Marcelino y Catalina son dos artesanos oriundos de San Andrés Montaña, en el municipio de Silacayoápam, en el estado de Oaxaca, llegaron a la ciudad de Durango hace más de 40 años y desde el inicio comenzaron a vender bolsas, cestos, llaveros, palas para la cocina, entre otros objetos que ellos mismos, ahora acompañados de sus hijos, se dedican a fabricar para subsistir.
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La falta de trabajo y oportunidades en el pueblito del que son originarios, decidieron viajar cerca de tres días en autobús para llegar al noreste de México e instalarse en un lugar que les ha permitido vivir de lo que mejor saben hacer… la fabricación de artesanías, una actividad que les fue heredada por sus padres y abuelos.
Durante la plática, Marcelino contó que en Oaxaca hay muchas personas que se dedican a lo mismo que ellos, entonces la competencia es más dura y pese a la cantidad de visitantes que llegan al estado, se tiene menos posibilidades de vender sus productos; en cambio en Durango, por muchos años los consumidores los apoyaron con sus ventas.
Aunque desde hace tres años, cuando llegó la pandemia provocada por el Covid-19, la situación se puso difícil, pues había poca gente en las calles, no había dinero para comprar mercancía y eso, lejos de mejorar, ha ido en detrimento de su economía familiar, “ahorita no hay nada de venta”, dijo triste.
Platicó que para estas fechas decembrinas, suelen tener un espacio de venta en la Plaza de Armas, donde sus productos tienen mayor exposición por la cantidad de personas que circulan en ese lugar, sin embargo este año no les fue permitido instalarse y las autoridades sacaron a ellos, junto a otros artesanos.
“Vienen los turistas y ven los artesanos trabajar en el centro, y se interesan en nuestro trabajo”, comentó Catalina, quien dijo “pareciera como si no nos quisieran ahí cuando nosotros le damos valor a la tradición”.
Explicó que esta es la única actividad que realizan para sobrevivir junto a sus tres hijos de 15, 10 y 12 años quienes estudian en las mañanas y apoyan a sus padres con la fabricación de algunas piezas para la venta.
“Hay algunos días en los que vendemos unos 200 o 250 pesos, pero eso ya no nos alcanza para la comida, a todos los productos básicos”, comentó Catalina, quien se encarga de llevar las cuentas en el hogar para la alimentación, pago de servicios de una casa que ya es propia y el resto de las cosas que necesitan para vivir.
Los materiales han subido mucho sus costos, hasta más de un 50 por ciento aproximadamente ya que son enviados desde Oaxaca, “con lo que vendemos nos tiene que alcanzar para comprar los materiales, la comida, pagar luz, agua”, comentó.
De ahí que prefieren quedarse en Durango para celebrar las fiestas decembrinas, pues pensar en visitar a su familia al sur del país, representa un gasto fuerte de recursos económicos con los que no cuentan ahora mismo.
A la fecha no son parte de las familias que reciben apoyos sociales por parte de ningún gobierno, solo los líderes sociales los han ayudado a permanecer con su venta sobre la calle 20 de Noviembre, a la altura del Hotel Casablanca, hasta donde en varias ocasiones han acudido los inspectores a intentar retirarlos, pero se amparan bajo una organización social que evita el retiro del puesto que instalan en la banqueta.