/ domingo 12 de julio de 2020

Bad Bunny, el niño raro de reguetón

El reguetón es ya la propiedad de las masas, pero aún hay quien observa en Bad Bunny el lado más rupestre de la música

Benito Antonio Martínez Ocasio nunca creyó que sus stories de Instagram llegaran a tanto. Tampoco que un disfraz de su no tan lejana infancia se convertiría en el nombre de su alter ego. Es difícil soñar con conquistar el mundo cuando tu contrato te avala como un empleado de supermercado más.

Bad Bunny fue el hombre que alcanzó lo inalcanzable. En sólo tres años, logró lo que a otros artistas les lleva 10, 20 o hasta 30 años. Su reguetón es la playlist de una generación que, en efecto, sabe perrear sola. Más de 40 millones de escuchas mensuales en Spotify lo convierten en el arquetipo anhelado del pop latino, que hoy ya no puede ser separado de eso que en Estados Unidos llaman “género urbano”.

No falta quien se rasgue las vestiduras con aquello de los besos negros a los que invitan sus canciones. Algo verdaderamente contradictorio si se toma en cuenta que la liberación sexual ha estado presente en el pop desde los tiempos de Chuck Berry. El reguetón es ya la propiedad de las masas, pero aún hay quien observa en Bad Bunny el lado más rupestre de la música. Por eso hubo quien cuestionó severamente que hace unos días fuera reconocido como el Compositor del Año por la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores (ASCAP).

¿Pero realmente se premió su calidad artística?

Si se toma en cuenta que la ASCAP es una organización que se encarga de cobrar y administrar las regalías de los artistas que están inscritos en ella, no puede decirse que el reconocimiento a Bad Bunny sea a su calidad como músico.

“Le dieron el premio por ser el artista con más canciones difundidas a manera de comunicación pública en el año, lo cual significa que no le otorgaron el reconocimiento por su calidad como autor, sino por ser el artista que tiene más canciones sonando en la radio, en bares, en antros, en gimnasios y todo lo que es comunicación pública”, dice en entrevista Fernanda Nibau, experta en Music Business por el SAE Institute.

Esto quiere decir que la ASCAP cobra por cada canción que suene en estaciones de radio, negocios, restaurantes, foros de concierto, bares, centros nocturnos, boliches, centros comerciales, parques de diversiones o escuelas. De hecho, no es la única organización que se dedica a recolectar tarifas de licencia. Compite con otras dos empresas: la Broadcast Music Incorporated (BMI) y la Society of European Stage Authors and Composers (SESAC).

En 2019, la ASCAP recaudó mil 274 millones de dólares. En 2018, mil 227 millones; en 2017, mil 144 millones. Todo este dinero luego lo reparte entre los artistas que representa. Sus premios, de algún modo, reconocen a los artistas que más dinero le generan, afirma Nibau.

Algunas piezas de esa mina de oro son Safaera, Qué pretendes, Yo perreo sola, Ni bien ni mal, Callaíta, La canción, Solo de mí, No me conoce o Soltera. Pa romperla, otro de sus éxitos, dice en su letra: Pónteme linda pa' subir par de video' a mi cel / Y envíame el location pa' pasarte a recoger / Si tocamo' la pista vo'a hacer que explote / Te vo'a meter el peine full, como pistola de bichote.

¿UNA FIGURA TRANSGRESORA?

Bad Bunny es alguien que presume hacer lo que se le viene en gana. Se pinta las uñas, se viste de mujer y habla sobre sexualidad con la prensa sin tabúes ni prejuicios. Incluso hay quien lo ha descrito como un artista andrógino, aunque en realidad esta tendencia estética sea practicada desde la década de 1970, con figuras como David Bowie.

El de Puerto Rico es heredero del reguetón más bellaco, ese que no se edulcora y que realza el dembow al estilo de la vieja escuela del género. Sin embargo, eso no le impide, de la mano del trap y otros ritmos, innovar en cada álbum con texturas que nunca antes se habían experimentado en el género urbano.

“Hace cinco años surgió una nueva generación de reguetoneros que decidió abordar temáticas y estéticas distintas. Entre ellos se encuentran J Balvin y Bad Bunny. Pero de estos dos, el más atípico es Bad Bunny, sin duda el más excéntrico y el que ha grabado discos más complejos e innovadores”, considera el crítico musical y DJ, Chuck Pereda.

Como ejemplo de estas propuestas frescas está YHLQMDLG (2020), un disco completamente diferente a todos los que han salido al mercado en la última década, señala el también locutor de Reactor 105.7 FM.

“Hablamos del reguetón con un profundo desconocimiento porque el género tiene raíces más profundas y, hasta cierto punto, era música contestataria”, explica. “De hecho, el reguetón estaba prohibido; fue un género que nació en el underground. Hubo reguetón hecho por mujeres desde sus inicios. Por eso el feminismo y el reguetón han ido de la mano siempre”, agrega.

Aunque Bad Bunny hoy es una lumbrera del reguetón más comercial e incluso el jueves pasado se convirtió en el primer hombre en aparecer en la portada de PlayBoy, la mítica revista que a partir este mes será sólo digital. El título del artículo dedicado al puertorriqueño es bastante sugerente: “Bad Bunny is Not Playing God” (“Bad Bunny no está jugando a ser Dios”).

“Estéticamente también es muy importante Bad Bunny, no sólo por sus jugueteos con la identidad sexual, sino porque decidió usar colores vivos como el rosa que antes no se usaban entre los artistas del género, quienes se enfocaban en un look más oscuro y gangsteril”, afirma Pereda.


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Benito Antonio Martínez Ocasio nunca creyó que sus stories de Instagram llegaran a tanto. Tampoco que un disfraz de su no tan lejana infancia se convertiría en el nombre de su alter ego. Es difícil soñar con conquistar el mundo cuando tu contrato te avala como un empleado de supermercado más.

Bad Bunny fue el hombre que alcanzó lo inalcanzable. En sólo tres años, logró lo que a otros artistas les lleva 10, 20 o hasta 30 años. Su reguetón es la playlist de una generación que, en efecto, sabe perrear sola. Más de 40 millones de escuchas mensuales en Spotify lo convierten en el arquetipo anhelado del pop latino, que hoy ya no puede ser separado de eso que en Estados Unidos llaman “género urbano”.

No falta quien se rasgue las vestiduras con aquello de los besos negros a los que invitan sus canciones. Algo verdaderamente contradictorio si se toma en cuenta que la liberación sexual ha estado presente en el pop desde los tiempos de Chuck Berry. El reguetón es ya la propiedad de las masas, pero aún hay quien observa en Bad Bunny el lado más rupestre de la música. Por eso hubo quien cuestionó severamente que hace unos días fuera reconocido como el Compositor del Año por la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores (ASCAP).

¿Pero realmente se premió su calidad artística?

Si se toma en cuenta que la ASCAP es una organización que se encarga de cobrar y administrar las regalías de los artistas que están inscritos en ella, no puede decirse que el reconocimiento a Bad Bunny sea a su calidad como músico.

“Le dieron el premio por ser el artista con más canciones difundidas a manera de comunicación pública en el año, lo cual significa que no le otorgaron el reconocimiento por su calidad como autor, sino por ser el artista que tiene más canciones sonando en la radio, en bares, en antros, en gimnasios y todo lo que es comunicación pública”, dice en entrevista Fernanda Nibau, experta en Music Business por el SAE Institute.

Esto quiere decir que la ASCAP cobra por cada canción que suene en estaciones de radio, negocios, restaurantes, foros de concierto, bares, centros nocturnos, boliches, centros comerciales, parques de diversiones o escuelas. De hecho, no es la única organización que se dedica a recolectar tarifas de licencia. Compite con otras dos empresas: la Broadcast Music Incorporated (BMI) y la Society of European Stage Authors and Composers (SESAC).

En 2019, la ASCAP recaudó mil 274 millones de dólares. En 2018, mil 227 millones; en 2017, mil 144 millones. Todo este dinero luego lo reparte entre los artistas que representa. Sus premios, de algún modo, reconocen a los artistas que más dinero le generan, afirma Nibau.

Algunas piezas de esa mina de oro son Safaera, Qué pretendes, Yo perreo sola, Ni bien ni mal, Callaíta, La canción, Solo de mí, No me conoce o Soltera. Pa romperla, otro de sus éxitos, dice en su letra: Pónteme linda pa' subir par de video' a mi cel / Y envíame el location pa' pasarte a recoger / Si tocamo' la pista vo'a hacer que explote / Te vo'a meter el peine full, como pistola de bichote.

¿UNA FIGURA TRANSGRESORA?

Bad Bunny es alguien que presume hacer lo que se le viene en gana. Se pinta las uñas, se viste de mujer y habla sobre sexualidad con la prensa sin tabúes ni prejuicios. Incluso hay quien lo ha descrito como un artista andrógino, aunque en realidad esta tendencia estética sea practicada desde la década de 1970, con figuras como David Bowie.

El de Puerto Rico es heredero del reguetón más bellaco, ese que no se edulcora y que realza el dembow al estilo de la vieja escuela del género. Sin embargo, eso no le impide, de la mano del trap y otros ritmos, innovar en cada álbum con texturas que nunca antes se habían experimentado en el género urbano.

“Hace cinco años surgió una nueva generación de reguetoneros que decidió abordar temáticas y estéticas distintas. Entre ellos se encuentran J Balvin y Bad Bunny. Pero de estos dos, el más atípico es Bad Bunny, sin duda el más excéntrico y el que ha grabado discos más complejos e innovadores”, considera el crítico musical y DJ, Chuck Pereda.

Como ejemplo de estas propuestas frescas está YHLQMDLG (2020), un disco completamente diferente a todos los que han salido al mercado en la última década, señala el también locutor de Reactor 105.7 FM.

“Hablamos del reguetón con un profundo desconocimiento porque el género tiene raíces más profundas y, hasta cierto punto, era música contestataria”, explica. “De hecho, el reguetón estaba prohibido; fue un género que nació en el underground. Hubo reguetón hecho por mujeres desde sus inicios. Por eso el feminismo y el reguetón han ido de la mano siempre”, agrega.

Aunque Bad Bunny hoy es una lumbrera del reguetón más comercial e incluso el jueves pasado se convirtió en el primer hombre en aparecer en la portada de PlayBoy, la mítica revista que a partir este mes será sólo digital. El título del artículo dedicado al puertorriqueño es bastante sugerente: “Bad Bunny is Not Playing God” (“Bad Bunny no está jugando a ser Dios”).

“Estéticamente también es muy importante Bad Bunny, no sólo por sus jugueteos con la identidad sexual, sino porque decidió usar colores vivos como el rosa que antes no se usaban entre los artistas del género, quienes se enfocaban en un look más oscuro y gangsteril”, afirma Pereda.


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