 años luz de nostros; una estrella muy parecida a nuestro Sol: con el mismo tipo espectral (G2), misma masa y misma metalicidad. Incluso la misma edad y la misma abundancia química.

No había duda, aquella estrella se tenía que haber creado en la misma nube de gas y polvo que nuestro Sol. ¡Podría ser la hermana que tanto habíamos buscado!

Hace casi 4,600 millones de años, dos regiones de partículas de una nube interestelar, colapsaron ante su propia gravedad. La presión y la temperatura hicieron que dieran comienzo las reacciones nucleares, dando paso al nacimiento de dos estrellas.


No sabemos la razón de por qué estos soles se separaron, ni siquiera estamos 100% seguros que realmente haya sucedido así. Pero lo que se sabe hasta ahora de la formación de las estrellas, nos dice que así fue.

Por ahora, solo tenemos algunas teorías y un deseo muy grande de que esa sea la verdad. Sólo el tiempo nos dará la respuesta.

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